El mensaje es contundente: cualquiera que se atreva a alzar la voz terminará así, como Majid Reza Rahnavard. El régimen represor musulmán se pasa por alto los derechos humanos y ha subordinado a la mujer a un lugar lleno de restricciones, casi como si fuera pecado no haber nacido hombre.
Las mujeres en Irán tienen prohibido cantar y bailar en público, no pueden caminar sin compañía masculina y ni hablar del pelo, porque les puede costar la vida si se las ve, como le pasó a Mahsa Amini.
El indignante y doloroso asesinato de Amini a manos de las autoridades provocó que la comunidad iraní se tomara las calles en contra de la represión, pues solo fue necesario que la joven llevara mal puesto su velo para que la mataran.
Ya se cumplen más de tres meses desde que Irán perdió a Amani y desde entonces solo ha llovido sangre e injusticia. Esta semana la policía encarceló a más de 400 personas por su participación en las protestas, y más de una decena de jóvenes se enfrentan a la pena de muerte.
En la calle se escucha la fuerza de los gritos de la madre de Mohsen Shekari, el primero en ser ejecutado; ni siquiera tuvo derecho a despedirse de su familia. “Hemos dado muerte a su hijo y hemos enterrado su cuerpo en el cementerio Behesht-e Reza”, fue todo lo que supieron sus seres queridos.
El país islámico se ha visto sacudido por varias olas de protesta desde su fundación en 1979. Pero esta crisis no tiene precedentes, ni por su duración ni por el hecho de que ocurre en varias provincias, implica a diferentes grupos étnicos y clases sociales e incluye una invitación directa a ponerle fin al régimen.
Mientras tanto, la muerte juega al tingo tingo tango con los iraníes y le respira en el cuello al jugador de fútbol Amir Nasr-Azadani. El deportista tiene una orden de ejecución por solidarizarse con las manifestaciones y pedir por las libertades básicas de su país. Si no le toca a él, será su familia, que ha sido amenazada repetidamente por las fuerzas de seguridad de la República Islámica.
La abogada de la familia de Amir les ha ordenado que guarden silencio, ya que a los allegados a menudo se les promete una sentencia reducida para su ser querido, o la liberación de un preso sentenciado a muerte, si no hablan.
Como si fuera el siglo XIX, en Irán más de uno tiene una cita pendiente con la horca y quienes tengan menos visibilidad y apoyo internacional que el futbolista van a asistir al encuentro.