Una presidencia impopular y poco efectiva, un estallido social y unas elecciones presidenciales venideras parecen ser el caldo de cultivo perfecto para que los radicalismos se tomen el poder en Latinoamérica. Pasó con Bolsonaro en Brasil en 2018; en Perú, en la insólita segunda vuelta entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori, donde triunfó el primero. Ahora Chile parece estar condenado, al igual que otros países, a escoger entre dos extremos casi empatados que, sin importar la elección, dividirán a la población.
Todo indica que el miedo será la consigna de cara a la segunda vuelta electoral, que se realizará el próximo 19 de diciembre. Los candidatos José Antonio Kast y Gabriel Boric parecen decididos a probar que su contrario puede destruir el país y mostrarlo como alguien supremamente peligroso para la democracia. Una campaña basada en el que asuste más a los votantes.
Para entender un poco a la persona que pueda ser el que dirija el destino de Chile, hay que repasar a los dos candidatos y qué pueden representar de cara al futuro. José Antonio Kast ganó la primera vuelta electoral con un poco más de 2 puntos porcentuales de diferencia contra su perseguidor. Es destacado como alguien cercano a la extrema derecha e incluso defensor del dictador Augusto Pinochet. También ha levantado polémica por comentarios que han sido tachados de xenófobos y misóginos. Como experiencia principal está haber sido diputado en dos ocasiones.
Su contrario, Gabriel Boric, durante su época estudiantil fue presidente de la Federación de Estudiantes de Chile. También fue elegido como diputado en dos ocasiones. Se recuerda por su activa participación en las movilizaciones estudiantiles de 2011. Así mismo, terminó siendo elegido por Elijo Dignidad, bloque de coalición de partidos de izquierda.
De igual manera, la radicalización a la hora de los comicios solo se puede entender bajo el precepto de una falta de unión del centro en sus distintas variantes ideológicas. En perspectiva de esto, está que Kast sacó el 27,9 por ciento de los votos, mientras que Boric quedó segundo con el 25,8 por ciento. Paralelamente, la suma de todos los candidatos de alguna de las ramas del denominado centro político sumaban el 46 por ciento de los sufragios, pero la falta de unidad los terminó condenando.
A pesar de los resultados de esta primera vuelta, la mayoría de los chilenos se identifican con una postura de centro. Sin embargo, esto demuestra que los candidatos de centro no han terminado de conquistar a sus electores, prefiriendo huir de posturas más radicales y sin preocuparse por la posibilidad de que sus candidatos lograran unirse con otros políticos.
Ahora, la lucha entre ambos candidatos parece ser por atraer a los votantes de centro, que no son pocos. La capacidad de Kast de atraer a la centroderecha y la de Boric con la centroizquierda será vital para una elección que no parece tener un favorito claro para la segunda vuelta. Sin embargo, desde ya los candidatos empiezan a aligerar sus discursos con el fin de conquistar más votos.
A pesar de lo caótico del escenario, Chile no se va a acabar por tener que elegir entre dos orillas políticas, no por los candidatos per se, sino por el contexto de Kast y Boric ante la posibilidad de ser presidentes. Los votos de sus movimientos no les alcanzan para ganar en segunda vuelta, necesitan moderarse, y desde el primer minuto después de conocerse los resultados de la elección abandonaron sus discursos más tradicionales de izquierda y derecha política.
Congreso distinto
Pero las elecciones presidenciales no necesariamente son las que van a marcar el destino de los chilenos, sino las del Congreso, que se celebraron también el 21 de noviembre y que dieron unos resultados totalmente contrarios a las presidenciales. Los movimientos de centro fueron los que más escaños lograron en un Congreso que, en general, quedó bastante distribuido. “En el Senado se equipararon las fuerzas políticas y eso obligará a avanzar nuevamente en la búsqueda de acuerdos”, dijo Juan Jaime Díaz, subdirector del diario El Mercurio de Chile.
El país austral pasó de ser un bastión de la democracia latinoamericana a ser una total incógnita. “Chile se había caracterizado en los últimos años, desde la vuelta a la democracia, por la búsqueda de acuerdos en su Congreso. Esto se había venido perdiendo, pues se estaba imponiendo un sector. Como resultado: la intolerancia, las decisiones de corte populista y la ley del más fuerte en el interior de los partidos políticos afectaron muchas de las decisiones que se tomaron, las cuales además estaban aupadas por las redes sociales”, complementa Díaz.
Chile ahora tiene una gran misión y es superar la era de Sebastián Piñera, que en su segundo mandato no solo dejó muchas polémicas y hasta un intento de destitución, sino una popularidad terriblemente baja de tan solo 20 por ciento, según el diario El País, más después del escándalo por su aparición en los Pandora Papers. La impopularidad del mandatario ha sido otro factor clave para que dos personas alejadas del Gobierno se puedan subir al tren de la popularidad, más allá de sus posiciones radicales.
Chile se debate en un centro incapaz de unirse por diferencias y rencillas del pasado, un presidente impopular, una ciudadanía que sale a las calles a protestar periódicamente –y algunos a vandalizar–, candidatos que apoyaron al Gobierno saliente que están marcados con una cruz, un Senado con votos que no representan a los ganadores presidenciales y una segunda vuelta con un probable voto finish entre el candidato de izquierda y el de derecha. Lo que está pasando en Chile perfectamente puede aplicarse a casi cualquier país de la región que ha tenido elecciones en los últimos años.
La inestabilidad y la polarización se han vuelto una constante en Latinoamérica, e incluso puede extenderse a la elección de Joe Biden en los Estados Unidos. Familias divididas, grescas en las calles y un ambiente totalmente tóxico e invivible dentro del Gobierno y en las redes sociales es lo que le podría esperar a Chile, como ha pasado últimamente en los países que se han dejado llevar por los radicalismos. Por ejemplo, en Perú, Pedro Castillo tuvo que cambiar a todo su gabinete para que un Congreso dividido le apoyara algunas de sus propuestas.
No obstante, el caso de Castillo también puede ser un ejemplo a seguir, ya que a pesar de su pensamiento radical terminó moderándose y ganando gobernabilidad y algo de popularidad. No todo está perdido en el país austral, pero la pregunta desde Colombia es ¿nos tocará algo igual? Aún es prematuro para decirlo, pero los ingredientes están servidos.