El planeta está paralizado. Lo que hace unos meses parecía un problema sanitario en una remota ciudad china se convirtió en una inédita crisis de salud que tiene al mundo en vilo. El covid-19, el virus que preocupa por su rápido contagio y que aún no tiene tratamiento, obligó a todos los países a reaccionar con premura para evitar que la situación escale y frenar una gran tragedia humanitaria. En unas pocas semanas, han llegado consecuencias mayúsculas: países aislados, miles de eventos suspendidos en todos los continentes y medios de comunicación colmados por un solo tema, el nuevo coronavirus. El engranaje social y económico, propio del proceso de globalización del siglo XX que permanece hasta hoy, tambalea por cuenta de un virus.
El asunto ha sacudido a todo el sistema. Las bolsas se desestabilizaron y algunas están en caída libre. El turismo también entró en sus horas más bajas. Lugares emblemáticos como Machu Picchu o las pirámides de Egipto, que reciben normalmente a miles de visitantes al día, se alinearon con las medidas de seguridad y cerraron sus puertas. Los supermercados, ante el pánico generalizado por un hipotético desabastecimiento, ahora muestran estantes vacíos. Ante la alerta mundial, lo que el capitalismo logró naturalizar se ha mostrado frágil, y algunos ya lo empiezan a considerar inviable.
Las estimaciones acerca de cuánto durará la crisis sanitaria son inciertas. Las más optimistas dan el asunto por resuelto en abril. Las menos dicen que la situación se extenderá por los próximos dos años. Pero así se controle la pandemia en unas cuantas semanas, el episodio cambiará al mundo para siempre.
Como no sucedía desde la Segunda Guerra Mundial, la crisis sanitaria unió a la comunidad internacional alrededor de un tema común. En su momento, cuando el virus salió de China, Occidente reclamó transparencia en la información, algo clave para conocer la magnitud de la amenaza y enfrentarla. Los gobernantes, incluso los más recelosos como el chino Xi Jinping y el ruso Vladímir Putin, han reconocido que para terminar con la pandemia hay que publicar los datos relacionados con el virus, y han seguido, con mayor o menor acierto, las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Solo Nicaragua ha actuado con negligencia. Su presidente, Daniel Ortega, desoyó las recomendaciones de la OMS y convocó una marcha para contravenir las medidas que evitan la propagación del virus.
En Nicaragua, Daniel Ortega desoyó a la OMS y convocó una marcha en contra de las medidas que evitan la propagación del virus.
Más allá de la absurda convocatoria de Ortega, la sintonía entre los países para controlar la emergencia invita a pensar que, al terminar la crisis, las instituciones y organismos internacionales saldrán favorecidos, al remontar la complicada situación que vivían algunos, como la Unión Europea luego del brexit. Así lo cree Pilar Mera Costas, doctora en Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, quien le dijo a SEMANA que “la rapidez con que la crisis se convirtió en algo global y la certeza de que el sufrimiento sanitario, social y económico es general potenciará el multilateralismo”. Para ella, “una señal positiva es la posibilidad de que la Unión Europea lance eurobonos, una medida para que todos los Estados miembro compartan el riesgo y se vean respaldados a la hora de tomar medidas”.
No cabe duda de que el respaldo internacional ha logrado reducir la dispersión del virus. Seguramente, la alianza entre Estados termine por neutralizar la pandemia, y científicos de varias nacionalidades aportarán para conseguir la cura del covid-19. Pero mientras unos ondean la bandera del multilateralismo y la globalización, otros dicen que este modelo, al abrir las puertas del mundo de par en par, causó el problema. Muchos expertos han empezado a advertir que así será, y esto daría pie a múltiples posibilidades, desde el reforzamiento de las economías locales para depender menos del resto del mundo hasta el impulso de Gobiernos nacionalistas.
