Vera Assmann salió bien librada. A sus 32 años y con una salud inquebrantable, solo sintió la pérdida del gusto y del olfato, tos ligera y dolor muscular. Esta científica austro-canadiense, empleada de una empresa de biotecnología, vivió encerrada dos meses en su buen apartamento con vista sobre el Isar, río que atraviesa Múnich, donde vive con su novio. A pesar de esas condiciones ideales para una cuarentena, Vera espera que no vuelvan a tomar medidas de confinamiento y que aparezca pronto una vacuna para volver, como ella dice, a la “nueva normalidad”.
Muchos europeos como ella viven en la incertidumbre, sin la perspectiva real de una vacuna o un tratamiento eficaz en un futuro inmediato. En Alemania, se presentan hoy cerca de 1.500 nuevos casos al día, mientras que en julio aparecían solo 400. En Francia la situación es más grave, con un promedio de 7.000 diagnósticos positivos al día, cuando eran solo 600 hace dos meses. En España detectan ahora 9.000 contagios cotidianos, 20 veces más que en el verano. La mayor parte de los demás países europeos presenta un aumento de las infecciones en proporciones comparables. Parte de estas cifras corresponde a un aumento importante de la capacidad de diagnóstico. Pero el porcentaje de resultados positivos demuestra que el alza es real. Como en Francia, donde 4,3 por ciento de los exámenes realizados son positivos, 3 puntos más que hace dos meses. O en España, donde pasaron de 4 por ciento de tests con resultados positivos en junio a 9 por ciento en la actualidad. Con su retórica, al menos ambigua, Trump invita a los supremacistas blancos a que tomen la autoridad por su cuenta Por ahora, los sistemas de salud resisten gracias a la experiencia adquirida durante la primera ola. Pero se teme que en este continente, que tiene 210.000 fallecidos de covid-19, la situación se vuelva incontrolable con la llegada del otoño y la proximidad del invierno. “El caso australiano muestra que una segunda ola puede ocurrir con el invierno, cuando las personas están más confinadas en lugares menos ventilados”, explicó al periódico Le Monde Antoine Flahault, director del Instituto de Salud Global de la Universidad de Ginebra. Los países se han concentrado, por ahora, en reforzar las reglas sanitarias. En Alemania ahora multan a quienes no utilicen el tapabocas en el transporte público ni en los comercios. En Francia, el Gobierno impuso en varias ciudades la mascarilla obligatoria en los espacios públicos, mientras que España cerró de nuevo los bares y las discotecas.
Por ahora, los sistemas de salud resisten gracias a la experiencia adquirida durante la primera ola. Pero se teme que la situación se vuelva incontrolable con la llegada del otoño y la proximidad del invierno. Pero el regreso progresivo de las restricciones a la libre circulación, levantadas en mayo y junio, representa las medidas más importantes. Bélgica impide los viajes prescindibles a seis departamentos franceses y a París. Alemania desaconseja ir a la región parisina y a Bruselas. Italia pide a los viajeros provenientes de Bulgaria y Rumania aislarse durante 14 días. Y quienes hayan estado en Croacia, Grecia o España tienen que presentar un test negativo. Estas restricciones evolucionan cada semana y en forma desorganizada, lo que hace pensar que la Unión Europea no aprendió la lección en marzo, cuando cada Estado cerró las fronteras unilateralmente. “En el contexto de la pandemia, se puede entender que los dirigentes intenten hacer lo que puedan para salvar únicamente a sus países sin esperar una coordinación continental. Al fin y al cabo los eligen ciudadanos de su país, no los de Europa. Pero, con ello, hay el riesgo de que los sentimientos nacionalistas se despierten aún más y el sentimiento antieuropeo progrese”, explicó a SEMANA Frédéric Mauro, especialista de la unión supranacional, coautor del libro Defender Europa. Ante ese caos Alemania, que ostenta la presidencia rotatoria de la Unión Europea, propuso esta semana utilizar la misma matriz de análisis de los contagios para establecer un mapa continental de riesgo. Se espera que implementen rápidamente las nuevas disposiciones para evitar la anarquía en el momento del pico de la nueva ola de la pandemia.
Asimismo, el restablecimiento de ese tipo de medidas retrasará la reactivación económica en el último trimestre del año. Los Estados siguen asegurando el salario de millones de empleados que no han podido regresar al trabajo. El turismo, que debía haberse recuperado en el verano, no tuvo buenos resultados sin los viajeros norteamericanos o asiáticos y la incertidumbre sobre la evolución del virus ha congelado los contratos. El cierre de empresas deberá aumentar al final del año y, según la Comisión Europea, el PIB se contraerá 8,7 por ciento en 2020 en la zona euro. La economía solo se reactivaría en 2021. “Puesto que el virus va a quedarse con nosotros durante un tiempo, es necesario que el apoyo a la economía continúe más allá de esta fase de urgencia que vivimos. Los 750.000 millones de euros previstos a nivel europeo pueden quedarse cortos, aunque se suman a los esfuerzos económicos de los países miembros, que son importantes”, explicó Francesco Saraceno, vicedirector del Observatorio Francés de Coyunturas Económicas. Mientras los dirigentes europeos enfrentan los contagios y la crisis económica, también se ven obligados a combatir el escepticismo de los ciudadanos, minoritarios pero visibles, que se moviliza contra las reglas sanitarias.
Los casos en el Viejo Continente aumentaron exponencialmente y superaron los registros de los últimos meses. Varios Gobiernos evalúan la posibilidad de volver a los días de confinamiento. Los rechazos al tapabocas obligatorio han sido la expresión más extrema de esa desconfianza. Hace una semana, 38.000 personas protestaron en Berlín contra esas prendas y en Madrid, París y Londres también se reunieron algunos grupos con éxito relativo. Por ello, los Gobiernos, como señalan los expertos en movimientos populistas, no deben olvidar la pedagogía sobre la progresión del virus y sobre las medidas para detenerla. Dicen que solo la transparencia puede contrarrestar las fake news y las teorías de complot que alimentan los movimientos antimáscaras. Sin embargo, la mayoría de los ciudadanos sigue las consignas recomendadas por las instituciones científicas e impuestas por los gobernantes. “Creo que estamos más preparados que en marzo. Si hay de nuevo un confinamiento, ya sabemos lo que tenemos que hacer. Las nuevas medidas no nos tomarán por sorpresa, a pesar de que no sabemos cómo el virus va a evolucionar”, dijo a esta revista Virginie Clément, empleada de la Ópera de París. Ella pasó en marzo diez días aislada en su apartamento del norte de la capital francesa, sola y alimentándose únicamente de copos de avena y de yogur, lo único que lograba digerir en medio de la fiebre y las dificultades respiratorias.
“Por ahora, la situación parece bajo control. El Gobierno, el sistema de salud y las instituciones parecen mejor preparados que antes”, dice Vera con esperanza. Los dirigentes deberán demostrar que merecen esa confianza que los ciudadanos les han otorgado. Pues el fin del paseo mortífero de la covid-19 en el mundo no está cerca.