Desde muy temprano en la mañana todo estaba dispuesto para un choque masivo y violento: de este como de aquel lado de la línea fronteriza había arroyos de venezolanos furiosos y resueltos a aplastar al de enfrente, a dejar la vida. Eran apenas las siete de la mañana cuando cayeron las primeras gotas de sangre sobre el pavimento descascado del puente Internacional Simón Bolívar. Un grupo de cerca de 150 manifestantes –entre ellos varias mujeres y algunos niños– arremetió con fuerza contra la primera línea de la Guardia Nacional Bolivariana que se vio obligada a retroceder. Las personas que protestaban ganaron treinta metros y empezaron a desprender las vallas que el retén había instalado sobre la vía para contener su paso. Pero fue un triunfo efímero.
Foto: Diana Rey Melo, enviada especial a la frontera / SEMANA. Cien metros atrás de los guardias con escudos había tres tanquetas antimotines que, ante la arremetida, embistieron en sentido contrario obligando a los de este lado a replegarse. En la estampida varios de los manifestantes se golpearon con las vallas mientras que otros se cortaron con las latas. Hubo un rápido caos hasta que todos lograron hacerse nuevamente de este lado, en territorio colombiano. Dos mujeres y una niña requirieron de asistencia porque ante la embestida de la primer tanqueta cayeron al suelo. Tan pronto la tanqueta retrocedió, mientras la guardia venezolana reordenaba sus líneas, los manifestantes saltaron adelante una vez más y como termitas tomaron las vallas volcadas, las lanzaron al borde del puente y abajo en el lecho pedregoso fueron desguazadas en cuestión de pocos minutos por otros manifestantes. Las apilaron para vender como chatarra. Puede leer: Entrevista exclusiva: Hay una manipulación del término ‘humanitario‘, CICR sobre ayudas a la frontera Fue la primera batalla de una jornada de confrontación que tendría su clímax de sangre, sudor y angustia pasado el mediodía, a la hora en que el sol cucuteño se hace también violento. Tras el primer choque los bandos adversarios se reorganizaron: la Guardia Nacional Bolivariana puso cuatro líneas de sus hombres con escudos y cascos para bloquear los ocho metros de ancho del puente. Del lado colombiano, la masa de manifestantes se redujo dispersa por el sector de La Parada que es el primer fajo de tierra de este costado tras el puente. La línea de frontera la marca el desierto río Táchira y el punto limítrofe exacto está en la mitad del puente Internacional Simón Bolívar, cuya longitud es de 315 metros.
Foto: Diana Rey Melo, enviada especial a la frontera / SEMANA. En esta zona del país hay tres vías importantes para conectar a Cúcuta con Venezuela. A nueve kilómetros de La Parada está el puente Tienditas, la mejor obra vial en frontera pero que está sin estrenar porque se terminó de construir en 2016 cuando las relaciones con Venezuela ya estaban desechas. Fue allí donde se realizó el concierto “Venezuela Aid Live” este sábado y donde se acopian, en bodegas, 600 toneladas de ayuda humanitaria. Seis kilómetros más allá está el puente Francisco de Paula Santander que conecta a la ciudad de Ureña, del lado venezolano, con la capital Nortesantandereana. Desde 2015 los puentes están cerrados y la tensión en la zona de frontera es la constante por cuenta de la migración masiva de venezolanos que huyen hacia Colombia, defraudados del régimen chavista que ya completa 20 años en el poder, los últimos seis en cabeza de Nicolás Maduro. En todo ese tiempo el régimen de Caracas nunca había sido desafiado como este sábado cuando las furiosas masas en el exilio –con un presidente interino llamado Juan Guaidó y 50 países brindado respaldo– se propusieron ingresar 14 camiones cargados de ayuda humanitaria por los puentes bloqueados. “Es hoy o nunca, estos malditos que trabajan con Maduro por un bolsa de harina pan al mes no van a detenernos. La ayuda humanitaria entra porque entra, así nos matemos con los colectivos”, aseguró desafiante Andrés Escobar, un joven descamisado que tuvo un corte severo en su índice izquierdo cuando manipulaba las latas de las vallas derrumbadas en el primer choque con la guardia venezolana. Tras estos uniformados, en el extremo venezolano del puente, agitando banderas rojas con la cara del Che Guevara, estaban los Colectivos chavistas, civiles que han recibido adiestramiento militar para –llegado este momento– defender con la vida la revolución bolivariana.
Foto: Diana Rey Melo, enviada especial a la frontera / SEMANA. Los camiones pasan por que pasan Hacia media mañana salieron de Tienditas las primeras tractomulas cargadas de víveres y medicamentos, unas hacia el puente Simón Bolívar y otras al Francisco de Paula Santander. El presidente Duque y Guaidó despacharon los vehículos con frases resolutorias propias del general que le dice a sus tropas ‘animémonos y vayan’. La declaración más desproporcionada fue la del presidente de Colombia quien aseguró que la jornada que era “casi equivalente a lo que fue caída del muro de Berlín”. Más contenido y estratégico sonó el autoproclamado presidente de Venezuela: “Hago un llamado a las Fuerzas Armadas chavistas. Las amnistías están listas para quienes hoy estén dispuestos a recibir y ayudar. Bienvenidos al lado correcto de la Historia”. Los mandatarios luego grabaron piezas audiovisuales con los camiones partiendo, y conforme estos fueron llegando a los puntos fronterizos eran recibidos por aleadas de venezolanos enardecidos. Entretanto, en Tienditas, los líderes seguían a través de las seguras pantallas de tabletas y celulares el desmadre que venía.