Hasta los más acérrimos defensores del sistema neoliberal tomarán medidas. Para Stéphane Garelli, economista suizo y profesor de la Universidad de Lausana, “Al sistema global de economías de escala lo reemplazará un sistema global de desacoplamiento. Los países van a intentar cambiar la cadena de producción y diversificar sus mercados para no depender de uno solo. La economía sería menos vulnerable, pero la producción más cara”. Garelli agrega que “la gente deberá tomar decisiones. Si una empresa tiene fábricas en todo el mundo y no en un solo país, los productos pueden ser más caros. La adaptación del sistema liberal tiene un costo”.
Cuando termine la emergencia sanitaria, varios países podrían establecer duras restricciones en sus fronteras.
Este golpe al modelo también planteará un desafío para el sistema capitalista a menor escala. El temor a perder las certezas de un día para otro podría reformar el sistema de raíz. Así lo sugiere Pablo Ospina Peralta, historiador y docente de la Universidad Andina Simón Bolívar en Ecuador, quien le dijo a SEMANA que “no ha existido una emergencia sanitaria semejante a escala global que llevara a cortar los intensos flujos materiales que entraña la globalización. Es, por supuesto, mucho peor para las personas que viven del día a día, como comerciantes y trabajadores autónomos, para quienes un día sin trabajo es muchas veces un día sin comer”. Pero el asunto está en que el refuerzo de la economía local vendría acompañado de otros rezagos de la crisis, que podrían desatar una ola nacionalista y xenófoba. “Sospecho que habrá un reforzamiento de la oposición a la forma sesgada e injusta que adopta la globalización, ya sea en una forma de crítica a sus desigualdades, ya sea en la forma de la xenofobia y la exigencia de cerrar las fronteras”, advierte Ospina.
Los expertos son pesimistas al respecto. Dicen que desde que el virus salió de China los ataques racistas contra la población oriental mostraron el primer signo de la reconfiguración social que está por venir. Como le aseguró a SEMANA Jean-Yves Camus, director del Observatorio de los Radicalismos Políticos de la Fundación Jean Jaurès, en París, “La reducción de la libre circulación de personas implantada en varios países podrá parecer más legítima cuando termine la crisis, y será más legítimo criticar a la Unión Europea”. Además, la coyuntura daría pie a los gobiernos nacionalistas que ya tenían impulso en el Viejo Continente, como el de Reino Unido, Polonia o Hungría. Camus añade que “algunos países de la Unión Europea desean que se tomen medidas más allá del cierre de fronteras de Schengen y que se establezcan controles en el interior del continente”.
En este sentido, aunque resulte paradójico, la comunión internacional alrededor de la crisis sanitaria podría desatar el unilateralismo en Occidente. Estados Unidos, que bajo el mandato de Donald Trump ya venía deteriorando voluntariamente su relación con la Unión Europea, ahora podría justificar esa política con más facilidad. El desmesurado crecimiento de la epidemia en Europa sería la excusa perfecta para deslegitimar los principios fundacionales liberales de la comunidad al señalarlos de artífices de la propagación del virus en el resto del mundo. Romuald Sciora, ensayista y documentalista experto en instituciones internacionales, le recordó a SEMANA que las organizaciones internacionales y alianzas multilaterales ya atravesaban esta profunda crisis. Para él, “El equilibrio entre las grandes potencias no será impactado directamente. Pero el sistema multilateral, casi agonizante, no se levantará de esta crisis. La organización mundial, si podemos llamarla ‘organización’, se parecerá quizás al sistema que hubo entre las dos guerras mundiales. Es decir, un gran desorden en el que las relaciones entre potencias se llevarán a cabo de manera bilateral. Las alianzas de ayer no tendrán mucho valor, y si la crisis dura un año, la mayoría de los sistemas democráticos podría declinar para provecho de los regímenes autoritarios”. José Carlos Ruiz, doctor en Filosofía de la Universidad de Córdoba, en España, coincide con esta posibilidad, y la atribuye al pánico alrededor de la escalada de la emergencia: “El miedo, decía Hobbes, tiene como objetivo apartarnos de algo. En este caso, el miedo al coronavirus aísla, separa. Se está perdiendo una oportunidad de oro para reforzar la globalización y afianzar el apoyo internacional. Haber consensuado desde el primer minuto una política de cooperación uniforme habría sido lo ideal”.
