La imágen de Camilla Parker llegando a la abadía de Westminster al lado de los personajes más queridos de la monarquía muestra el enorme cambio que le han traído los tiempos. La supuesta mala de la película está ahora sentada en el trono en el que todos querían ver a la fallecida Diana.
El rostro de la reina consorte apareció en la ceremonia lejos de su esposo, el rey Carlos III, quien entró tras el féretro con los otros tres hijos de la reina, el príncipe heredero Guillermo y su hermano Enrique, en medio del triste sonido de las gaitas.
La reina consorte apareció también en un corto video homenaje a la reina, que transmitió la BBC de Londres, hablando del amor de la reina por sus caballos y elogiando su vida llena de gloria. Camilla llegó a ese cargo, que no tuvo ni el mismo esposo de la monarca, con el aval de la mismísima reina Isabel II, quien poco antes de su reciente muerte autorizó su coronación como reina consorte, luego de que durante años la quisiera fuera del panorama.
El camino hasta aquí ha sido una novela sobre sexo y monarquía, que habría tenido un desarrollo quizá menos trágico de no ser porque Carlos no fue decidido hace 51 años, cuando se enamoró locamente de Camilla, tras ser presentados por su amiga Lucía Santacruz. Se conectaron al instante porque compartían el gusto por la caza.
Según la biógrafa Penny Junor, al príncipe lo cautivó que ella reía con ganas, y de las mismas tonterías que él, y que no lo trataba como al hijo de la reina, sino como a cualquier otro joven. Su tío favorito y mentor, lord Mountbatten, le había recomendado a Carlos que tuviera todas las amantes, pero que para casarse eligiera a una joven de la alta nobleza, virgen y dócil. Camilla no era nada de eso, pero el príncipe abrigaba la ilusión de que convencería a su familia de aceptarla. A todas estas, no le había revelado a Camilla lo ‘tragado’ que estaba de ella, quien, por su parte, lo usaba para darle celos a su novio, Andrew Parker Bowles.
Estaba ciega de amor por este rubio que era lo que se conocía como un deb’s delight, o delicia de las debutantes, por ser el más guapo y arrollador. Además, su familia tenía las mejores conexiones con la realeza, a tal punto que fue paje de la reina en su coronación y preferido de la reina madre. Empero, el fogoso Andrew le rompió mil veces el corazón a Camilla, pues se acostó con todas sus amigas. De otro lado, tenía un romance con la princesa Ana, hermana de Carlos. Aun así, seguía empeñada en casarse con él, de manera que es dudoso que le hubiera dado el ‘sí’ al príncipe.
En últimas, Andrew y Camilla y fueron al altar en 1973, en una boda a la que asistieron la reina madre, Ana y otros parientes de la reina. Carlos no la olvidó, así que se hizo amigo de su esposo, no salía de su mansión medieval de Bolehyde Manor, y apadrinó a su hijo mayor, Tom.
Para 1978, harta de las infidelidades del marido, ella se hizo amante de Carlos. Parker Bowles estaba orgulloso de que su esposa fuera la querida del futuro rey. Cuando sus deberes con la corona lo obligaron a comprometerse con Lady Di, Carlos la presentó a los Parker Bowles y los cuatro hacían planes juntos.
En principio, Diana apreció la amistad de Camilla. Sin embargo, cuando él le confesó que habían sido amantes, hubo en ella un cambio brutal, se obsesionó para siempre con su rival y así arrancó el infierno por todos conocido.
Camilla, mediante la biógrafa Junor, se quejó de que jamás nadie ha querido su versión. Para ella, Diana se casó por interés, “le coqueteó al príncipe e hizo hasta lo imposible para ser lo que él quería que fuera”. Ella y Carlos también aprobaron que en el libro se dijera que Diana era “deshonesta, loca, paranoica y mala madre, porque no les ocultaba sus amantes a sus hijos, William y Harry”.
