Desde que comenzó la pandemia, el mundo puso sus esperanzas en una vacuna que trajera de vuelta la normalidad. Los científicos no decepcionaron, y en menos de un año las farmacéuticas ofrecieron sus productos en el mercado para venderlos a los Gobiernos. Inmediatamente, los dirigentes de países de todo el mundo cerraron acuerdos multimillonarios para asegurarse una buena cantidad para su población.
No obstante, a pesar del optimismo en los países cuyos planes de vacunación han sido un éxito, la inmunidad de rebaño y el regreso de la normalidad estarían más lejos de lo que se pensaba. El problema está en que cada vez son más las variantes del virus que suponen un obstáculo para las actuales vacunas. A esto se suma el creciente número de grupos antivacunas, que podrían poner a tambalear la inmunidad global. La situación es, además, inequitativa. Los países más ricos acapararon las vacunas, mientras que los más pobres se han limitado a esperar el goteo de las farmacéuticas para llevar a cabo sus jornadas de vacunación. Pero esto no ha sido una garantía para que la población sea inoculada masivamente en el ‘primer mundo’, como es el caso de Estados Unidos.
Desde que Joe Biden llegó a la Casa Blanca como presidente, ha encaminado todos sus esfuerzos en brindar a los estadounidenses vías fáciles para acceder a la vacuna y alcanzar la inmunidad. Pero la reticencia de los republicanos puede complicar este objetivo a corto plazo. Según una encuesta de la Universidad de Monmouth, el 43 por ciento de los encuestados republicanos nunca recibirán la vacuna contra el coronavirus, frente a 5 por ciento de los demócratas. En general, los estados que votaron por Trump en 2020 se están quedando atrás en términos de inoculaciones si se los compara con los que eligieron a Biden. Es tan grande la capacidad de vacunación en Estados Unidos que la oferta está a punto de superar la demanda. Por eso, varios estados han optado por inocular a los turistas para no desperdiciar las dosis huérfanas.
Los esfuerzos por vacunar cuanto antes podrían salvar miles de vidas. Como le explicó Paúl Cárdenas, profesor del Instituto de Microbiología de Quito, a SEMANA, “cuando una persona se vacuna, se protege individualmente. Pero, si la mayoría de personas en una comunidad están vacunadas, también se protegen entre ellas, pues detienen la transmisión de un agente infeccioso. Muchas veces al parar la transmisión se protege a las personas más vulnerables e, incluso, las que aún no se han vacunado”.
Sin embargo, la realidad de los países más pobres es completamente diferente. Las jornadas de vacunación han sido lentas por la escasez de dosis. De igual forma, esta situación también atenta contra la inmunidad colectiva, pues, con el pasar de los días, se descubren más variantes del virus que se propagan muy rápidamente, un claro inconveniente en el futuro. Como lo explica Cárdenas, este problema sanitario “es real y global. Aunque se vacunen ciertos países con mayor rapidez, si a estos territorios luego llega una variante que esquive la respuesta inmune de las vacunas, puede producirse un nuevo pico de contagios producidos por esta nueva variante”.
Por si fuera poco, ahora se suman los movimientos antivacunas: grupos de personas que desafían las medidas de mitigación en contra del coronavirus y que creen en teorías conspirativas. Esto los convierte en foco de contagio y propagación del virus con nuevas variantes.
Las vacunas son la única salida real de la pandemia. Y el mundo entero deberá trabajar de la mano para salir de la crisis. Los países más ricos que han acaparado grandes cantidades de vacunas tendrán que convertirse en la mano derecha de los más pobres, de lo contrario, su velocidad de inmunización no servirá de nada.
Por su parte, la covid-19 sigue vendiendo cara su derrota y atacando con más fuerza en cada ola de contagios. Algunos plantean que, si no se erradica pronto, el virus podría desembocar en una enfermedad endémica con la que se tendría que convivir por el resto de los días.