Decían que Chile era el país más estable de la región hasta que, en octubre de 2019, la burbuja reventó y la situación política se volvió un avispero. Con el gobierno pendiendo de un hilo por las masivas protestas contra el alza de pasajes del transporte público que derivaron en desórdenes, saqueos y peticiones de renuncia al Ejecutivo liderado por el centroderechista Sebastián Piñera, distintos sectores políticos firmaron un acuerdo que llevaría a la formación de la convención constituyente que en cuatro meses más debe entregar su propuesta para reemplazar la Constitución de 1980, firmada bajo el yugo de la dictadura militar de Augusto Pinochet.
En ese contexto agitado, se establecieron muchos de los liderazgos que, a partir del viernes 11 de marzo de 2022, serán los encargados de guiar los destinos del país austral hasta el año 2026, o hasta cuando la nueva Constitución, de ser aprobada, así lo establezca. El liderazgo de Gabriel Boric, el futuro mandatario, es el más notorio de ellos, sin duda. Y sí, es un cambio de gobierno, pero también un cambio de estilo, de generación y forma de ver la política. Así lo ve, al menos Cristóbal Bellolio, doctor en Filosofía Política y académico de la Universidad Adolfo Ibáñez.
“En Chile hay una sensación de cambio de ciclo, no solo porque pasamos de un gobierno de centroderecha a uno de izquierda, sino además porque hay un cambio generacional muy relevante. Todo el elenco de la transición da un paso al costado, después de décadas de protagonismo, e ingresa una nueva generación comandada por Boric. Esto incluye un fuerte componente simbólico, de estar poniéndose a tono con los tiempos, con un gobierno más diverso, feminista, que no está monopolizado por la elite tradicional”, explica a DW el especialista.
El problema de las expectativas
“Las expectativas de la gente con respecto a la nueva administración son enormes. La atención se centra sobre todo en el ámbito de la asistencia sanitaria, la educación, las pensiones y, por supuesto, los trastornos económicos, que se han visto agravados por la pandemia. También el proceso constitucional debe llegar a buen destino. El próximo gobierno no se quedará sin trabajo”, estima el representante en Chile de la Fundación Konrad Adenauer (KAS), Andreas Klein.
Bellolio, en tanto, piensa que las expectativas no se relacionan tanto con lo que el gobierno de Boric pueda hacer, sino más bien con los valores que el cambio de ciclo encarna. “Es un equipo menos enfocado en lo competitivo y más en los cuidados, más sensible al nuevo escenario cultural de Chile”, señala. Sin embargo, el académico piensa que hay aspectos que Boric y su gente no deben olvidar, como los problemas que afectan a la ciudadanía de forma directa: la delincuencia, el terrorismo en la zona sur y la crisis migratoria en el norte.
De todos estos enemigos, los más duros son la desigualdad, el drama de las pensiones y el proceso constituyente. “La reforma de pensiones es ineludible, y resulta paradójico que sea la generación más joven de la política chilena la que asuma el desafío de hacerse cargo de un problema que afecta a los más viejos. Además, es interesante porque esta generación irrumpió en la política con demandas educacionales ya parcialmente procesadas por la política”, agrega Bellolio.
Buscando en la billetera
Para responder a las demandas sociales, como el mencionado cambio al sistema de pensiones, se requiere dinero, un bien difícil de conseguir en tiempos de crisis. Una de las banderas de lucha de la izquierda ha sido el llamado “impuesto a los súper ricos”, que, junto a medidas para evitar la evasión fiscal, esperan recaudar una cifra equivalente al 2,9 % del PIB de Chile. “La cuestión de la justicia fiscal es importante, pero, en mi opinión, es demasiado miope financiar ahora los anuncios sociales únicamente con subidas de impuestos a los ricos. Creo que este cálculo no funcionará”, dice Klein. Desde su perspectiva, se trata de capital móvil que puede retirarse fácilmente del mercado. Para él es mejor buscar un equilibrio. “Hay que dejar claro que vale la pena invertir y pagar impuestos en Chile, porque el país ofrece una seguridad y una calidad de vida que no tienen en otros lugares”, sostiene.
Al tratarse de una experiencia inédita en Chile, por ser un gobierno de un signo distinto a los que han gobernado el país desde el fin de la dictadura de Pinochet, en 1990, es probable que el resto de la región mire con atención al gobierno de Boric. “También en Europa”, pondera Klein. Eso porque “en los últimos treinta años, Chile ha sido ejemplar en el proceso de transformación de una dictadura militar a una democracia que funciona y tiene éxito económico. Es un faro en la región, con todos los déficits que sigue habiendo. Por lo tanto, soy optimista en cuanto a que Chile encontrará la manera de transformar su sistema social y de pensiones para que sea económicamente sostenible, por un lado, y socialmente justo, por otro”.
Bellolio dice que el experimento chileno es interesante para la región, pero que también lo es por los traumas propios de un país cuyo último gobierno de izquierda fue derrocado por los militares. Para el analista, hay un factor que llama de “conexión emotiva” que también es relevante. “Boric se encarga de mencionarlo, y es su vínculo con los movimientos utópicos de los años sesenta. A mí me da la impresión de que Boric mira más a Pepe Mujica que a Daniel Ortega o Nicolás Maduro, es decir, busca el legado de una izquierda que tomó las armas, pero se reconvirtió en democrática”.
Klein, en tanto, destaca otro elemento: “Boric se hace cargo de un país profundamente dividido socialmente, pero, al mismo tiempo, Chile tiene todas las posibilidades, económica y estructuralmente, de sacudirse las consecuencias de la pandemia y salir fortalecido de esta crisis. El gran reto del presidente Boric es encontrar el equilibrio adecuado y moderar el cambio. Con la composición de su gabinete, ya ha enviado una importante señal de que se toma en serio el cambio y confía en personas que tienen la experiencia necesaria para realizar las reformas”.