La última vez que una elección presidencial en Estados Unidos estuvo reñida fue en el año 2000, cuando el entonces vicepresidente Al Gore se enfrentó a George W. Bush. En esa ocasión, Bush se llevó la victoria en una disputa que incluyó abogados e involucró a la Corte Suprema de Justicia alrededor de si era procedente o no un reconteo en ciertos condados del estado de Florida.
Ese momento pasó a la historia, dio pie para que se escribieran libros y se grabaran películas al respecto, y fue la antesala de la administración que abrió la puerta para que el Ejército norteamericano enviara un amplio número de tropas a Oriente Medio tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
La carrera entre Joe Biden y Donald Trump también tiene una serie de particularidades que la harán tema de conversación en los seminarios y charlas que traten la democracia estadounidense. Se da justo en una coyuntura política que tiene al país altamente polarizado –las fake news son ahora un factor clave en la comunicación de los candidatos con sus electores– y transcurre en medio de la emergencia sanitaria más grave que ha padecido el planeta en el último siglo. Este último aspecto es quizás el más importante porque será el argumento que empleará el actual presidente para acusar al resultado como ilegítimo.
En la noche del 3 de noviembre, día oficial de las votaciones, el escrutinio en las horas previas a la medianoche mostraba una ventaja para Trump en los estados de Michigan y Wisconsin, dos territorios en los que ganó cuatro años atrás a pesar de que históricamente favorecían a los demócratas. El ejercicio de conteo continuó, pero los ojos del mundo descansaron por unas cuantas horas y fue en ese momento que los votos por correo empezaron a aparecer en la ecuación. Biden, que criticó severamente el manejo que su rival le dio a la pandemia, alentó durante toda la campaña a sus seguidores para que votaran por correo con anticipación, con el fin de que no corrieran ningún riesgo de contagio votando presencialmente. Estos votos, en buena medida por la renuencia de los republicanos, solo empezaron a contarse después de los votos presenciales y es la razón por la que las horas recientes favorecieron al exvicepresidente.
Su triunfo, en el que amasó más de 74 millones de votos y se convirtió en el candidato más votado de la historia, es un contundente golpe sobre la mesa en contra de la visión de país que planteó Donald Trump durante su mandato. La división, el racismo y los discursos de odio le sirvieron para ganarse los afectos de una porción de sus compatriotas, pero también para conseguir el rechazo sistemático del resto de estadounidenses. Cualquier analista podrá confirmar que, más allá de las condiciones que pueden hacer de Joe Biden un buen líder, lo que impulsó a la gente a votar masivamente en esta oportunidad fue el rechazo que les produce el actual presidente.
Es así como la tercera fue la vencida para Joseph Robinette Biden Jr. Luego de dos infructuosos intentos para llegar a la Casa Blanca (1988 y 2008), en esta ocasión las circunstancias políticas y sociales se alinearon a su favor. Su principal virtud fue ser el oponente de Donald Trump. Su campaña lo entendió y lo explotó al máximo. En enero, cuando se posesione, Biden será el sucesor más viejo en la silla de George Washington y sellará de esta forma una vida entera dedicada al sector público.
Sus inicios
Nació el 20 de noviembre de 1942 en Scranton, estado de Pensilvania, en el seno de una familia católica de origen irlandés. Fue el mayor de sus tres hermanos, dos varones y una mujer. Su padre, de quien heredó su nombre, había sido un exitoso vendedor de botes en la década de los 30, pero una serie de malas inversiones lo dejó en una delicada situación económica y sin otra opción que vivir con sus suegros, los abuelos maternos de Biden. En esas condiciones creció el ahora presidente electo que, como comentó al New York Times en 2008, recuerda con cariño los momentos en los que husmeaba el clóset de su padre y encontraba lujosas prendas y accesorios de lo que había sido su vida en el pasado. Asegura que jamás lo escuchó quejarse o evocar con nostalgia aquellos años.
“Mi papá siempre me decía: ‘Campeón, la medida de un hombre no es qué tan seguido lo noquean, sino qué tan rápido se levanta’”, contó al diario neoyorquino. Esta filosofía la mantiene hasta el día de hoy y ha sido determinante en sus episodios más complicados.
