Para Maya Bhusal Basnet, una nepalí que salió de su país en 2009, Estados Unidos era “un sueño”. Sin embargo, después de trabajar en un salón de manicure todos estos años, ha atravesado tantas penurias que ni siquiera se atreve a “contárselas a sus hijos”.

A sus 46 años, Basnet ha decidido librar una batalla desde la asociación nepalí Adhikaar —de 17.000 almas empleadas en los cerca de 5.000 salones de manicure de todo el estado de Nueva York, la mayoría mujeres inmigrantes de Asia y América Latina— para luchar por los derechos de este mismo colectivo.

En Nueva York, los salones de uñas son omnipresentes, al igual que la precariedad, los salarios de miseria y los riesgos para la salud de este sector, que espera una nueva ley que contribuya a mejorar su día a día.

En abril de este 2022, un centenar de trabajadoras de salones de manicure salieron a las calles de Manhattan para exigir sus derechos: el pago del salario mínimo obligatorio (15 dólares por hora), abono de horas extras, mejores accesos a guantes y mascarillas de protección, una pausa para el almuerzo, y seguro médico.

La campaña, promovida por una coalición de organizaciones con el apoyo de congresistas demócratas, pide la creación de un organismo en el que se sienten los dueños de los negocios y las trabajadoras para definir estándares mínimos laborales para este colectivo.

Una auténtica explotación

Después de la publicación en 2015 en el diario The New York Times de una investigación sobre las prácticas de explotación en este gremio, las autoridades tomaron cartas en el asunto.

El estado asegura que desde 2016 se han identificado más de 1.800 violaciones laborales en estos salones y que se han restituido 2,2 millones de dólares a las trabajadoras afectadas.

El fin del pago del salario con propinas y un mínimo de 15 dólares la hora “han permitido mejorar las condiciones laborales”, aseguran.

No obstante, Maya Bhusal Basnet asegura que queda mucho por hacer detrás de las vitrinas de estos salones, donde las uñas se han convertido en un artículo de belleza y fantasía.

Según ella, “no todos” los dueños pagan el salario mínimo y, cuando lo hacen, “reducen las horas de trabajo”, explica en nepalí, traducida por un compañero de Adhikaar. “¿Cómo puedo sobrevivir trabajando 26 o 27 horas” por semana o que “me manden a casa porque no hay clientes para no tener que pagarme?”, se pregunta.

Los “horarios imprevisibles” y el “robo de salarios” (no se pagan todas las horas trabajadas) son una realidad, según un estudio reciente del Instituto de Trabajadores de la Universidad de Cornell.

“Muchas trabajadoras tienen dificultades para pagar sus facturas (...) y apenas tienen acceso a protección social. La mayoría no tiene seguro médico”, le explica a la AFP una de sus autoras, Zoë West, investigadora de Cornell.

Según estadísticas oficiales, en 2021 se pagaba 14,31 dólares la hora en el área metropolitana de Nueva York, menos del mínimo legal, pero Zoë West advierte que muchas trabajadoras del sector, las más marginadas, ni siquiera cobran eso.

Pese a varios intentos, asociaciones de empleadores del sector no han respondido a las solicitudes de la AFP para dar su versión.

Precios más que competitivos

A la preocupación por llegar a fin de mes se suma la salud. Maya Bhusal Basnet cuenta los problemas de piel, la tos persistente y las dificultades respiratorias que suele tener a consecuencia de los productos químicos, como la acetona o las pinturas acrílicas que utiliza todo el tiempo.

Las autoridades también advierten de los riesgos para las embarazadas y los fetos, pese a que todavía no hay mucha evidencia científica.

En Adhikaar, varias mujeres hablan desde hace tiempo de abortos espontáneos recurrentes.

Desde 2016, los establecimientos nuevos debe tener ventilación, pero los antiguos tenían cinco años para adecuarse, aunque el plazo fue extendido hasta octubre de 2022 por las “dificultades económicas” derivadas del covid.

Para Zoë West, uno de los problemas reside en la estructura del sector, donde pequeños negocios compiten ferozmente en precios, márgenes y salarios.

A Deepa Shrish Singgali, también nepalí, que ahora es propietaria de un salón en Queens, le gustaría “subir los precios, pero es imposible”, ya que hay “menos clientes que antes de la pandemia” y para atraerlos, la competencia los ha bajado.

* Con información de la AFP.