Camilla también lamenta el infierno que vivió tras la muerte de Diana, que la apodó ‘la Rottweiler’, cuando la saña pública se exacerbó y afectó su salud. Por eso, el día de su boda, en 2005, no quería levantarse, convencida de que la iban a abuchear. No fue así, pero no se vio exenta de gestos como el de la reina, quien solo estuvo en la recepción diez minutos.
Camilla Rosemary Shand nació el 17 de julio de 1947 en East Sussex, en el seno de una familia de clase alta, que se preciaba de que su bisabuela, Alice Keppel, había sido amante, de 1898 a 1910, de Eduardo VII, tatarabuelo de Carlos. Su padre, Bruce Shand, era un oficial del Royal Army, en tanto que su madre era hija del barón Ashcombe y la que aportó la fortuna.
Educada en su patria, en Suiza y en Francia, muy pronto tuvo claro que lo suyo era convertirse en una señora bien y de campo. Ahí donde se le ve, fue la debutante más apetecida, en pleno swinging de Londres. En 1989, al ver lo deprimido que Carlos estaba por su matrimonio con Diana, sus amigos, los Van Cutsem, hicieron que se volviera a ver con Camilla.
El entorno del príncipe afirma que fueron las infidelidades de la princesa las que lo devolvieron a sus brazos. Se ha dicho que en ella Carlos encontró lo que Diana no le dio, pero hay otra verdad y es que Camilla le brindó el amor y atención que la reina Isabel y su esposo Felipe, fríos y distantes, nunca le mostraron. Al contrario de él, Camilla creció querida y mimada, en especial por su padre, por cuya influencia se volvió una devoradora de libros. Tal es la clave de la salud emocional que ella le ha aportado al rey.
Tras la boda hace 17 años, Carlos contrató a un asesor de prensa, Mark Bolland, para mejorar la imagen de Camilla. Ella, astutamente, hizo amigos en la prensa, comenzando por los que más habían contribuido a su mala fama, como el Daily Mail. También se ayudó, dijo Bolland, no buscando protagonismo. En 2006, solo el 21 % de los británicos deseaban que fuera nombrada reina consorte. La semana pasada, a los dos días de la muerte de Isabel, 53 % pensaba que sería una buena reina.
El cambio se operó, asegura The Times, porque los súbditos empezaron a conocer a la verdadera Camilla. Si tuvo una estrategia, fue ser ella misma: una señora simpática, que saluda desde el ministro hasta el aseador, y el único miembro de la familia real que no se niega si le piden una selfi en la calle. “¿Por qué no?”, responde.
Quienes la conocen aseguran que es la mejor persona para tener en una crisis, porque anima a no exagerar las reacciones. Es tan calmada que no se atemorizaba con el fantasma que acechaba en su mansión. La que alguna vez fue considerada “la mujer más perezosa de Inglaterra”, se volvió una activista muy ocupada contra la violencia intrafamiliar y sexual. Eso le sumó puntos ante el público, lo mismo que su exitoso club de lectura.
Es en casa, no obstante, donde ha hecho su mejor labor, afirman los cronistas de realeza, pues se le atribuye “haber hecho de Carlos un ser semifuncional”. En otras palabras, él depende absolutamente de Camilla, la única con el poder de frenar sus frecuentes furias. Si ella no está, él no oculta su aburrimiento y molestia.
Asimismo, confía en su criterio para todo y compensa con su ayuda la ingenuidad que se le achaca al nuevo rey. Sus allegados afirman que está contenta de asumir su trabajo a los 75 años y con aceptación entre la gente, pero sabe también que los rescoldos de desprecio jamás se extinguirán.
Las fastuosas joyas de la reina Isabel que hereda Camilla Parker
Quién lo creyera, la mujer que alguna vez no mereció las simpatías de la fallecida Isabel, ahora no solo es la nueva reina consorte de Inglaterra, sino que además estará en capacidad de revestirse con las alhajas que fueron otro distintivo del estilo único de su suegra.
En privado, Isabel era feliz vistiendo un viejo abrigo, botas de trabajo y una bufanda para pasear con sus perros y caballos por sus tierras. Pero como la gran intérprete de su rol que fue, estaba convencida de la importancia de cubrirse con las prendas que le dieran notoriedad y representaran la riqueza de su país.