Una revolución local
La emergencia sanitaria ha llevado a millones de personas a lidiar con un panorama inédito. En 2020 parecería una locura que más de la mitad de los estudiantes del mundo no vayan a clase, o que países del primer mundo como España e Italia estén confinados en casa. Pero esta inesperada alteración del orden natural, e interiorizado, del sistema global también ha advertido sobre otras realidades ignoradas.
La mejora de la calidad del aire en las zonas sometidas a la cuarentena puso de manifiesto los problemas medioambientales ocasionados por las dinámicas de la globalización.
Por supuesto, la más evidente tiene que ver con el sistema de salud. Debido a la peligrosa avanzada del virus en el mundo, las garantías en esta materia pasaron a un primer plano. Italia, en su momento desbordada por la epidemia, demostró esta urgencia.Como Luc Vallée, jefe de Operaciones y economista experto del Instituto Económico de Montreal, le dijo a SEMANA, “Podremos anticipar inversiones más importantes en la salud y, quizás, una contribución más importante del sector privado en los sistemas de salud públicos actuales, que no son muy eficaces, ni siquiera en Europa. Además, el desarrollo y la promoción de la telemedicina deberían ser facilitados por los beneficios que van a sacarse de la medicina a distancia durante esta crisis”. Agrega que “la robotización se acelerará para depender menos de los individuos que podrían estar enfermos o incapaces de ir a trabajar”. Por su parte, Ospina cree que “se reforzará la salud con nuevos enfoques, más centrados en las soluciones locales, y en la prevención y en la construcción de ambientes saludables”. Y no hay que descartar, según Garelli, una nueva crisis sanitaria global en el corto plazo, por lo que “es necesario construir un nuevo sistema. Se pueden desarrollar certificaciones sanitarias estrictas en las empresas para que podamos estar seguros de que todo el mundo respeta reglas básicas que deben ser integradas en el proceso de producción”.
Debido al peligroso avance del virus en el mundo, las garantías en materia de salud pasaron a un primer plano. Italia, en su momento desbordada por la epidemia, demostró esta urgencia.
La predecible búsqueda de una mejora en temas de salud abre la posibilidad de que este reclamo se expanda a otros terrenos, y el estado de confinamiento se ha convertido en el laboratorio perfecto para que aparezcan esta nuevas inquietudes. La mejora de la calidad del aire y del medioambiente en las zonas sometidas a la cuarentena puso de manifiesto, por si hacía falta, que el modelo consumista no hace más que destruir los territorios. Además, la reducción del tráfico vehicular, que también aporta a la contaminación, hace pensar a muchos en que las ciudades, después de todos estos años de crecimiento, podrían ir en la dirección equivocada. En España, según Ruiz, “Muchos ciudadanos confinados estamos experimentado la posibilidad de llevar una vida digna y apacible, saliendo una vez al día a comprar el pan y artículos de primera necesidad. Estamos descubriendo que el modelo de consumo que llevábamos no implicaba necesariamente un incremento altamente manifiesto de nuestro bienestar. Nos estábamos centrando mucho en el papel de los líderes mundiales, pero los que realmente tienen la posibilidad de modificar el sistema son los ciudadanos. Al salir del confinamiento se recuperarán los espacios públicos como lugares de encuentro, ya no serán solo carriles de tránsito”.
En todo caso, las respuestas definitivas a estas preguntas aún están por llegar. No hay eventos en la historia reciente comparables con esta emergencia. Nadie sabe todavía cómo responderán los mercados a la crisis, y sectores como el de la oferta cultural han demostrado ser un atributo descartable en tiempos difíciles. Habrá que ver si, al erradicar la pandemia, los engranajes del mundo globalizado vuelven a ponerse en marcha como si nada. Pero con cada día que pasa, esta posibilidad se hace más remota.