En 1953, cuando la economía norteamericana pasaba por uno de sus momentos más dulces tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la realidad de la familia era opuesta. La imposibilidad de Biden padre para conseguir trabajo lo obligó a trasladarse cientos de millas al sur con su esposa e hijos. Más exactamente a Claymont, Delaware. Sería en ese estado en donde la familia recompondría sus finanzas y lentamente se integraría a la clase media.
Con mucho esfuerzo matricularon a su primogénito en la Archmere Academy, un colegio católico privado de la zona en donde Joe Biden se distinguió por sus dotes de liderazgo y no precisamente por su rendimiento académico. No era un estudiante de reprobar sus asignaturas, pero tampoco sobresaliente. En cambio, sí formó parte del equipo de fútbol americano y fue elegido como miembro del consejo estudiantil en sus últimos dos años de bachillerato. Allí comenzaría a trabajar en su tartamudeo –un asunto del que sus detractores se burlan al día de hoy– repitiendo una y otra vez discursos frente a un espejo.
Las dificultades para expresarse las superaría años más tarde en la Universidad de Delaware en donde estudió historia y ciencia política. Una investigación del Washington Post en 1987 encontró que Biden ocupó el puesto 506 en una promoción de 688 estudiantes y que su promedio de calificaciones estuvo entre el 70 y 79 por ciento. Eso no le impidió graduarse en 1965 y aplicar para un cupo en la Escuela de Leyes de la Universidad de Siracusa en Nueva York.
Fue admitido y en su primer año viajó con sus compañeros a Bahamas durante el receso reglamentario de primavera. Al viaje también asistió Neilia Hunter, una profesora del distrito de Siracusa de la que cayó profundamente enamorado y a la que pidió matrimonio meses después. El principal obstáculo fueron los padres de Hunter que no querían dar el visto bueno a la unión debido a que Biden no era protestante. Finalmente accedieron y una iglesia de Skaneateles, Nueva York, fue el escenario de la boda.
Con el título de abogado bajo el brazo y habiéndose salvado de ir a Vietnam por sus problemas de asma, Biden y su esposa volvieron a Delaware. Fue entonces cuando apareció la política. Sin tener claro cuáles eran sus ideales, lo único que Biden sabía era que el presidente Richard Nixon no era de su agrado. Quizá por eso, en 1969, compitió como demócrata para ser consejero del condado de New Castle. Salió elegido, aunque el condado era históricamente conocido por sus posturas conservadoras, y se opuso a diferentes proyectos de infraestructura que amenazaban con perturbar la tranquilidad de los barrios en donde residían sus electores. Eso le bastó para darse a conocer.
Cuando en 1972 anunció que se postularía al Senado y competiría contra James Caleb Boggs, republicano que cumplía 12 años en el Congreso, lo llamaron loco. El mismo Partido Demócrata sabía que era altamente improbable que Boggs perdiera su curul y por eso le ofrecieron la candidatura a Biden. Necesitaban sacrificar a alguien y el joven de 29 años les calló la boca. Con los ahorros de sus familiares, quienes le sirvieron de voluntarios a lo largo de su campaña, promovió un programa que se enfocaba en el retiro de tropas de Vietnam, apoyo al movimiento de los derechos civiles y una redistribución más justa de la carga tributaria. Ganó con un estrechísimo margen: el 50,5 por ciento de los votos.
Y cuando aún continuaba embriagado por las mieles de la victoria, la vida lo sacudió trágicamente. Su esposa y sus tres hijos (Beau, Hunter y Naomi) se dirigían a comprar un árbol de Navidad para decorar su hogar cuando el vehículo en el que se transportaban fue embestido por un camión. Aparentemente, Neilia Hunter pasó por alto una señal de tránsito y esto ocasionó el accidente. Los servicios de emergencia atendieron prontamente a la familia de Biden. Sus dos hijos, Beau y Hunter, presentaron algunas lesiones, pero su esposa y su hija Naomi no sobrevivieron. Décadas después, Biden admitiría que eso lo llevó a entender a las personas que contemplan el suicidio.
“Pensé en ello, no en hacerlo. Pensé en cómo sería ir al Puente Conmemorativo de Delaware, saltar y terminar con todo”, aseguró a CNN. “Pero nunca me subí al auto para hacerlo o ni siquiera estuve cerca”, agregó.
