Con masivos y emotivos homenajes, Perú despidió este sábado a Alberto Fujimori, el popular exmandatario de mano férrea que dividió al país y estuvo preso 16 años por delitos de lesa humanidad. Fujimori fue sepultado al atardecer en el cementerio de Huachipa en el este de Lima, rodeado de familiares y simpatizantes. Su tumba lleva una lápida de mármol negro.
Antes de su traslado al camposanto, el cuerpo del exgobernante recibió honores de Estado en el palacio de gobierno. La presidenta Dina Boluarte encabezó en silencio el último acto oficial en memoria de Fujimori, quien durante su gobierno de una década (1990-2000) doblegó a sangre y fuego a la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso, cambió la Constitución tras disolver al Congreso y sacó al país de la hiperinflación.
En diciembre había sido indultado cuando cumplía una condena de 25 años por homicidio, secuestro y otros graves abusos cometidos por un escuadrón militar que combatió a Sendero Luminoso.
“Finalmente eres libre del odio y la venganza (...) eres libre de esos 16 años de prisión injusta (...) el pueblo peruano te ha absuelto de tanta persecución”, expresó su hija Keiko en un emotivo ritual religioso. La ceremonia tuvo lugar en el Gran Teatro Nacional, con capacidad para 1.500 personas y contiguo al Ministerio de Cultura, donde el cuerpo del exmandatario fue velado desde el jueves.
Al edificio, donde fue instalado un altar con rosas blancas y una imagen a gran escala de Fujimori, solo ingresaron sus familiares y allegados. Mientras, cientos de simpatizantes, con muñecos o fotos de Fujimori con la banda presidencial, siguieron el acto religioso desde una pantalla gigante afuera del teatro
Este “hombre que pacificó al país tuvo los pantalones bien puestos para luchar contra el terrorismo”, señaló Édgar Grados, un comerciante de 43 años.
“Desde mañana a seguir con su legado, porque el fujimorismo nunca muere; seguirá en la historia con todas sus ideas y trabajo”, agregó el hombre, que aseguró haber viajado más de 100 km para despedir a su líder. De origen japonés, el exmandatario murió el miércoles a los 86 años después de cuatro meses de tratamiento contra un cáncer de boca.
Fujimori, quien llegó al poder como un ‘outsider’ al vencer en 1990 al escritor y a la postre premio Nobel Mario Vargas Llosa, redefinió la escena política del siglo XXI y hasta el final de sus días polarizó al país entre fujimoristas y antifujimoristas.
Incluso, pese a su deteriorada salud, Keiko insinuó en julio que su padre sería candidato en las elecciones generales de 2026, tras haber sido indultado y excarcelado por razones humanitarias.
Durante los 16 años que estuvo preso, Fujimori siempre defendió su inocencia. Pero la justicia lo encontró responsable por las matanzas de Barrios Altos y Cantuta, donde 25 personas fueron ejecutadas a sangre fría por un escuadrón militar en 1991 y 1992.
El conflicto interno o “guerra contra el terrorismo” -como se denominó oficialmente- dejó más de 69.000 muertos y 21.000 desaparecidos en el período 1980-2000, la gran mayoría civiles, según una comisión de la verdad.
Anegado en llanto, su hijo Kenji elogió durante la ceremonia religiosa la obra de gobierno de su padre, conocido popularmente como “El chino”.
Al mismo tiempo, recordó que como hijo vivió “siempre una despedida” cuando Fujimori estuvo preso 16 años antes de ser indultado en diciembre por razones humanitarias. “El pueblo reconoce quién es el mejor presidente (...) ¡Fujimori nunca va a morir!”, se emocionó Kenji.
Sin pedir perdón
El masivo adiós a Fujimori, cargado de homenajes y pronunciamientos que reivindicaron su imagen tras la condena judicial, contrasta con el silencio en torno a las víctimas de su gobierno.
Durante los tres días de duelo que decretó el gobierno, no hubo protestas o movilizaciones de la oposición o de grupos de derechos humanos. “El señor nunca nos pidió ni disculpa, ni perdón, ni pagó una reparación. Para mí es un dictador condenado por varios delitos”, dijo a la AFP Gladys Rubina, hermana de una de las 15 víctimas de la masacre de Barrios Altos.
Salomón Lerner Febres, que presidiera la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), encargada de investigar los años de violencia política en Perú (1980-2000), lamentó también que “haya partido sin pedir perdón” a las víctimas civiles del conflicto. “Ha sido una persona que trabajó por el Perú, hizo cosas buenas pero en otras no estuvo a la altura del cargo que tuvo y usurpó”, dijo a la AFP.
*Con información de la AFP.