Sra. Traczyk-Stawska, usted se sumó tempranamente al movimiento de resistencia en Polonia contra la ocupación alemana. ¿Qué la llevó a tomar esa decisión?

Wanda Traczyk-Stawska: Quería venganza. Sé que no es un sentimiento bonito, pero no podía conformarme con que mis compatriotas hubieran sido ejecutados públicamente y nosotros hayamos sido obligados a mirar. Yo quería demostrar que no éramos indefensos y que los ocupantes no tenían derecho a tratarnos como seres infrahumanos.

¿Fue usted testigo de esas atrocidades?

Sí, y ya en los primeros días de la guerra. Durante la batalla por Varsovia (septiembre de 1938), una bomba cayó en una casa de mi vecindario. De las ruinas en llamas salió una mujer con un pequeño en brazos y nos llamó. Los alemanes, que estaban en el jardín, deliberadamente no dispararon contra la mujer, sino contra el niño. Murió de inmediato. Esa experiencia hizo que me decidiera a seguir luchando.

¿Qué posibilidades tenía una adolescente como usted de participar activamente en la resistencia?

Ya antes de comenzar la guerra, estaba en una asociación de niños exploradores que, después de 1939, emprendió la lucha en la clandestinidad. No teníamos armas, pero pintábamos consignas antialemanas en las murallas. Y les llevaba cartas a los polacos que colaboraban con los alemanes y delataban judíos, en las que se les advertía de consecuencias que podían llegar hasta a condenas a muerte.

El 1 de agosto, usted se reportó en su unidad, con una banda roji-blanca en el brazo…

Sí, dejé a dos hermanas menores en casa -mi madre ya no vivía y mi padre y mi hermano estaban también en la resistencia- prometiéndoles regresar en tres días. Queríamos vencer a los alemanes en tres días. Luchamos 63.

¿Cómo era el ánimo en Varsovia? ¿Estaban de su parte los habitantes?

Era como si fuera fiesta nacional. En todas las casas ondeaban banderas roji-blancas. La gente estaba en la calle y lloraba. Creo que los verdaderos héroes no fueron los que se levantaron en armas, sino la población civil. La gente resistía con nosotros, no nos pedían que nos rindiéramos, aunque ellos sufrían más que nosotros, los combatientes.

Cuando caímos prisioneros de los alemanes, tras la capitulación del 2 de octubre, temía que los civiles nos insultaran y nos escupieran, porque Varsovia estaba destruida y mucha gente había muerto. Pero nada de eso ocurrió. La gente estaba ahí y lloraba.

Odiaban tanto a los alemanes, que reprochaban a las enfermeras que se ocuparan también de los heridos alemanes y “desperdiciaran” las escasas vendas.

¿Qué piensa una chica joven al tener que disparar y matar?

Yo no tuve que disparar un arma, sino que tenía la tarea de lanzar desde la ventana granadas contra los soldados atacantes. Las granadas los despedazaban. Cuando los alemanes alzaron la bandera blanca y pidieron interrumpir el fuego para poder sacar a sus muertos y heridos, vi lo que habían causado mis granadas. Vi soldados con uniformes alemanes en el suelo, que sufrían y aullaban de dolor. Por primera vez entendí que también eran personas. Cuando se dispara desde cierta distancia, solo se ve al enemigo. Pero ver a personas sufrientes de cerca es otra cosa. El odio da paso a la compasión.

¿Hubo en esos 63 días algún hecho que la marcara especialmente?

Hubo muchas situaciones límite en las que mi vida peligró. Cuando defendíamos una posición y a un compañero se le trabó el arma, me pidió que le prestara la mía. Me mandó a ver cómo estaba la situación en el edificio de al lado. Fui desarmada y de pronto me topé con un alemán en la escalera. Él lanzó una granada y yo me quedé como paralizada de miedo. Solo cuando la granada tocó mi zapato recuperé el control de mi cuerpo y escapé corriendo. Desde entonces, de noche, con frecuencia sueño que los alemanes atacan y mi pistola se traba.

Usted superó el odio a los alemanes y se convirtió en un ícono del entendimiento germano-polaco en Europa.

La guerra trae siempre el odio al enemigo, con la consigna de “o lo matas tú, o él te mata”. Pero matar no es fácil, sobre todo cuando se es una persona joven y pensante, que sabe que quizás el otro tenga una mujer e hijos. Cuando se está cara a cara, a veces tiembla la mano. Yo estuve en una situación así: nos miramos a los ojos con un alemán algo mayor y escapamos, sin disparar, pese a que ambos teníamos armas.

Yo estoy contra la guerra. La gente tiene que entender que se necesita mutuamente, porque juntas pueden lograr muchas cosas buenas. Vi a una Alemania derrotada, la tremenda humillación de los alemanes. Entonces no sentía compasión. Pero cuando caminé por Alemania de regreso a casa, vi lo que ocurría con las mujeres alemanas, especialmente allí donde mandaban los soviéticos. Yo soy una mujer y pensé que lo que allí ocurría era una maldad.

¿Espera todavía algo de los alemanes, una reparación?

Creo que no podemos pedir dinero a los alemanes por lo que hicieron sus abuelos. Deberíamos estar en condiciones de comunicarnos bien con los alemanes y cooperar, para proteger a Europa de Rusia. Rusia es ahora el agresor. Sin olvidar el pasado, deberíamos mirar hacia el futuro.

*De la DW