Entre sacos de arena y con las armas a punto, Kiev espera, bajo un estricto toque de queda, el asalto del ejército ruso a la ciudad, incluso si las tropas invasoras parecen atascadas en el noroeste y el este de la capital.

Sirenas antiaéreas y detonaciones en la lejanía componen la banda sonora diaria de quienes resisten en la ciudad, extraños tambores de guerra para una urbe fantasma, bañada por un sol casi primaveral que hace brillar las cúpulas doradas de la catedral ortodoxa de Santa Sofía.

Todos los comercios se encuentran cerrados cumpliendo con el toque de queda, el tercero desde el inicio de la guerra, que se extenderá hasta el miércoles por la mañana.

La orden es todo el mundo en casa y bajar a los “refugios en cuanto las sirenas empiecen a sonar”, según el alcalde y excampeón del mundo de boxeo Vitali Klitschko.

“Para la gente es la ocasión de respirar un poco”, asegura Alexis, profesor de alemán antes de la invasión, y que ahora guía a un equipo de la AFP por la ciudad. “De todas maneras, están traumatizados, no tienen ganas de salir”.

“La moral alta”

Gran parte de los 3,5 millones de habitantes de Kiev, en especial mujeres y niños, han abandonado la capital desde el inicio del conflicto el 24 de febrero. Permanecen, sobre todo, hombres movilizados por el ejército y personas mayores.

El toque de queda “es como una pausa”, sonríe Maxim Kostetskyi, abogado de 29 años. “No sabemos si los rusos seguirán intentando rodear la ciudad, pero nosotros nos sentimos mucho más seguros, la moral está alta”, asegura este miembro de una unidad de voluntarios.

En las calles desiertas de la ciudad solo circulan coches de policía, camiones militares y algún vehículo civil ocupado por hombres armados.

Pintadas que rezan “Gloria a Ucrania” o, simplemente, “Stop” sobre bloques de cemento o sobre la calzada anuncian los innumerables controles militares repartidos por toda la ciudad.

Y en el oeste, norte y este de la capital, no queda ni un cruce que no esté cortado por un muralla de sacos de arena o vallas antitanque hechas con barras de metal cruzadas.

Toda irrupción de un vehículo pone alerta a soldados y voluntarios que, con el dedo en el gatillo, no se relajan hasta que no oyen la contraseña que les hace bajar la guardia antes de permitir al auto cruzar la barrera.

Drones y “saboteadores”

Estos días se habla menos de los “saboteadores” rusos infiltrados, pero la caza continúa. Tras el ataque de un misil ruso contra un centro comercial en el noroeste de la ciudad, donde según Moscú se escondía munición y artillería, el temor hacia los drones espías o fotos en redes que delaten las posiciones ucranianas aumenta.

Una espesa humareda negra se eleva en la dirección de Irpin, unos diez kilómetros al noroeste, donde atronan los cañones. Esa localidad ahora está fuera del alcance de los periodistas.

“Los soldados saben lo que tienen que hacer, conocen su trabajo. Hay una razón para este toque de queda”, afirma Olga Alievska, de 38 años, quien cree que “los rusos no quieren, y sobre todo no pueden tomar Kiev”.

“Sus bombardeos van dirigidos más bien a objetivos militares por el momento, aún no ha llegado el momento de los bombardeos a civiles”, analiza esta ejecutiva de marketing, que se ha quedado en la ciudad.

Indiferente al toque de queda, una sexagenaria pasea a sus perros por el césped del Memorial a las víctimas de la Gran Hambruna de los años treinta. Las barricadas de sacos de arena han vuelto a la emblemática plaza de Maidan y las calles aledañas.

“Hoy somos optimistas, aunque no tengamos otra opción”, continúa Maxim. “Estamos protegiendo a nuestro país de alguien, Vladimir Putin, que solo quiere destruirlo”.

*Con información de la AFP.

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