Foto: Diana Rey Melo, enviada especial a la frontera / SEMANA. Le puede interesar: Duque: criticado por comparar lo que pasa en la frontera con Venezuela con la caída del muro de Berlín En el puente Simón Bolívar, durante un par de horas, varias mujeres, madres de familia y desplazadas por el “usurpador Maduro”, fueron al frente de la línea limítrofe y le hablaron a los jóvenes integrantes de la guardia venezolana. “Véngase para acá, no vale la pena seguir con esa dictadura, mire cómo nos tienen. Ustedes y sus familias también están pasando hambre. Piensen en los niños, véngase con nosotros”, les decían entre lágrimas, bajo el sol inclemente. Una de ellas incluso se arrodilló y juntó las manos en señal rogativa al tiempo que les decía que no valía la pena pelear entre venezolanos. Otra joven llevó bolsas de agua y se las dio, los jóvenes guardias las recibieron y bebieron sin decir palabra, agradecieron solo con la mirada. Otra mujer le tomó las manos a los guardias y se las besó como si fuera la mamá de estos. Los jóvenes uniformados miraban a través de sus escudos y un par de estos no pudieron contener las lágrimas. Fue un momento estremecedor. Era evidente que más de uno estaba considerando la idea de desertar y brincar al otro bando. Ante la señal de fragilidad el capaz jefe de guardia– un tipo que cerca de 50 años, casi dos metros de altura y nariz aguileña– ordenó desde el fondo: “¡Firmes, escudos arriba!”. Y sus tropas obedecieron al instante.
Foto: Diana Rey Melo, enviada especial a la frontera / SEMANA. Entonces se llegó a la conclusión de que la guardia no se movería por las buenas, de modo que las tractomulas con la ayuda humanitaria tendrían que entrar “sí o sí” por la fuerza. Se organizó, en el extremo colombiano del puente, un tumulto de personas que sumaban ya no cientos, sino miles. Quienes se encargaron de concentrar en bloque a esa mole de gente resuelta fueron los ‘chalecos azules’, un grupo de voluntarios que se identificaban luciendo chaquetillas de ese color y con un emblema en la espalda: “Coalition Aid & Freedom Venezuela”. Todos integrantes de esa organización con los que hablé eran profesionales venezolanos (médicos, ingenieros, abogados, maestros, administradores…) y no era raro escucharlos conversar en inglés. También era evidente que ejercían un liderazgo, cuando le hablaban a la masa furiosa esta escuchaba con atención. Aunque sin chaleco azul, el líder absoluto en la zona del puente Simón Bolívar era Juan Manuel Olivares, un joven médico de 32 años, diputado de la Asamblea Nacional y quien llegó a Colombia en calidad de exiliado. Durante la jornada Olivares era el representante de Guaidó en ese paso fronterizo. Todos los chalecos azules le reportaban a él y sus instrucciones eran atendidas al instante. Olivares se puso al frente de la masa y les repitió que irían hasta el frente de la guardia venezolana pero “sin acudir a la violencia” y sin cubrirse el rostro “no somos bandidos ni nos avergüenza lo que hacemos”, aseguró. Y empezaron a avanzar. El plan era que la guardia observara la cantidad de gente y aceptara abrir un paso humanitario para ingresar por allí los víveres y medicamentos que aguardaban atrás, en cuatro camiones cargados. Como siempre ocurre cuando se azuza a las masas, nadie sabe qué fue lo primero: si una pedrada de acá para allá, o un bolillazo o una bala de goma de allá para acá. El caso es que estalló el caos. Los manifestantes respondieron como pudieron. Con patadas, rocas, varillas y puñetazos mientras que los guardias luchaban con sus escudos y botas especiales para la ocasión. Se desató una humareda de gases de aturdimiento y con estos una desbandada entre gritos y llanto. En el fragor de la lucha algunos buscaban las barandas del puente para vomitar o simplemente por mantenerse en pie. Los más aguerridos se mantenían dando la pelea contra la guardia y cuando lograban tirar al piso a algún uniformado una jauría caía sobre este para molerlo. Estaba garantizado y ocurrió: el desmadre absoluto.
