Para Donald Trump, Estados Unidos no se puede detener, y mucho menos por cuenta de un ‘simple’ virus. “El remedio no puede ser peor que la enfermedad”, escribió esta semana el magnate en Twitter, quien asegura que una crisis económica podría traer una catástrofe peor. El martes, aterrado ante el confinamiento de metrópolis como Nueva York y California, puso fecha límite a las restricciones sociales. Según él, las cuarentenas deben terminar antes de la Pascua, es decir, tienen apenas tres semanas para resolver la crisis sanitaria. “Tenemos que abrir este país”, clamó Trump, quien parece olvidar que Estados Unidos se convirtió, en cuestión de días, en la nación con más infectados por covid-19 en el mundo.
Hace un par de semanas estaba lejos de liderar la lista. Ante lo que parecía un problema lejano y menor, el Gobierno recomendó el 14 de marzo, de mala gana, un periodo de 15 días de distanciamiento social. Pero pocos cumplieron la medida, y desde aquella fecha, cuando Estados Unidos contaba con 6.400 infectados, la curva se pronunció. Así, en menos de dos semanas pasó a tener más de 100.000 contagiados, por encima de los registros de Italia, España y China. Durante ese lapso, la Casa Blanca se negó a tomar medidas más drásticas para proteger la salud de sus ciudadanos, por lo que varios gobernadores y alcaldes impusieron la cuarentena en sus territorios. En Nueva York, el estado más afectado del país, el alcalde Bill de Blasio defendió contundentemente la medida y clausuró la ciudad la semana pasada. La cuarentena general en la capital del mundo desencadenó cierres en toda la nación, desconcertada por la falta de empatía de Trump ante el asunto. Cerca de 100 millones de estadounidenses se encuentran aislados en sus casas. Las medidas frenaron el sistema económico y paralizaron el movimiento de bienes, el consumo y el entretenimiento. Las consecuencias del confinamiento no se han hecho esperar. Esta semana Estados Unidos registró la cifra histórica de 3,3 millones de desempleados, que, de acuerdo con los expertos, seguirá creciendo en las próximas semanas. Para James Bullard, presidente de la Reserva Federal, el paro podría alcanzar el 30 por ciento en cuestión de meses, lo que desencadenaría una crisis económica mucho mayor que la recesión de 2008 y 2009.
Ante el oscuro panorama, Trump ha respondido, como de costumbre, de manera errática y contradictoria. Un día dice que él vio venir el problema antes que nadie, y al siguiente argumenta, con el respaldo de varios economistas de su entorno, que un desplome económico podría causar más muerte y desgracia que la propia pandemia. Pero según algunos observadores, como Niall Stanage en The Memo, el presidente favorecería esa postura por razones electorales de cara a noviembre: “Trump podría aprovecharse del miedo de aquellos norteamericanos más preocupados por perder su estilo de vida que sus propias vidas”. De salirle mal la jugada, podría resultar culpable de poner en riesgo la vida de millones de ciudadanos. El magnate da este nuevo salto al vacío en su momento de mayor popularidad según las encuestas, cuando tiene el apoyo del 45 por ciento de los norteamericanos. Sabe que ningún presidente ha logrado la reelección con una economía a la baja.
Por lo tanto, todo indica que el mandatario enfrentará la crisis mientras intenta sostener los mercados. Su Gobierno anunció como primera medida ofrecer a la población los recursos necesarios para satisfacer sus necesidades –comida, medicamentos y salud– y los recursos financieros suficientes a las empresas –préstamos, aplazamiento de impuestos y subsidios– hasta que la situación se vuelva normal o, al menos, controlable. Para hacerlo, el Congreso aprobó el jueves la propuesta de la Casa Blanca de destinar la insólita suma de 2 billones de dólares para enfrentar la crisis económica. Por primera vez en la historia, el país aprueba un presupuesto de esta magnitud, calificado por Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana en el Senado, como “una inversión de tiempo de guerra para nuestra nación”. De este monto, 250.000 millones de dólares irán para familias e individuos, 350.000 millones para pequeñas empresas, 250.000 para seguros de desempleo y 500.000 millones para compañías afectadas económicamente. Pero como le dijo a SEMANA Luc Vallée, economista del Instituto Económico de Montreal (IEDM), “si el Gobierno inyecta dinero y los bancos centrales bajan las tasas, va a estimular la demanda a través del consumo y la inversión”. Aunque aclara que, “en esta crisis, se quiere precisamente que la gente se abstenga de ir a comer al restaurante, ir a ver espectáculos o salir de viaje”. En otras palabras, esos billones de nada servirían con la gente resguardada en sus casas. Comienza la pesadilla Hace unas semanas Estados Unidos estaba lejos de liderar la lista de contagios por covid-19 en el ámbito mundial. No obstante, la situación ha cambiado drásticamente, y algunos auguran que podría enfrentar una crisis mayor que la de España e Italia. El virus llegó el 19 de enero desde Wuhan, China, con un hombre de 35 años que viajaba a Seattle. Apenas conocieron el resultado de su prueba, las autoridades ubicaron a 60 personas que habían tenido contacto con él, pero ninguna resultó contagiada. Sin embargo, desde ese momento aparecieron más casos, y para el 20 de marzo Estados Unidos ya reportaba 17.000 contagios. En una semana llegó a más de 100.000, el mayor número de infectados en el mundo. Lo peor es que, como ha quedado demostrado sobre todo en Italia y en España, los casos aumentan exponencialmente. Al cierre de esta edición, Nueva York tiene casi 40.000 casos; Nueva Jersey, más de 4.400; y California, 3.200. Cifras que para la semana próxima habrán crecido a niveles fuera de control. Mientras tanto, aumenta la preocupación de la comunidad científica, que recuerda con horror que el magnate cerró en 2018 la oficina de control de epidemias que había creado Barack Obama en la Casa Blanca. La misma que tenía claro, como todos los expertos, que la cuestión no era si llegaba la tragedia, sino cuándo.