Etapa como senador
Quería renunciar al Senado y sus amistades lo disuadieron de hacerlo. Optó entonces por hacer lo que haría su padre: pararse en vez de seguir noqueado. Se posesionó como congresista en el centro médico en donde Beau y Hunter aún adelantaban su proceso de recuperación, y todos los días, por más de 36 años, tomó largos trayectos diarios de tren para ir a Washington DC a trabajar y regresar por las noches a compartir tiempo en familia. Familia que, además, se extendería en 1977 cuando volvió a casarse con Jill Tracy Jacobs y en 1981 cuando nació su hija menor, Ashley. Nunca dejó que sus labores interfirieran en su papel de papá.
En el Capitolio, entre 1987 y 1995, Biden fue parte del Comité Judicial del Senado. Se le recuerda por su férrea oposición a la nominación de Robert Borke como juez de la Corte Suprema de Justicia en la Presidencia de Ronald Reagan. Borke, en buena medida por las críticas de Biden, no llegaría a ocupar la magistratura (58 senadores votaron en su contra) y su fallido intento se convertiría en un hito de la cultura jurídica norteamericana.
El Comité de Asuntos Exteriores fue otro espacio en el que Biden se destacó, especialmente cuando lideró la postura de Estados Unidos con respecto al conflicto en los Balcanes. Llegó incluso a viajar a Europa y reunirse con el serbio Slobodan Milošević, a quien calificó, sin ningún temor, como “criminal de guerra”. Abogó, tanto en la presidencia de George H.W. Bush como en la de Bill Clinton, por la protección de la población kosovar.
Pero también hubo metidas de pata. Por ejemplo, en los 70 se opuso a la integración racial de los distritos escolares mediante el transporte. En aquella época, las escuelas ubicadas en barrios donde vivía la población afroamericana solían tener deficiencias a nivel académico y físico. Por lo tanto, se planteó la posibilidad de que algunos estudiantes afroamericanos pudieran asistir a mejores colegios, usualmente ubicados en lugares donde la población era mayoritariamente blanca. Era una propuesta de avanzada en esos años y Biden la criticó porque consideraba que el costo del transporte, el cual corría por cuenta del erario público, generaría un gasto innecesario. Hay que aclarar que nunca desaprobó la integración en sí, sino siempre y cuando hubiera que recurrir al transporte escolar para concretarla. Esta posición suya sería un tema en los recientes debates presidenciales cuando Kamala Harris, quien ahora es su formula vicepresidencial, lo señaló de trabajar con senadores racistas durante aquel tiempo.
“¿Estaba equivocado? Sí, lo estaba. Lo lamento, y lamento el dolor de los conceptos erróneos que causé”, expresó con arrepentimiento en un evento de su campaña en Carolina del Sur.
También se le acusó de plagiar un discurso del laborista británico Neil Kinnock cuando buscó por primera vez la candidatura demócrata para la Presidencia en 1988. Pese a que su campaña pintaba para llegar más lejos, los señalamientos desinflaron sus aspiraciones y no ocultó su frustración. Según dijo, es común que los políticos se roben algunas frases de sus declaraciones y, en consecuencia, la reacción de rechazo que recibió le pareció exagerada. “Y no estoy menos frustrado por el entorno de la política presidencial que hace que sea tan difícil permitir que el pueblo estadounidense mida a Joe Biden en su totalidad y no solo con las declaraciones erróneas que he hecho”, expresó en septiembre de ese año.
Después de los atentados a las Torres Gemelas en 2001, Biden, al igual que 28 de sus colegas demócratas, aprobó la resolución que dio origen a la intervención militar estadounidense en Irak. La forma en la que se desenvolvió el conflicto lo llevaron a retirar su apoyo a la invasión, pero dejó de ser un motivo para que muchos votantes lo pensaran dos veces antes de depositarle su confianza.
