Cuando los nazis mataban judíos y se robaban sus pertenencias en la Alemania de 1938, David Toren, de 13 años, admiraba el cuadro favorito de un tío abuelo rico que mostraba dos hombres a caballo en una playa. Menos de un año después, Toren se iba de Alemania en uno de los “kindertransports” que sacaron del país a miles de menores judíos antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939. Dejó atrás a su familia, que falleció en los campos de concentración, y su vasta colección de obras de arte apropiada por los nazis y luego vendida a comerciantes inescrupulosos.

Toren sirvió en las milicias que combatieron para crear el estado de Israel antes de irse a Estados Unidos con 100 dólares en el bolsillo. Se recibió de abogado e hizo una exitosa carrera, con una oficina en el piso 54 de las Torres Gemelas. Muchas de las pertenencias que tenía las perdió con el ataque del 11 de septiembre del 2001, que tuvo lugar antes de que él llegase a la oficina. Una enfermedad le hizo perder la visión, pero ello no impidió que tratase de recuperar lo que le habían robado a su familia. Demandó al Gobierno alemán y en 2015, tras una larga saga, recuperó la obra “Dos jinetes en la playa”, el cuadro de Max Liebermann que tanto le había impactado de niño.

“Pensaba que se había hecho justicia, tenía convicciones muy firmes al respecto”, dijo su hijo Peter Toren. “No podía recuperar las vidas perdidas, pero sí esas obras”. Toren falleció el 19 de abril en su casa de Manhattan con síntomas del coronavirus, a los 94 años. Tenía a su hijo Peter y dos nietos. Había nacido en Breslau, hoy parte de Polonia. Su familia parecía inmune a los nazis. Su padre, un veterano condecorado de la Primera Guerra Mundial, era un prominente abogado que pudo seguir trabajando incluso después de que los nazis vetaron a la mayoría de los judíos. Publicó poesías y escribió obras teatrales que presentaba en teatros locales. Pero en determinado momento fue llevado a un campo de concentración. Al regresar tres semanas después era “un hombre quebrado”, según Peter Toren. Su padre y su madre fallecerían en Auschwitz.

El tío abuelo de Toren, un empresario judío rico que coleccionaba obras de arte llamado David Friedmann, escapó y los nazis se apropiaron de su colección. Muchas de las obras terminaron en manos de Hildebrand Gurlitt, un comerciante de obras de arte alemán que adquirió muchas piezas que los alemanes consideraron inferiores, generalmente trabajos innovadores de judíos o comunistas. Las vendían para generar dinero para su maquinaria de guerra. Se le perdió la pista a la colección y se pensó que se había perdido o había sido destruida. Pero muchas piezas reaparecieron sorpresivamente cuando las autoridades alemanas allanaron un departamento de Múnich perteneciente a un hijo de Gurlitt, Cornelius, en el marco de una investigación de evasión impositiva. Había obras de Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir y Henri Matisse. Cornelius Gurlitt dijo que había heredado las obras de su padre. Tenía más de 1.200 piezas en Múnich y otras 250 en Salzburgo, Austria. Falleció en 2014, a los 81 años, y dejó obras por valor de miles de millones de dólares al Kunstmuseum de Berna, Suiza.

Una hija de Friedmann, Charlotte, falleció en Auschwitz y Toren quedó como el único heredero de sus bienes. Tras recuperar Dos jinetes en la playa, Toren descubrió que otra pieza de la colección de su tío abuelo había terminado en Israel. Luego de una prolongada negociación, recuperó también Tejedores de canastas, un trabajo impresionista que muestra a cinco muchachos tejiendo canastas de paja. Peter Toren dijo que su padre pasó sus últimos años tratando de recuperar la colección y que él continuaría con esa empresa.

A pesar de su historia, Toren se hizo de una gran clientela alemana en Nueva York, incluidos algunos con conexiones con los nazis. “Le pregunté al respecto y me dijo que si no lo hacía él, lo haría otro”, explicó Peter Toren. “Y les cobraba un recargo del 25 por ciento por su pasado nazi”. ”Nunca se sintió una víctima ni pidió compasión”, dijo un nieto de Toren, Ben. “Pero sentía que estas obras le pertenecían y la lucha por recuperarlas le dio un sentido a su vida”. “Siempre tuvo una actitud estoica, nada sentimental. Las cosas por las que pasó exigían que mostrase una coraza exterior”.