Montados en una pequeña grúa, dos ‘chalecos amarillos’ arremeten contra la puerta del edificio del ministerio del portavoz del gobierno, cual soldados con ariete que embisten una fortaleza. Cuando la puerta cede ante la fuerza de la máquina, la multitud estalla en gritos de júbilo y vislumbra, por primera vez desde que el movimiento de protesta social comenzó, en noviembre de 2018, la posibilidad de tomar un edificio del poder.
Mientras los ‘chalecos amarillos’ entran y atacan los carros del patio interior de la mansión Rothelin-Charolais, monumento histórico del lujoso distrito VII de París, el portavoz del gobierno, Benjamin Griveaux, sale precipitadamente, evacuado por su servicio de seguridad por una puerta secreta. Al final, los manifestantes abandonan el edificio sin provocar daños más graves. Sin embargo, esta escena, ocurrida el sábado 5 de enero, muestra la radicalización de una parte del movimiento que nació contra los impuestos al combustible diésel. Ante la firmeza y la amplitud de las protestas, el gobierno decidió a finales del año pasado congelar los impuestos a los carburantes y las tarifas del gas y la electricidad, ofrecer 100 euros mensuales en primas a quienes ganan el salario mínimo y organizar un gran debate nacional sobre las principales reivindicaciones de los manifestantes. A pesar de esas importantes concesiones, entre 30.000 y 60.000 franceses se siguen dando cita los sábados, sobre todo en París, que ellos consideran ciudad símbolo de la élite. Durante los demás días de la semana, los ‘chalecos amarillos’ se encuentran en las rotondas de las autopistas o en los parqueaderos de los centros comerciales de las zonas suburbanas, en donde encienden fogatas para escapar al frío invernal, comparten y debaten.
Los ‘chalecos amarillos’ que han querido hablar con el gobierno han recibido amenazas de muerte. Una señal de la creciente radicalización. Foto: AFP. ¿Qué buscan exactamente? Maxime Nicolle, uno de los miembros más mediáticos y presentes en las redes sociales, explicó esta semana en una entrevista con el sitio web Konbini que el principal objetivo del movimiento es destituir al presidente. “Si Macron quiere que nos detengamos, lo mejor es que haya una disolución de la Asamblea Nacional y que él abandone sus funciones para instaurar una asamblea ciudadana”, afirmó. Sus palabras coinciden con los gritos de “Macron, démission!” que resuenan constantemente en las protestas. Le sugerimos leer: Macron enfrenta una cólera amarilla en Francia Para provocar esa renuncia, Nicolle, como muchos otros de los manifestantes, exige instaurar el RIC (referendo de iniciativa ciudadana), la principal reivindicación del movimiento. Esta herramienta permitiría, tras recoger un número determinado de firmas, lanzar un referendo sobre cualquier tema, para crear o suprimir una ley e, incluso, modificar la Constitución o destituir a un político. La primera pregunta, según Nicolle, sería saber si los franceses quieren que Emmanuel Macron siga en el poder. Los analistas coinciden en que ese tipo de propuestas, aunque radicales, hacen parte del juego democrático, pero que los métodos de revuelta de una parte del movimiento se han vuelto extremos. Al menos han amenazado de muerte a 50 parlamentarios, los han insultado, les han proferido injurias racistas o sexistas, y los han atacado físicamente a ellos, sus familias o sus bienes. Han agredido a decenas de periodistas durante las manifestaciones, lo que ha obligado a algunos medios a contratar guardaespaldas para garantizar su seguridad. Por si fuera poco, los ‘chalecos amarillos’ que han querido dialogar con el gobierno han recibido amenazas de muerte. En los grupos de Facebook abundan los insultos y las tesis conspirativas. “El movimiento social que hace temblar al país desde hace dos meses se dejó poco a poco tomar por una venganza inaceptable. Provocada por los ‘chalecos amarillos’ radicalizados, o por grupúsculos de ultraderecha o de ultraizquierda que aprovechan la ocasión para expresar su odio al Estado, al poder y a la ley republicana, la demostración de esta agresividad es hoy cotidiana”, escribió en un editorial el diario Le Monde, que se ha esmerado en darle visibilidad a la dimensión social de la revuelta. Al mismo tiempo, los partidos populistas han sabido alimentarse de esa radicalización. Según una encuesta del instituto Ifop-Fiducial, 35 por ciento de los franceses ven hoy al partido ultraderechista Reagrupamiento Nacional (antes Frente Nacional) de Marine Le Pen como el principal partido de oposición, 13 puntos más que hace 5 meses. Según el último sondeo sobre las elecciones europeas de mayo, realizado por el instituto Odoxa el 20 de diciembre, Reagrupamiento Nacional ganaría ampliamente estos comicios con 24 por ciento de los votos, seguido de La República en Marcha, el partido de Macron, con tan solo 19 por ciento. Le puede interesar: Ordenan examen psiquiátrico a Marine Le Pen por tuits sobre el Estado Islámico El Palacio del Elíseo, hasta ahora, no parece buscar el apaciguamiento y recibe críticas de las organizaciones defensoras de los derechos humanos. El primer ministro, Édouard Philippe, propuso esta semana endurecer la ley para castigar fuertemente a los que perturban el orden. Para ello, el jefe de gobierno sugiere ciertas medidas como castigar a quienes no registren una manifestación en las prefecturas de Policía, como lo indica la ley en Francia, convertir en delito esconder el rostro en una protesta y crear un archivo con los datos de los violentos para prohibirles asistir a las marchas. “En vez de respuestas sociales y políticas para bajar la tensión, escoger el autoritarismo es peligroso para nuestra democracia y nuestras libertades, que necesitan, por el contrario, fuerza y vigor”, indicó en un comunicado la Liga de los Derechos Humanos (LDH).
Para salir de la crisis Macron lanzará esta semana el debate nacional. Foto: AFP. La última esperanza de Macron para salir de la crisis y calmar la calle es el debate nacional que lanzará esta semana y durará tres meses. Si quiere tener éxito, el presidente deberá primero vencer el pesimismo de los franceses, pues solo 30 por ciento cree en la utilidad del debate, según las encuestas. Su segundo desafío consistirá en responder a la sed de democracia directa de los ‘chalecos amarillos’. ¿Cómo darle más voz al pueblo en un país con un sistema ultrapresidencialista con el poder concentrado en el jefe de Estado? Por eso, lo más importante es la profundidad de las reformas que deberán emerger de ese debate. Porque, como indica el abogado Thibault de Montbrial, especialista de los temas de seguridad y orden público en el diario Le Figaro, el cambio debe ser extenso: “Es necesario ser inflexible con la violencia antiinstitucional y pedir una ruptura política mayor. La respuesta política debe ser espectacular. Si no lo es, el drama es irremediable”.