Vicepresidencia
Días después de cumplir 35 años como senador, en enero de 2007, Biden hizo público su deseo de ser presidente. Su principal carta de presentación era su larga experiencia, pero no fue suficiente para cautivar al electorado. El hastío con el gobierno de George W. Bush direccionó el apoyo popular hacia Barack Obama. Por segunda vez, en enero de 2008, retiró su postulación y negó que existiera interés alguno en unirse a otra campaña. Sin embargo, en agosto fue claro que no hablaba en serio cuando Obama lo presentó como su vicepresidente. Demostró ser una excelente pareja porque, a pesar de tener que competir contra la popular Sarah Palin (formula vicepresidencial de John McCain), se mostró dúctil en los debates y, en opinión de los expertos, aseguró para Obama el voto de la clase obrera. El resultado fue mucho mejor del esperado: doblaron en delegados del colegio electoral a sus oponentes y los superaron por 10 millones de votos.
Sus ocho años en la Casa Blanca –en 2012 fueron reelegidos tras ganarle a Mitt Romney y Paul Ryan– fueron bastante positivos. Como vicepresidente, a Biden se le delegaron funciones como moldear la política militar en Irak (invasión que para entonces ya era vista como un fracaso) y ayudar a aprobar el presupuesto. El legado más grande de la administración Obama-Biden, sin duda, es la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio, también conocida como Obamacare. Esta política garantizó atención médica a millones de personas que anteriormente, por cuestiones de costos, no tenían acceso al sistema de salud. Su tranquila forma de ser y sus posturas cada vez más liberales (como cuando se mostró a favor del matrimonio homosexual incluso antes que Obama) le consiguieron el cariño de las bases demócratas.
Y cuando esperaba culminar su periodo como vicepresidente sin ningún contratiempo, una vez más el dolor tocó su puerta. Beau Biden, su hijo mayor, murió de un cáncer de cerebro contra el que luchó por más de dos años. “Prométeme que estarás bien” fue una de las últimas cosas que le dijo a su padre. Su deceso fue el motivo por el que Biden desistió de perseguir una tercera candidatura en 2016.
Y ahora
Pero si bien dejó el Ejecutivo, los medios nunca descartaron que intentara regresar y con un rol más protagónico. La evolución de la retórica de Trump, a medida que avanzaba su gobierno, no le dejó más opción a Biden que dar un paso al frente. Desde 2018 proyectó su plataforma que, para su fortuna, encontró un impulso con la radicalización del espectro político norteamericano.
Independientemente de sus virtudes, las personas acudieron a sufragar con el objetivo de poner fin a la Presidencia de Donald Trump. Biden es percibido como la otra alternativa, un personaje considerablemente menos carismático que su rival, pero sí más mesurado y sensato. Esa imagen que se creó alrededor suyo fue la que lo llevó a ganar la primaria demócrata en la que su contendor principal fue Bernie Sanders, un autoproclamado “socialista” y la figura más visible de la izquierda estadounidense. Sanders, que contaba con un amplio apoyo de los jóvenes, no tuvo más opción que retirarse de la carrera electoral cuando los demás candidatos se unieron para dar su apoyo a Biden y su discurso de centro.
“Hoy les pido a todos los estadounidenses, a cada uno de los demócratas, cada independiente, a muchos republicanos, que se unan a esta campaña para apoyar tu candidatura, que yo respaldo”, manifestó Sanders en una transmisión conjunta que hizo con Biden.
Ese fue el espaldarazo que le hacía falta. Las personas afines a la izquierda podían no apreciar el discurso de Biden, pero entre él y Trump, su decisión era más que clara. De la misma forma sucedió con el resto de minorías y aquellos votantes de derecha que no lograron vincularse al extremismo que profesa su oponente. Este panorama, al parecer, fue advertido por el mismo Trump y sus asesores que en los últimos meses recurrieron a todo tipo de movidas que denotaban su desespero. En los debates, por ejemplo, el primer mandatario mencionó la adicción a las drogas ya superada de Hunter, el hijo de Biden, y lo asoció regularmente con dictadores como Nicolás Maduro o Fidel Castro, a pesar de que no existe ninguna especie de lazo. El todo se vale de los republicanos no funcionó.
Cada uno jugó sus cartas y Joe Biden triunfó: será el 46.° presidente de Estados Unidos. Su historia, en la que abundan los episodios grises y en donde el dolor parece ser una constante, es la fiel prueba de un hombre incansable que, aprovechándose de la ocasión, hoy alcanzó la cima.