Foto: Diana Rey Melo, enviada especial a la frontera / SEMANA. Olivares se replegó y trajo casi a rastras a una mujer desgonzada. Los manifestantes –en su mayoría jóvenes descamisados y sin calzado– brincaban de un lado a otro llevando piedras para mantener el frente de guerra. Los heridos eran sacados de cualquier forma y su rastro de sangre dibujaba el caos en el suelo. La turba enardecida cada tanto lograba capturar a guardias o integrantes de los colectivos chavistas, y los traían de este lado mientras que la Policía antimotín colombiana hacía esfuerzos por evitar que los asesinaran linchados. Varios miembros de la fuerza pública venezolana se rindieron voluntariamente pasando con los brazos en alto a este lado de la frontera, afrontando el riesgo de ser lapidados. La rabia de los manifestantes era peor cuando se trataba un miembro del colectivo chavista. “A los de los colectivos uno los distingue porque no tienen uniforme”, me explicó un joven luchador que llevaba dos bombas molotov en las manos. Uno hombre que aparentaba más de 50 años y que llevaba camiseta azul fue uno de esos miembros de colectivos que cayó en manos del enemigo. Lo capturaron sobre el puente en medio de la lucha y la policía no pudo evitar que al tratar de llevarlo hacia la sede de Migración Colombia, la turba lo triturara a golpes. En la trifulca otro hombre –otro venezolano– tomó a dos manos una piedra del tamaño de un ladrillo y se la retumbó con toda su fuerza en la frente: el rostro del capturado se lavó al instante como si el cráneo fuera un vaso colmado de sangre que se regó por los bordes. La confrontación se extendió también por la zona baja del puente fronterizo. Los descamisados se lanzaban al lecho casi seco del río y luchaban con piedras contra la guardia venezolana. Por momentos estos ganaban terreno pero luego la situación se invertía. Al mismo tiempo que más y más manifestantes corría para alcanzar el frente otros regresaban, sangrando, cojos, o reducidos los gases lacrimógenos. Volvían a la retaguardia gritando todo tipo de improperios contra “¡Esos malditos, coño de tu madre que atacan a su propio pueblo!”. De las balas de goma se pasó al plomo. Y tanto arriba del puente como en la zona baja la confrontación se mantuvo durante toda la tarde.
Foto: Diana Rey Melo, enviada especial a la frontera / SEMANA. “¡Y va a caer, y va a caer, este gobierno va a caer!”, coreaban cientos de personas, más que todo mujeres que no iban al frente de batalla sino que se ocupaban de animar a los jóvenes descamisados que sostenían el enfrentamiento. Cuando alguno de estos regresaba herido era recibido con aplausos y vivas de “¡Héroe, héroe!”. Los chalecos azules ya no se ocupaban de llamar a la calma sino que organizaron puestos médicos y carpas para recopilar, pan y botellas de agua para remitirlas como provisiones a los jóvenes combatientes. Con megáfonos los voluntarios en distintas carpas también solicitaban “vinagre y bicarbonato para proveer al puesto de avanzanda, donde están nuestros guerreros combatiendo a la guardia venezolana”. Los manifestantes contra el régimen de Maduro usaban el vinagre para repeler los efectos de los gases lacrimógenos. Un momento de mayor excitación se dio cuando llegó la noticia de que dos camiones cargados de ayuda humanitaria había logrado ingresar a territorio venezolano por el puente que conecta con Ureña. Allí la lucha fue igual o peor. Luego se supo que los dos vehículos terminaron incendiados y que había gente malherida con graves quemaduras. Tras esto los chalecos azules tomaron la determinación –rechazada por los manifestantes– de retroceder las tractomulas que estaban sobre el puente Simón Bolívar para evitar que corrieran la misma suerte que las incineradas a quince kilómetros de allí. Cuando empezó a caer la noche el balance era de 61 miembros de las Fuerzas Armadas de Venezuela rendidos o capturados, y 286 manifestantes con todo tipo de heridas. Los chalecos azules coordinaron el regreso de las 12 tractomulas restantes al puesto logístico de Tienditas, e instalaron varios albergues para llevar a las familias de los lesionados, en su mayoría desposeídos sin un hogar donde ir a contar las memorias de una jornada absurda. Entrada la noche Duque y Guaidó hicieron declaraciones a la prensa. Explicaron que la orden de regreso de los camiones se dio para preservar la ayuda humanitaria ante la respuesta brutal de Maduro. Desde Caracas la respuesta del sucesor de Chávez fue el rompimiento –una vez más– de todas las relaciones comerciales y oficiales con Colombia, y el ultimátum de 24 horas a toda la delegación diplomática de Bogotá para que abandone el país.
“La dictadura hoy selló su derrota moral y diplomática” aseguró Duque desde el puesto de mando de Tienditas. Guaidó por su parte calificó de “sevicia” la forma en que procedió Maduro y aseguró que el “usurpador” pronto caerá. Para explicar el cómo sugirió que opción de una intervención militar extranjera: "Los acontecimientos de hoy me obligan a tomar una decisión: plantear a la Comunidad Internacional de manera formal que debemos tener abiertas todas las opciones para lograr la liberación de esta Patria que lucha y seguirá luchando. ¡La esperanza nació para no morir, Venezuela!", dijo en un mensaje en Twitter. El planteamiento ocupa hoy los titulares de la prensa mundial. De ocurrir algo así la jornada del desmadre sería apenas un minúsculo anticipo, una bagatela, la muestra gratis de la tragedia mayor. *Editor justicia de SEMANA, enviado especial a la frontera.