Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y Jair Messias Bolsonaro, los nuevos presidentes de México y Brasil, comparten el rasgo de ser vistos como soluciones. Están en polos opuestos, pero fueron elegidos como antítesis de los gobiernos anteriores en una época en que el descontento se ha tomado la política latinoamericana. Brasil y México representan la mitad de la economía y la población de esta región. Lo que pase en cualquiera de ellos determina el estado de ánimo del resto. Le recomendamos:  "Las promesas de Bolsonaro pueden ser peores que la realidad": José Mujica Y en ambos hay nuevos presidentes. Solo ocurrió una vez, en diciembre de 1994, que los dos países coincidieron en una transición de poder como ahora. Mucho ha cambiado cada país, y bastante más lo ha hecho la política desde entonces; empezando porque los dos partidos que llegaban al poder en ese momento, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de la Social Democracia Brasileña, están en una profunda crisis. Y tanto AMLO como Bolsonaro se han beneficiado de la crisis general de los partidos tradicionales… Puede ver: Las 5 tradiciones que López Obrador romperá y que marcan "el fin de la presidencia imperial" En eso también se parecen: son viejos políticos, pero se ven como "outsiders" y emergen en una crisis de la élite política. Hijos de la política contemporánea A propósito de la toma de poder de Bolsonaro este martes (AMLO asumió hace un mes), BBC Mundo preguntó a varios expertos en América Latina qué similitudes y diferencias encuentran entre los dos. Todos fueron cuidadosos, pero coincidieron en que los dos mandatarios ilustran la política de esta era. "Hay un elemento mesiánico en los dos", opina Gregory Weeks, especialista en estudios latinoamericanos de la Universidad de Carolina del Norte, en Estados Unidos. "Sienten que se les debe una oportunidad de estar en el poder. Ambos tienen egos enormes y ambos creen que pueden cambiar de raíz al país. Su rechazo de las instituciones tiene que ver con una idea de que ellos como figuras pueden hacerlo mejor que las instituciones". Por su parte, el internacionalista Juan Tokatlián, de la Universidad Torcuato di Tella en Buenos Aires, asegura que "puede haber en los electores de ambos países un sentimiento anti-élite", más allá del hecho de que, sobre todo Bolsonaro, fue apoyado por una parte importante de los poderosos: los agronegocios y los militares. De hecho, a Bolsonaro le fue mejor en los estratos altos que en los bajos, pero en general fue apoyado por un electorado heterogéneo. En México pasó igual, aunque a AMLO le fue menos bien con los ricos que con los pobres.

Tokatlián dice sentirse más cómodo en analizar las victorias de AMLO y Bolsonaro "como arquetipos de elecciones anti-‘incumbent‘", o anti-poder anterior. Eso, dice, también se dio en las elecciones de Argentina, Chile y Colombia. Le puede interesar: Brasil no invitará a Maduro a la toma de posesión de Bolsonaro "Hay una frustración generalizada en la región y es frente al que ha estado gobernando", asegura. "Un hartazgo con ciertos países y ciertas políticas. Y en un país la cosa puede ir más hacia la derecha y en otro en la dirección opuesta. Brasil y Mexico se asemejan mucho en eso, epitomizan eso". Estas similitudes, sin embargo, pueden parecer superficiales al lado de las diferencias entre AMLO y Bolsonaro. Es la economía Pocas cosas los separan más que el tema económico. Primero, porque México vive una situación relativamente estable, mientras que Brasil acaba de salir de una profunda recesión. Con solo 20 días en el poder, AMLO ya anunció un aumento histórico del salario mínimo y en campaña prometió aumentos de pensiones. Ha reiterado su intención de trabajar de la mano del sector privado, pero sus políticas y sesgo ideológico quizá lo enfrenten a la élite económica. Bolsonaro, en cambio, está en la otra orilla del pensamiento económico: el ministro de Economía, Paulo Guedes, es un Chicago Boy, la escuela monetarista y liberal que fundó el modelo chileno. El brasileño ha prometido bajar impuestos y pensiones, flexibilizar leyes laborales y, en general, gobernar bajo los parámetros que esperan las empresas y