Al respecto, las joyas desempeñaron un papel determinante y llegó al trono, en 1952, dotada con uno de los cofres más impresionantes de la historia, tanto, que nadie es capaz de ponerle precio.
Algunas piezas provienen de sus antepasadas de todos los tiempos, desde una tan lejana como la reina Ana, del siglo XVIII; la reina Victoria, del siglo XIX; o la reina Mary, su abuela. Otras fueron regalos de sus padres, Jorge VI y Elizabeth Bowes-Lyon; y de su esposo, Felipe de Edimburgo. Sus homólogos, como los monarcas de las monarquías petroleras de Oriente, también le hicieron valiosos obsequios, al igual que países como Brasil, que le regaló unas espectaculares aguamarinas.
Una parte del tesoro está bajo la custodia de la Royal Collection, institución que guarda, cuida y exhibe las obras de arte, muebles, alhajas, libros, manuscritos, fotos, textiles suntuosos y otros objetos valiosos de la casa real. Otra parte era de la colección privada de Isabel y lo previsible es que la mayor parte pasen a Carlos y por ende a su reina. Kate Middleton, como esposa del heredero, William de Gales, también verá enriquecido su joyero con algunas de ellas. El resto irá a los otros hijos de Isabel, pero se espera que, dado su valor sentimental o artístico, algunas sean donadas a la Royal Collection.
Pasado el duelo y cuando Camila esté en pleno desempeño de su papel, cundirá la expectativa por las alhajas de Isabel que usará en sus apariciones en público. Sin duda, siempre será noticia cada vez que elija una tiara para ocasiones como cenas de Estado o la apertura del Parlamento. Al respecto, está el referente de Letizia, esposa de Felipe VI, quien tardó años en estrenar las piezas más sobresalientes de las “joyas de pasar” de las reinas de España.
La reina ya le había dado a Camila dos coronas de la colección para noches de gala. Una es la tiara Delhi Durbar, hecha para la reina Mary en 1911 y que solía lucir la reina madre. Solo la usó en una cena de Estado en Noruega en 2005.
La otra es la tiara Greville, de Boucheron, favorita de la reina madre y, al parecer, lo mismo de Camila, pues es la que más ha elegido durante los 17 años que ha estado casada con el ahora rey Carlos.
Está por verse si primero seguirá engalanándose con estas piezas, que son dignas de una reina, para, pasado un tiempo prudencial, empezar a elegir otras que llevaba su suegra. Hay que recordar que la colección de coronas es bien extensa y hay muchas piezas que no se usan o ni se ven en público hace años.
Una de ellas es la Teck Crescent Tiara, con flores y lunas en creciente. En su libro The Queen Diamonds, sir Hugh Roberts afirma que ya le había sido ofrecida a Camila por la reina. Se trata de otra herencia de la reina Mary (coleccionista compulsiva de joyas) y muy de gusto también de la reina madre. Que las prendas de la abuela de Carlos le hayan sido cedidas a Camila no deja de ser significativo, pues el nuevo rey era muy apegado a ella.
Según el Daily Mail, otra joya de la reina madre que ya tiene asegurada Camila es la corona que lució en la coronación de Jorge VI en 1937, de 2.800 diamantes y una piedra estrella, el afamado diamante Koh-i-Noor, de India, de 105 quilates.
Para algunos, sería demasiado que Camila se pusiera sobre las sienes las coronas preferidas de Isabel, como la tiara de la gran duquesa Vladímir, la que le dieron las jóvenes de Gran Bretaña e Irlanda del Norte a la reina Mary o la de diamantes con que solía llegar al Parlamento para su apertura. Otros pronostican que se decantará por aquellas que su majestad usaba un poco menos, como la tiara de los rubíes de Birmania o la de zafiros que le regaló su padre, Jorge VI.
Lo que sí es más probable es que a la nueva reina se le vea lucir prendas de la colección de 100 broches de Isabel, que a menudos les prestaba tanto a ella como a Kate Middleton y otras mujeres de la familia.
