Nicolas Sarkozy no ha vivido ni un día la luna de miel después de su retiro del Palacio del Elíseo. Sus días de gloria al lado de Carla Bruni, cuando la pareja representaba con orgullo el glamur francés, son apenas un recuerdo de un esquivo pasado. Ahora tiene la terrible condición de ser el primer expresidente francés en haber sido condenado a cárcel. Y nada más y nada menos que con dos sentencias en contra a cuestas.

Hasta ahora, solo el presidente Jacques Chirac había sido enredado en un escándalo con connotaciones penales, pero nada semejante a lo que vive uno de sus sucesores. Desde el final de su mandato, muchos auguraban que los días no terminarían bien para Sarkozy. Pero era difícil anticipar que este hombre que se derretía ante las cámaras y los flashes hoy tendría que ocultarse de ellos. El jueves, un juez lo sentenció a un año de prisión por haber violado los topes de su campaña reeleccionista.

Se trata de unas elecciones fallidas, las de 2012, en las que Sarkozy aspiraba a quedarse en el poder, pero fue derrotado por François Hollande. Ese momento también fue una vergüenza: desde Valéry Giscard d’Estaing, en 1981, ningún inquilino del Elíseo había perdido en las urnas. Pero las consecuencias fueron mucho más allá de perder el puesto. La justicia decidió zambullirse en las cuentas de esa frustrada campaña reeleccionista y de allí salió el conocido expediente Bygmalion.

Lo que encontraron es hoy la desdicha de Sarkozy. Los investigadores pudieron probar un sistema de doble contabilidad con el que le inyectaron recursos a la campaña por más de 42,8 millones de euros (unos 49,6 millones de dólares al cambio actual). La transacción fue sofisticada y pasó por utilizar un partido político, la Unión por un Movimiento Popular (UMP)–actualmente Los Republicanos– y una empresa de eventos, Bygmalion, que finalmente le dio el nombre al expediente.

Nicolas Sarkozy y su esposa, Carla Bruni. Foto: Getty Images | Foto: 2009 Getty Images

Los contadores de la campaña le habrían advertido que si seguía haciendo grandes reuniones de campaña podría exceder los gastos legales, pero Sarkozy, acorralado por las encuestas, decidió no frenar esas reuniones para empujar la campaña.

No es el peor proceso que lo acosa. En la justicia también hay pesquisas para determinar si en 2007, Libia –liderada en ese momento por Muamar el Gadafi– le ayudó financieramente para llegar al poder. La denuncia la hizo el medio francés Mediapart hace unos años y estremeció al país. Se hablaba de maletas llenas de euros que habrían llegado a Francia para darle un empujón al entonces candidato de la derecha.

El hijo del dictador, Saif al-Islam, luego confirmó la información en una entrevista. “Estamos listos para revelarlo todo”, dijo en este momento. En este momento Libia era un país muy rico, pero nadie veía a este régimen con buenos ojos. Sarkozy le abrió las puertas de Europa y lo invitó por la puerta delantera y con todos los honores a su residencia presidencial en París en 2007. Gadafi fue asesinado en 2011 y Sarkozy está imputado aún por “asociación con malhechores”.

Otro episodio dantesco se sumó a esa controversia. En 2012 apareció en el Danubio el cadáver del exministro del Petróleo de Gadafi, Choukri Ghanem. Según relatan en un libro los periodistas de Mediapart que siguieron el rastro a este episodio, se trataría del autor de unas notas que confirmarían los pagos libios a París.

Los investigadores probaron una doble contabilidad que permitió que le inyectaran recursos a la campaña de la reelección de Sarkozy por más de 42,8 millones de euros. La justicia indaga si Muamar el Gadafi le envió 50 millones de euros desde Trípoli en maletas llenas de dinero en efectivo. Foto: Getty Images | Foto: Jean-Pierre REY/GAMMA-RAPHO

La trama parece de película y podría dar para una saga. No solo de los maleantes se habría aprovechado Sarkozy para no soltar el poder. Por años, la justicia investigó si la mujer más rica del mundo había sido su víctima. Se trata de Liliane Bettencourt, la riquísima heredera de L’Oreal. Los franceses siguieron ese proceso con fascinación.