los mercados financieros. Lo social Otro aspecto en el que AMLO y Bolsonaro se sitúan en lugares casi opuestos es el de derechos sociales. En un hecho sin precedentes, el mexicano se arrodilló frente a un médico indígena durante el ritual que lo nombró presidente. Luego designó un gabinete con gran representación de mujeres. Vea también: Trump amenaza cerrar la frontera EEUU-México si el Congreso no financia su muro Ambas decisiones marcaron su compromiso con los grupos discriminados. Bolsonaro, en cambio, no se ha arrepentido de pronunciar frases racistas, xenófobas y machistas. De hecho, parte de su éxito tiene que ver con posturas radicales frente a temas que generan mucha preocupación, como la corrupción y la delincuencia. Poner las manos en forma de pistola se convirtió en un símbolo de su personalidad y fue adoptado por sus seguidores, que esperan mano dura contra los corruptos y los delincuentes. Ante la crisis de inseguridad Brasil y México son, como casi toda la región, países muy afectados por la violencia y el narcotráfico; con cifras de homicidios y delincuencia ya altas y, sin embargo, en alza. Ante eso, AMLO ha prometido una aproximación garantista, que respete los derechos humanos, y ataque el problema con recetas inusuales, como amnistías o legalización de la marihuana. Pese a esto, a la semana se asumir creó una policía militar para atacar la delincuencia, una medida que le generó críticas, porque se ve como una repetición de las medidas punitivistas del pasado. Fue una medida del estilo de las que Bolsonaro promete, que entre otras son mano dura de las fuerzas de seguridad y relajación de leyes de porte de armas y militares en el poder Ejecutivo. Mirando (o no) a Washington La política exterior, en especial su relación con Estados Unidos, es otra de las cosas que pueden separar a los dos mandatarios. AMLO, por un lado, se enfrenta al dilema Donald Trump: responder a sus ataques con la misma moneda nacionalista, o acudir al pragmatismo y la diplomacia. Parte de su campaña fue plantearse como antítesis, escribió un libro en su contra, lo llamó "autoritario" y "arrogante" y se mostró como defensor de los mexicanos. Michael Shifter, presidente del centro de estudios Diálogo Interamericano, dice que, pese a esto, AMLO "ha intentado mostrase como un pragmático que se resiste a generar un enemigo y un conflicto". En contexto:  "Soy contrario a la educación de género": colombiano ministro de Educación de Brasil Bolsonaro, por su parte, es conocido como el "Trump tropical", no solo por sus posturas radicales, sino porque no esconde su admiración por el multimillonario neoyorquino. Varios observadores vaticinan una relación especial entre Estados Unidos y Brasil, aunque también se dice que América Latina no está en las prioridades de Trump. En el caso Venezuela puede hacerse evidente la diferencia entre AMLO y Bolsonaro: el primero invitó al presidente Nicolás Maduro a su toma de protesta y evita condenar al gobierno; el segundo promete medidas más fuertes y cerrar la frontera. Pero en ambos casos los observadores ven poco probable que algo cambie en la práctica. La política local Y luego está la lógica política de cada país. Por mucho que ambos sean sistemas federales, el poder presidencial en Brasil es mucho más difuso que en México, que es de por sí un país más centralizado. AMLO fue alcalde de Ciudad de México, ya fue candidato presidencial y en general tiene más experiencia política que Bolsonaro. Con el partido que creó, el Movimiento Regeneración Nacional, AMLO tendrá margen de maniobra política, no solo porque su coalición, Juntos Haremos Historia, tiene mayorías en el Congreso, sino porque las instituciones mexicanas son débiles y cambiantes. Bolsonaro, en cambio, tiene un cerco institucional más fuerte, no tiene mayorías y no tiene control sobre el presupuesto. Por eso muchos vaticinan más cambios reales en México que en Brasil, donde Bolsonaro tendrá que luchar en todos los frentes para aprobar cualquier cosa. También hay quienes dicen que con el tiempo es probable que ambos tiren al centro y se alejen del discurso de campaña. Quizá ahí quede claro que salvar al pueblo es más difícil de lo que parece.