El vicegobernador de Texas, Dan Patrick, recibió críticas después de sugerir que “los ancianos deberían sacrificarse por la economía del país porque ya han vivido suficiente”. Por eso, uno de los principales problemas que ha tenido Estados Unidos para contenerla tiene que ver con su falta de preparación, en particular frente al diagnóstico masivo de covid-19, fundamental para controlar la curva de contagios. Inicialmente, el país tuvo escasez de pruebas, y era difícil saber cuántas personas podrían haberse contagiado. El Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), responsable en un principio de llevar las pruebas a todo el territorio, lo hizo defectuosamente y tuvo que cambiarlas. Solo en la segunda semana de marzo, los 50 estados finalmente contaron con el equipo necesario para realizarlas y entregar resultados. No obstante, para una nación de más de 327 millones de habitantes, el número de laboratorios encargados de hacer las pruebas ha sido insuficiente. Para complicar aún más las cosas, el secretario de Salud, Alex M. Azar, advirtió que las personas solo podían acceder a las pruebas de covid-19 si las remitía un especialista que corroborara los síntomas de coronavirus. Por lo tanto, si alguien no presentaba síntomas pero había estado en situaciones de riesgo, como el contacto con otra persona contagiada o en un viaje reciente, no podía acceder al examen a menos que pagara más de 1.000 dólares en un laboratorio privado.
“La lenta respuesta del presidente para asegurar una capacidad de pruebas suficiente, por ejemplo, limita la facultad de los trabajadores de la salud para informar a las personas con mayor riesgo de infección sobre su estado y así reducir las posibilidades de transmitir el virus”, le dijo a SEMANA Stephen Farnsworth, profesor de ciencia política y relaciones internacionales de la Universidad de Mary, en Washington. Y el problema no termina ahí. En Estados Unidos, más de 27 millones de personas no están afiliadas a un seguro de salud, por lo que en muchos casos, a pesar de presentar síntomas, se abstienen de asistir al médico por los altos costos que podría significar. Una encuesta de West Health y Gallup de 2019 evidenció que más del 20 por ciento de las personas aplazaba tratamientos o intervenciones médicas por sus elevados precios.
Con el coronavirus, la situación no es diferente. Para quienes tienen síntomas leves y pueden recibir su tratamiento en casa, la situación no representa mayor gasto. Pero para aquellos que requieran hospitalización, asistencia para respirar o entrar a la unidad de cuidados intensivos, la visita podría superar los 3.000 dólares en gastos hospitalarios. Para finales de marzo, el país recibirá “pruebas rápidas de diagnóstico”, que dan resultados en 45 minutos, cruciales para la detección temprana. Estas ayudarán a contener algunos casos en la nación, pero la situación ya está fuera de control. Al día se registran más de 13.000 casos, y la cifra de muertes ya superó los 1.300. Aquellos estados que aún no han impuesto cuarentena han optado por toques de queda o por recomendar quedarse en casa. Cancelaron eventos masivos y clases, además de prohibir encuentros con más de diez personas. Cada vez más voces les piden al presidente, sin éxito, imponer cuarentena nacional. Aunque el magnate ha sido ambiguo al entregar su mensaje. “En sus mítines, el equipo del presidente debería enfocarse en decirle a la gente cómo minimizar los riesgos para su salud. El mandatario ha gastado mucho tiempo peleando con sus gobernadores y reporteros, y alardeando sobre el buen trabajo que hace”, explicó Farnsworth.
Por otro lado, el presidente aún no ha tomado la decisión de prohibir los vuelos nacionales. De hecho, la aplicación Flight Radar 24 muestra un espacio aéreo repleto de aviones, a pesar de las restricciones aéreas y las múltiples cancelaciones, lo que preocupa sustancialmente por la rápida propagación del virus en este medio de transporte. “Trump no ha seguido las reglas básicas de respuesta ante la crisis: ser el primero, tener razón, ser creíble, expresar empatía, promover la acción y mostrar respeto. Durante los primeros tres años de su presidencia, el mandatario no ha logrado establecer la credibilidad que ahora necesita”, le explicó a SEMANA Barbara McQuade, docente de la Universidad de Míchigan. En su momento, Trump calificó al brote de farsa. Ahora parece tomarlo con más seriedad. Tiene dos caminos por delante: evitar una crisis de salud sin precedentes en la historia de Estados Unidos o intentar mantener a flote la economía nacional a corto plazo. Parece decidido a jugársela por esta segunda alternativa, a pesar de que pone en la balanza miles, si no millones, de vidas.