“Este puede ser el último mensaje que envíe en mi vida”, de esta manera inició Ding Xiaopei la que creía ser su despedida. Eran las seis de la tarde del martes en Zhengzhou, en China, la locutora de radio y su esposo iban rumbo a casa, donde los esperaban sus dos hijos pequeños, cuando sucedió lo inimaginable. O tal vez lo que llevamos años imaginando: tragedias de magnitudes catastróficas a raíz del cambio climático, pero que solo cobran un tinte real cuando tenemos el agua al cuello: literalmente, como en el caso de los Xiaopei. La ruta era la de siempre –la línea 5 del metro subterráneo que atraviesa el centro de la ciudad y que iba llena por ser hora pico–, la diferencia esta vez era la lluvia torrencial.
“Este es el peor diluvio en más de 1.000 años en el centro de China”, decían en la radio; “ha llovido en tres días lo que debe caer en un año entero”, comentaban los expertos. Sin embargo, para esta pareja y los más de 750 pasajeros que viajaban con ellos el mal tiempo no era tema de conversación, sino un enemigo mortal.
El metro se apagó por completo entre dos estaciones. Se detuvo cuando el agua que inundaba el túnel por el que viajaba comenzó a filtrarse entre las puertas y las ventanas de los vagones. Con el paso de los minutos cubría casi por completo los cuerpos de los pasajeros, que, como la madre locutora, empezaron a despedirse de sus seres queridos, a mandarles sus códigos bancarios, sus últimos deseos, a contarles sobre su miedo y a pedirles orar por ellos.
“Grabé un video que envié a las redes sociales porque no se me ocurrió cómo explicar a mis hijos lo que sucedía”, dijo Ding, quien contó que, además del agua que amenazaba con cubrir su cabeza, también sentía escasez de oxígeno y pavor, pues el vagón quedó a oscuras. El pánico de la locutora era fundado; 12 pasajeros murieron ahogados.
Las autoridades tardaron 40 horas en evacuar por completo el metro, rompiendo el techo de los trenes, única manera de sacar a los sobrevivientes. “Cuando llegamos a la casa, los niños estaban dormidos, pero habían dejado una nota recordándonos cenar”, expuso conmovida ante las cámaras al día siguiente, consciente de que lo sucedido es resultado del cambio climático y que el futuro que tenía para sus hijos ya llegó.
Atrás quedaron los días en que el calentamiento global era representado por un oso polar, solo y confundido, flotando sobre un pequeño pedazo de hielo en el Ártico. Esta semana el planeta vio imágenes que dan fe de que, ante el clima extremo, ya no hay dónde esconderse. Alemania, uno de los países más ricos y desarrollados del mundo, vivió escenas que hasta ahora solo se relacionaban con naciones pobres y mal preparadas: calles convertidas en ríos, avalanchas de lodo que se llevan por delante casas, carros que flotan como lanchas, y muerte, destrucción y caos.
En Europa el balance de decesos superó las 200 personas; por lo menos 177 fallecieron en Alemania, y el resto, en Bélgica. “Se trata de inundaciones que superan la imaginación”, dijo desde la afectada localidad alemana Bad Münstereifel la canciller Angela Merkel, quien añadió que no existe en el idioma alemán una palabra que describa la destrucción que sus ojos vieron. De acuerdo con la mandataria, estas serían las peores lluvias en su país en 700 años, y tuvo la sensatez de llamar las cosas por su nombre: “Esto es producto del cambio climático y debemos acelerar nuestra lucha para combatirlo”, declaró Merkel a la vez que recorría la zona.
“Ya estamos tarde. Tenemos que actuar y hacerlo ya”, dijo Joe Biden desde la Casa Blanca, hasta donde llega el humo de los incendios forestales al otro lado de su país. El presidente de los Estados Unidos se agarró la cabeza con la misma frustración que Merkel, pues esta es una tragedia que se veía venir.
“Lo cierto es que estamos tratando de ponernos al día”, confiesa el mandatario mientras que arden en California, Nevada y Oregón 80 incendios forestales que ya consumieron 4.047 kilómetros cuadrados y que 20.000 bomberos no han podido apagar. Un fenómeno que se extendió hasta Canadá, donde combaten un incendio forestal en Ontario, obligando a 2.000 personas a evacuar y afectando la calidad del aire en ambas costas de esa nación del norte. “Todo esto lo predijo la ciencia hace décadas”, ese fue el pobre consuelo que ofreció John P. Holdren, profesor de política ambiental en la Universidad de Harvard. “Todo lo que nos preocupaba está sucediendo incluso más rápido de lo que estimaron los más pesimistas”, afirmó.
Las inundaciones, fuegos, sequías, avalanchas y la contaminación no son del todo novedad. La noticia es que esta vez azotaron naciones ricas donde tienen la tecnología para anticipar la tragedia, frustradas por no poder hacer nada al respecto y saberse en parte responsables.
La lluvia no solo dejó daños en Alemania y Bélgica; también causó estragos en Reino Unido, Luxemburgo, Francia, Austria, Suiza, Nueva Zelanda, Irán y Nigeria. Los incendios forestales arrasan con zonas de Siberia, en Rusia, y Finlandia atraviesa su verano más caluroso. Inclusive en Japón ya se decretó que estas serán las Olimpiadas más calientes de la historia. No por reñidas, sino por sofocantes.
Los científicos han dicho hasta el cansancio que la fórmula para minimizar esta crisis es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para evitar que la temperatura global se incremente más de 2,7 grados Fahrenheit por encima del nivel preindustrial. Con el agua al cuello, la canciller alemana dijo esta semana: “En relación con el objetivo de un aumento inferior a 2 grados, o lo más cercano posible a 1,5 grados, los avances son insuficientes”.
Al cierre de esta edición, la Agencia Internacional de Energía (AIE) reportó que las emisiones mundiales alcanzarán nuevos récords en 2023 y señaló a los países más desarrollados de no haber hecho suficiente para evitarlo. Para Occidente la pandemia significó una inversión billonaria a fin de recuperar sus economías, aunque se estima que solo 2 por ciento de su gasto se destinó a las energías renovables, que reducen el daño ambiental.
El pronóstico del tiempo en Zhengzhou, en China, predice más lluvia este fin de semana. Asimismo, habrá más calor en Moscú, Berlín y Los Ángeles. La sequía avivará las llamas de los incendios y las altas temperaturas afectarán la humedad de la atmósfera, que descargará más agua sobre la Tierra. El mundo se acostumbrará, tal vez, a enterrar víctimas del cambio climático y a observar, con frustración, cómo llueve sobre mojado.