En la Asamblea Mundial de la Salud, realizada a distancia debido a la pandemia, salió a flote la desconfianza hacia China por la información que ha dado sobre la génesis del contagio. No solo ha despertado sospechas de Estados Unidos y Europa, sino incluso de sus propios vecinos. En la asamblea, de los 194 miembros de las Naciones Unidas, 122 pidieron investigar el origen del virus, y a pesar de que la petición no señala explícitamente a China, es evidente que el país asiático tendrá que rendir cuentas si aparece alguna sorpresa. China lleva varias semanas intentando convencer al mundo de que no hay nada que investigar, y mucho menos en este momento. Su presidente, Xi Jinping, aseguró en la asamblea que su país ha actuado “con apertura, transparencia y responsabilidad”, y el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Zhao Lijian, dijo que una investigación sobre los orígenes del virus en estos momentos sería “prematura”. Pero la presión era incontenible, y a la larga ni Rusia ni la propia China pudieron oponerse a la resolución.
Uno de los principales propósitos de la comunidad internacionales inspeccionar el Laboratorio de Virología en Wuhan, supuestamente involucrado en la aparición del virus. Tedros Adhanom, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), avaló con poco entusiasmo el asunto, advirtiendo que hay prioridades mayores. Pero como dijo a SEMANA Timothy Heath, analista de asuntos asiáticos de Rand Corporation, “es importante comprender cómo comenzó todo para garantizar que el mundo pueda protegerse mejor contra otra pandemia. El Gobierno chino ha resistido esta demanda porque no quiere llamar la atención sobre su mal manejo de la enfermedad en las primeras etapas. Las autoridades chinas ahora apoyan la idea de una revisión dirigida por la OMS, pero dado que la organización es muy cercana a China, hay dudas de que haya investigación independiente”.
Durante la asamblea, Xi anunció que aportará 2.000 millones de dólares a la OMS para hacer frente a la enfermedad en los países en desarrollo. Además, le aseguró al mundo que si China encuentra la vacuna esta será un “bien público mundial”. Pero quedó claro que cada vez menos países confían en el gigante asiático. Un mar de dudas sobre China No es la primera vez que aparecen serias dudas sobre el comportamiento de China. La primera advertencia provino de Taiwán, que a pesar de no hacer parte de Naciones Unidas por su disputa de soberanía con China, en diciembre del año pasado le comunicó a la OMS sobre los reportes de un nuevo virus en la ciudad de Wuhan. Sin embargo, la organización dejó en manos de Beijing la investigación del brote en aquel momento. En abril, Taiwán publicó los correos que envió a la OMS, lo que desató una ola de desconfianza sobre el manejo del brote en Wuhan.
Tedros Adhanom, director general de la OMS, avaló con poco entusiasmo la decisión de investigar el origen de la pandemia. El Gobierno de Taiwán, presidido por Tsai Ing-wen, fue el primero en advertir sobre el virus en Wuhan. Incluso llevaron al Gobierno de Australia, aliado comercial de China, a pedir a la comunidad internacional investigar los orígenes del virus, a lo que se sumaron varios países. Antes de la asamblea, el primer ministro australiano, Scott Morrison, ya les había presentado su proyecto a Donald Trump, a Angela Merkel y a Emmanuel Macron, quienes lo habrían recibido con buenos ojos. Morrison sostiene que “una investigación seria es importante. Podemos tener, con todo el respeto, una opinión distinta a la expresada por China”. Pero Xi Jinping lo tomó como una provocación y ha castigado con dureza a su vecino. Espera suspender buena parte de las relaciones comerciales con Australia para junio, reducir las exportaciones hacia ese país e implantar nuevos protocolos para productos como hierro, vino y carne. La amenaza para la economía australiana es alta, ya que el 80 por ciento de sus exportaciones llegan al país asiático. Con todo, la jugada no le salió muy bien al mandatario chino y en vez de mitigar las inquietudes del Gobierno de Canberra, el asunto no ha hecho más que aumentar las sospechas de que China oculta información desde un principio.