Para la reina, estos accesorios no eran solo adornos, sino que los usaba para homenajear a un país o evocar parientes o amigos. De igual modo, los elegía de acuerdo con la ocasión. A la boda de su nieto William, con Kate, nuevos príncipes de Gales, por ejemplo, se presentó con el broche del nudo de los enamorados. La reina Mary se lo compró, en 1932, a Garrard, el orfebre real.
Otro favorito de Isabel era el broche Cullinam V, en forma de corazón, pieza excepcional de la alta joyería, debido a que es una de las seis gemas en que se dividió el diamante Cullinam, el más grande del mundo y que le fue dado a la reina Mary por el pueblo de Sudáfrica en 1910.
Se ha sugerido que Isabel II podía usar sus broches también para enviar ciertos mensajes. Un caso citado al respecto es que cuando recibió la visita del presidente Donald Trump, en 2021, se puso el prendedor que le regalaron Barack y Michelle Obama, sus amigos especiales, un gesto que sería deliberado.
Otro de los más impresionantes es el broche en forma de concha marina que heredó de la reina madre. La figura es formada por filas de diamantes con una perla acunada en la base y cadenas de las mismas gemas debajo.
En 1954, Isabel fue obsequiada por el pueblo de Australia, donde también era reina, con un broche en forma de ramo de acacias, la flor nacional del país, hecho con diamantes blancos y de colores.
Nueva Zelanda, que igualmente la tenía como reina, no se quedó atrás y en 1953 sus mujeres le regalaron un pin en forma de helecho plateado, emblema del país. En 2014, se lo prestó a Kate Middleton para su visita allí junto con William. Por su parte, el pin de amatista y diamantes que usó en su alocución cuando estalló la pandemia del coronavirus proviene de Mary y es considerado un símbolo de protección.
Isabel deja una deslumbrante serie de collares que también era muy dada a permitir que los lucieran sus nueras y las esposas de sus nietos.
Como la mujer de su tiempo que era, sus primeras alhajas para el cuello fueron de perlas, como la que le dio su abuelo, Jorge V, en 1935, con motivo de sus 25 años en el trono. Para el diario vivir o compromisos de día era muy frecuente verla con el collar de tres vueltas que le regaló su padre, pero poseía muchos otros.
Mucho más ostentosos son los de gemas preciosas que deja su majestad. Son múltiples, pero sobresalen tres considerados como “clásicos” de la reina. Por un lado, está el collar del Nizam de Hyderabad, llamado así por el monarca indio que se lo brindó con motivo de su boda con Felipe en 1947. Es obra de Cartier y en tiempos recientes lo ha usado varias veces Catherine de Gales.
Otro clásico es el collar de diamantes que Jorge VI le regaló a Isabel en 1950, el cual también figura entre los que más le encantaban. De dos vueltas, fue creado con 105 piedras que se contaban entre las que Garrard mantenía en reserva en caso de que el rey o la reina quisieran alargar o mejorar una corona o collar.
El tercero es el collar Delhi Durbar, de esmeraldas y diamantes, usado por la reina Mary durante la proclamación de Jorge V como emperador de India, en 1911. Es extravagante, pero no tanto como el de aguamarinas que duraron un año en ser recogidas en las minas, presente de Brasil con motivo de la coronación. Fue engastado por la casa Mappin & Webb, de Río de Janeiro, y contiene además platino y diamantes. Se trata en realidad de un aderezo, del que también forman parte unos aretes, un brazalete y un broche. El país siguió proveyendo a Isabel de aguamarinas, con las que ella mandó a hacer una tiara en 1971.
Los hay además de enormes rubíes, como el que le regaló el príncipe Alberto a su esposa, reina Victoria. Originalmente era con ópalos, pero su nuera, la reina Alexandra de Dinamarca, los mandó a cambiar por las piedras rojas.
Para grandes veladas, hay también suficientes alternativas de aretes largos, como los ovalados de perlas y diamantes que pertenecieron a la duquesa de Gloucester, tía abuela de la reina Mary.