Tras escapar hace diez años del oscuro pozo de la opresión de los regímenes militares, el modelo democrático de Birmania quedó expuesto ante los ojos del mundo.El primero de febrero, los temores de miles de birmanos se materializaron. Aung San Suu Kyi, líder del partido del Gobierno, la Liga Nacional para la Democracia (LND), fue detenida junto al presidente Win Myint y otros líderes democráticos. Minutos después, los jefes militares declararon estado de emergencia por un año y dieron el mando a su comandante, Min Aung Hlaing. Una vez más la bota asfixiante y opresora del régimen militar se posa sobre Birmania, tal como lo hizo durante 50 años.

¿Cómo fue el golpe de Estado en Birmania? | Foto: 2021 Anadolu Agency

Aung San Suu Kyi, conocida como la Dama, simboliza la nueva era en Birmania. Suu Kyi estuvo detenida entre 1989 y 2010 por su defensa prodemocrática. En 1991 recibió el Nobel de Paz por su “ejemplo extraordinario del poder de los que no tienen poder”. Pero recientemente fue cuestionada cuando justificó un genocidio étnico en su propio país. Michael C. Davis, profesor de Asuntos Internacionales en la Universidad O. P. Jindal Global de India, le explicó a SEMANA que la imagen de Suu Kyi “se vio gravemente dañada por defender el comportamiento militar en un genocidio contra los rohinyás. Ella pareció aceptar la tendencia local de clasificar a los rohinyás como bengalíes y defendió a los militares en las audiencias de la ONU”.

A pesar de las acusaciones en su contra, Aung San Suu Kyi y su partido consiguieron 80 por ciento de los votos en las elecciones de noviembre del año pasado, y se preparaban para asumir su segundo mandato. Pero el resultado aplastante fue un duro golpe para los representantes militares, también superados por amplio margen en los distritos en donde tenían, sobre el papel, más apoyo popular. Finalmente, y al mejor estilo de Donald Trump, denunciaron un fraude electoral. Aunque entregaron el poder en 2010, los militares mantenían un estricto control en Birmania gracias a la Constitución de 2008, redactada con la junta militar al mando. Gracias a lo consignado en la carta magna, los militares se aseguraron una cuarta parte de los escaños del Parlamento, así como el control de los ministerios más importantes e impunidad política.

Todo indica que la disputa actual será de largo aliento. Como le dijo a SEMANA Pío García, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Externado, “es previsible que el conflicto se prolongue por varios meses, hasta que haya acuerdo militar para restaurar el orden civil o hasta las elecciones previstas para el próximo año, según anunciaron los golpistas”. Por su parte, la comunidad internacional no guardó silencio. La Unión Europea denunció el golpe, mientras que el Gobierno chino de Xi Jinping, vecino de Birmania, declaró que no pueden tomar cartas en el asunto hasta que no se esclarezca lo sucedido, dando pie a que se prolongue el Gobierno militar en los meses por venir.

Biden exigió la salida inmediata del Ejército del poder. Xi Jinping prefirió guardar silencio sobre el golpe de Estado en su país vecino.

El golpe podría beneficiar a Xi Jinping. Los inversores occidentales saldrían de Birmania y el país dependería todavía más de la economía china. De ahí el silencio del gigante asiático, que apenas invitó a las partes a solucionar sus diferencias. Joe Biden ya enfrenta su primer gran reto internacional. Tras el aislacionismo de la era Trump, la situación le pide al demócrata retomar el estatus de Estados Unidos como abanderado de la democracia. Biden exigió la salida inmediata del Ejército y pidió a la comunidad internacional restaurar el sistema democrático en el país asiático. Para García, lo de Biden es una advertencia seria: “Primero puede negar el reconocimiento a los representantes del nuevo Gobierno y luego presionar hasta llegar a las sanciones económicas”. Pero Biden tendrá que cuidarse de afectar a los birmanos, quienes sufrieron hace apenas unos años las sanciones económicas de las potencias para acelerar la transición democrática.

En todo caso, el golpe de Estado en Birmania es un retroceso para la transición democrática que inició aquel país en 2008. Con el apoyo demostrado en los comicios, las movilizaciones populares podrían intimidar a la junta militar, apoyada hasta ahora en el silencio chino. Lo preocupante es que una vez más, como sucedió en otras latitudes durante la pandemia, los malos perdedores se toman a la fuerza el poder perdido en el voto popular.