De nada ha servido el millonario apoyo que China ha desplegado durante la pandemia. Envió médicos a Italia e Irán, test del virus a Argentina y Filipinas, y equipos de protección a Francia, Venezuela y varios países africanos. Sin embargo muchos creen que todo hace parte de su plan para salir fortalecido de la crisis al asegurarse alianzas estratégicas en todo el mundo. Y ante la desconfianza en China y su arremetida contra Australia y Taiwán, estos dos, junto con otros países de mediana escala, formaron una alianza internacional para enfrentar por su cuenta la pandemia. Pero su principal detractor es Estados Unidos. La Casa Blanca, convencida de que la OMS encubre a China desde el principio, se adhirió a la solicitud de investigar los orígenes del virus, y el Departamento de Seguridad Nacional afirmó que hackers chinos han intentado robar propiedad intelectual de universidades y farmacéuticas norteamericanas relacionada con la covid-19, ataques cibernéticos que buscarían ganar la carrera por la vacuna. Trump, empecinado en utilizar su lucha contra China como una de sus banderas para ganar la reelección en noviembre, le escribió una carta a la OMS en la que le dio un plazo de 30 días para mostrar mejoras en el manejo de la crisis, y amenazó con retirarle permanentemente el apoyo de Estados Unidos, cercano a los 500 millones de dólares. Para Lina Luna, investigadora de Asuntos Asiáticos de la Universidad Externado, el manejo de Trump “es parte del uso político del virus. Estados Unidos está usando la pandemia para desestabilizar. Las necesidades científicas están siendo tergiversadas por varios países que tienen tensiones pasadas con China, que intentan culparla con dos objetivos: desviar la atención y la responsabilidad de cada gobierno y debilitar el rol de China en el sistema internacional”.
Además de los cuestionamientos al manejo de la crisis sanitaria, China enfrenta otros problemas por estos días. Por una parte, las tensiones con Taiwán no dejan de crecer. La presidenta Tsai Ing-wen comenzó su segundo mandato y aseguró que de ninguna manera habrá una “reunificación de los dos países”, como reclama China desde 1949. “Ambas partes tienen el deber de encontrar una manera de coexistir a largo plazo y evitar la intensificación del antagonismo y las diferencias”, resaltó la mandataria, quien fue felicitada, entre otros, por el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, lo que crispó aún más las relaciones entre los dos países. Por otra parte, China sumó un nuevo capítulo a las acusaciones de espionaje en su contra. Los servicios de inteligencia de Bélgica confirmaron que investigan si Beijing ha utilizado la Embajada de Malta en aquel país para espiar la sede de la Comisión Europea en Bruselas. La revelación viene después de que el medio francés Le Monde hizo públicas las sospechas de que China utiliza su influencia sobre Malta para usar sus instalaciones como una “torre de espías” desde 2007, cuando financió la remodelación de su embajada. El Gobierno belga aseguró que conoce de los intentos de espionaje desde hace tiempo y ha tomado medidas al respecto, como escanear los materiales de construcción y no instalar los televisores donados por el Gobierno chino.
Los servicios de inteligencia de Bélgica confirmaron que investigan si Beijing ha utilizado la Embajada de Malta en aquel país para espiar la sede de la Comisión Europea en Bruselas. Algunos sospechan incluso que China estaría adulterando el conteo de casos de covid-19 en el mundo por medio de la página Worldometer, citada por muchos gobiernos y por la Universidad Johns Hopkins, pero aparentemente vinculada con una empresa de software radicada en Shanghái. A muchos les preocupa que el régimen chino impida una investigación con garantías, y hay quienes aseguran que ya destruyó deliberadamente pruebas sobre el verdadero origen del virus, que, según NBC, conocía desde noviembre.
Todos los ojos hoy miran a China, un país que viene proyectando un poder suave, con sus inversiones alrededor del mundo y su nueva ruta de la seda, y un poder duro, con sus actitudes agresivas en el mar del Sur de la China. Un país que, bajo el régimen de Xi Jinping, parece dispuesto a caminar por la cuerda floja en pos de un proyecto de preeminencia mundial.