Como recuerda el diario Le Monde, tenía todas las condiciones para ser una novela: “Una anciana multimillonaria, un amigo cercano que abusa de su generosidad, una hija que intenta poner a su madre bajo tutela, un hombre de confianza que hace negocios a sus espaldas, un mayordomo que deja micrófonos para grabar sus conversaciones, grandes jefes y políticos que entran y salen de una mansión en Neuilly-sur-Seine, uno de los barrios más lujosos de Francia”.

En el ocaso de su mandato, la mujer, que ya bordeaba los 90 años, fue señalada de haber financiado ilegalmente la campaña reeleccionista de Sarkozy y de haber evadido el pago de impuestos. La denuncia la hizo la contadora de Bettencourt, quien aseguró que le habían pedido que sacara 150.000 euros en efectivo para ayudar al presidente. Ella aseguró que se negó, pero que finalmente el dinero había sido retirado de unas cuentas en Suiza.

Había dos problemas en este relato: el primero es que la financiación privada de las campañas en Francia es ilegal. El segundo, que Bettencourt supuestamente no estaba en sus plenas facultades como para decidir nada por sí misma. A Sarkozy lo investigaron por supuestamente haber abusado del avanzado alzhéimer de su gran amiga, pero al final fue exonerado por la justicia. Bettencourt murió en 2017 a los 94 años.

El diario Le Monde le calcula a Sarkozy 12 líos judiciales, muchos relacionados con la financiación de sus campañas, pero otro –por el que fue condenado de manera más dura– por tratar de escabullirse del imperio de la ley. En marzo, el expresidente ya había sido condenado a tres años de cárcel por haber hecho todo tipo de maniobras para enredar sus procesos en los tribunales.

A Sarkozy lo investigaron por haber abusado del avanzado alzhéimer de su millonaria amiga Liliane Bettencourt para que hiciera giros a su campaña. Fue absuelto. “Que implacable locura, mi amor. La verdad saldrá a la luz. Injusticia”, escribió su esposa, Carla Bruni, tras conocer la condena. Foto; AFP

La justicia logró probar que sobornó al magistrado Gilbert Azibert para lograr información sobre las pesquisas que le caían encima. El exmandatario le ofreció un puestazo en Mónaco a cambio de que estuviera informando de cualquier avance, en especial del llamado affaire Bettencourt. Tan consciente era el expresidente de que estaba en líos que se supo que había comprado unos teléfonos prepago para hablar de este tema y que se hacía llamar allí como el “señor Paul Bismuth”.

En este afán de saberlo todo, Le Monde también denunció que desde el Elíseo ordenó a los servicios de inteligencia franceses interceptar los teléfonos de unos funcionarios públicos para saber quién le estaba pasando información a este diario. “Es intolerable que los servicios de contraespionaje, con el halo de opacidad que rodea sus actividades, merodeen en el terreno de la libertad de prensa”, dijo en su momento el periódico.

Sarkozy, en una de las pocas entrevistas que ha dado sobre sus problemas, dijo que se trataba de acusaciones “grotescas” y que nunca había traicionado la confianza de los franceses. Por ahora, las condenas a Sarkozy son una vergüenza, pero no le implican ir a la cárcel, sino un año de tener un brazalete electrónico.

“Qué implacable locura, mi amor. La verdad saldrá a la luz. Injusticia”, escribió dolida la cantante Carla Bruni, con quien protagonizó la más tórrida historia de amor que se ha visto en el poder en los últimos años. En una reciente entrevista, la cantante contó cómo lo conoció casado ya siendo presidente, “pero entre la primera llamada y las primeras citas se divorció”. Aseguró que “cuando Nicolas llega a algún lugar, sea presidente o no, atrae toda la energía, toda la atención”. Lamentablemente, hoy esa atención era la única que nunca buscó en su vida.