El veredicto causó indignación. De Boston a San Diego y de Chicago a Miami, la absolución el sábado pasado de George Zimmerman por la muerte del joven negro de 17 años Trayvon Martin desató una ola de furia en la población afroamericana de Estados Unidos. Para ella, la providencia dictada por un jurado de seis mujeres, cinco de ellas blancas, constituye no solo una injusticia contra la minoría de color en todo el país sino que obliga a revisar las leyes llamadas Stand Your Ground (Conservar el territorio, en español), que permiten a un civil armado el uso de la fuerza si se siente amenazado. La temperatura subió de tal modo a consecuencia del fallo que el presidente Barack Obama expidió un comunicado en la Casa Blanca en el que pidió calma y también respeto a la decisión judicial.La historia había empezado la noche del 26 de febrero de 2012 cuando Trayvon Martin venía de comprar dulces en una tienda de Sanford, en el estado de Florida. Iba en sudadera con la capucha puesta. Llovía. De repente lo vio Zimmerman, un corredor de seguros de 29 años, hijo de una peruana, que conducía su carro y portaba una pistola semiautomática porque participaba en un programa de vigilancia de su barrio. Al sospechar de Martin, Zimmerman telefoneó a la Policía de la localidad. Un oficial le agradeció la llamada y le solicitó que se quedara dentro del vehículo. Lo que pasó enseguida se desconoce pues no hay testigos, pero lo cierto es que tras discutir con él, Martin tiró a Zimmerman boca arriba, se le sentó encima a horcajadas y comenzó a golpearle la cabeza contra el piso. El vigilante logró sacar el arma y le disparó en el pecho. Cuando la Policía llegó, halló tendido a Trayvon Martin  en la calle, muerto.El hecho suscitó una controversia monumental. Hubo protestas en colegios, donde centenares de niños marcharon con la capucha del buzo puesta, sobre todo como respuesta a Geraldo Rivera, un periodista hispano que a veces se va de la lengua en la cadena Fox, para quien esa pinta “de estilo gánster fue tan responsable por la muerte de Trayvon Martin como el señor George Zimmerman”. Además, varios afroamericanos destacados salieron al quite. Al Sharpton, comentarista del canal MSNBC, exigió una investigación muy completa y el excandidato presidencial demócrata Jesse Jackson describió en un juego de palabras al joven muerto como “murdered and martyr” (“asesinado y mártir”). Pero el líder más sobresaliente que se pronunció fue el propio Obama. “Si yo tuviera un hijo sería como Trayvon”, manifestó el 23 de marzo siguiente en Washington. Dos semanas más tarde, el 11 de abril, la Fiscalía le imputó a Zimmerman el cargo de homicidio en segundo grado, un delito cuya pena es de hasta 30 años de prisión. El juicio se inició el 24 de junio y atrajo la atención de toda la prensa.La sentencia, sin embargo, ha generado aún más reacciones y controversias. Es verdad que la exoneración a Zimmerman no ha producido manifestaciones virulentas y extendidas como las que se llevaron a cabo en California en 1992 a raíz de un fallo absolutorio a los policías que el 3 de marzo de 1991 le habían dado en Los Ángeles al afroamericano Rodney King. En ese entonces hubo 53 muertos, más de 2.000 heridos, 7.000 incendios, más de 3.000 almacenes saqueados en esa ciudad y pérdidas por más de 1.000 millones de dólares, todo lo cual pudo contenerse cuando el presidente George H. W. Bush envió al Ejército. Pero la decisión del jurado en el caso Zimmerman ha dado origen a dos corrientes de opinión.Por un lado, ha salido nuevamente a la superficie la acusación de que la Policía y  la Justicia discriminan a los negros. Las cifras hablan por sí solas. En Estados Unidos, un país de 310 millones de habitantes, la población afroamericana equivale a un 14,2 por ciento del total según el censo de ese país. No obstante, de todas las personas en prisión, las de color conforman el 41 por ciento, es decir, seis veces más que el promedio nacional. Un dato adicional causa más inquietud: en ese país hay más negros en la cárcel que en la universidad. Por si fuera poco, el fiscal general Eric Holder, afroamericano hijo de un inmigrante de Barbados, recordó el martes pasado en la National Association for the Advancement for Colored People (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color) cómo por el tono de su piel ha sido interceptado por la Policía. Una vez porque conducía con exceso de velocidad, cosa que no era cierta, y la otra cuando corría a comprar una entrada a cine en el elegante barrio de Georgetown en Washington. “Y eso”, dijo, “que para esa época yo ya era un fiscal federal”.El otro debate que ha empezado tras la absolución de Zimmerman, en el cual ha intervenido Holder, se ha dado en torno a las leyes Stand Your Ground, que sirvieron de argumento a la defensa del vigilante. Vigentes en una treintena de estados, entre ellos Florida –donde comenzó a regir en 2005–, estas normas permiten que una persona, si se siente amenazada y se encuentra en un sitio donde cree tener derecho a estar, puede emplear la fuerza o un arma. Las Stand Your Ground hunden sus raíces en la llamada Doctrina Castillo, creada en 1628 por el jurista inglés Edward Coke, en virtud de la cual los ocupantes de castillos tenían todo el derecho de repeler con armas un ataque contra la edificación. Aplicada en Estados Unidos, la tesis sostiene que una persona puede matar legalmente a cualquiera que irrumpa sin su permiso en su casa. Sin embargo, el problema en Florida es que la ley de 2005 no solo le da derecho a una persona a defenderse en su propiedad –su casa o su carro–, sino en lugares donde piense que tiene derecho a estar –como en el vecindario o en un parque–. Para rematar, un estudio del profesor Mark Hoekstra de la Universidad Texas A&M sostiene que en los estados donde rigen esas leyes hay más homicidios.   Holder considera que “esa normas, al ampliar seriamente el concepto de legítima defensa, pueden estimular un escalamiento de las situaciones de violencia”. De ahí que muchos expertos vean en la sentencia absolutoria un mal presagio para una sociedad atravesada por la violencia y llamen a que las leyes Stand Your Ground se pongan en entredicho. Porque con ellas, casos como el de Trayvor Martin están, literalmente, a la vuelta de cada esquina.