Desde el año 1999, Vladímir Putin ha manejado Rusia a sus anchas sin básicamente ninguna oposición, logrando consolidar a su país como una potencia militar e industrial. A pesar de haberse convertido en el patriarca de su nación, la mayoría de sus enemigos han terminado muy lejos de ser opositores convencionales o rivales a vencer tradicionalmente.
En 2004, se registró una acción militar, cuando una bomba destrozó el auto del presidente de los rebeldes chechenos en el exilio, Zelimján Yandarbiyev, a su regreso a casa tras visitar su mezquita en Qatar. Años después, varios agentes del Departamento Central de Inteligencia ruso fueron condenados por el asesinato, aunque nunca se esclareció si Putin había tenido injerencia en el atentado.
Luego, a finales de 2006, el exagente del Servicio Federal de Seguridad ruso y en aquel momento confidente del Kremlin y desertor del régimen, Alexander Litvinenko, sufrió un grave cuadro de una extraña enfermedad después de haberse reunido con dos exagentes rusos. Durante más de 20 días padeció una agonía indescriptible, al ser envenenado con polonio-210, que finalmente le causó la muerte. En 2016, una investigación británica dictaminó el hecho como un asesinato del régimen ruso y acusó a Putin y al Servicio Federal de Seguridad de ser los autores de este hecho.
Hay varios más de los rivales de Putin que han muerto durante su mandato. Por ejemplo, la periodista Anna Politkovskaya murió a disparos en su apartamento en 2006 después de sus denuncias contra el régimen por abusos y afectación en los derechos humanos. En 2009, también fueron ultimados la activista Anastasia Baburova y el periodista Stanislav Markelov. Meses después, Natalya Estemirova, que acusaba al gobierno de varios crímenes, fue secuestrada y luego se confirmó su homicidio.
Pero activistas y periodistas no han sido el blanco exclusivo contra el que Putin y sus allegados habrían atentado o, al menos, los únicos que han sido hallados muertos en extrañas circunstancias. Durante su mandato, una decena de oligarcas opositores han fallecido por suicidios extraños, como ahorcamientos cuyas autopsias no han sido claras, accidentes con venenos, hombres que matan a sus familias y luego se quitan la vida e, incluso, que caen por ventanas de pisos altos de manera fortuita.
La muerte no es el único destino que tienen los enemigos de Putin, ya que también pueden ser encarcelados, como el caso del activista opositor Alexander Navalni, que purga una pena de 9 años y ha denunciado haber sido envenenado tras las rejas, mismo caso que Vladimir Kara-Murza. Yevgueni Roizman, otro opositor, también está en prisión, acusado de propagar información falsa del ejército.
Con este panorama, esta semana Yevgueni Prigozhin, líder de la milicia privada Wagner, quien lideró una rebelión contra Putin, se sumó al último grupo, al de los exiliados. El mercenario terminó desterrado en Bielorrusia, después de pactar con Rusia el fin de su cruzada armada, sumándose a Mijaíl Jodorkovski, antiguo magnate del petróleo que estuvo diez años en la cárcel y al salir se fue a vivir a Londres, como ha ocurrido con miembros de oenegés, medios de comunicación y cientos de opositores.
Por estos antecedentes, David Petraeus, exdirector de la CIA, advirtió esta semana a Prigozhin de “tener cuidado con las ventanas abiertas”, refiriéndose a los riesgos que tiene ahora el mercenario, al parecer, enemigo de Putin, ya que todos los que se han atrevido a retarlo no han tenido el mejor de los destinos.