La estabilidad de europa tambalea por cuenta de la incertidumbre política. Este año convulso demostró que la región que solía dar ejemplo de democracias liberales cada vez enfrenta más interrogantes. Así, Gobiernos frágiles de coalición apenas sobreviven y dejan a sus países en el limbo. Pero, además, la ciudadanía manifiesta un creciente desencanto con la clase política, que se expresa también en el debilitamiento del proyecto europeo. A todo esto se suma la amenaza de una extrema derecha partidista. Por eso, los desafíos para el próximo año son astronómicos. El sentimiento antieuropeísta de la creciente tendencia derechista dibuja un porvenir borroso, que esboza un continente fragmentado y con sus propios desórdenes internos. España y Bélgica llevan más de un año sin formar gobierno; en Italia, Finlandia y Alemania, la extrema derecha cada vez toma más fuerza; y la saliente canciller Angela Merkel, bastión de la estabilidad europea, está cada vez más debilitada políticamente. Y como si fuera poco, en Francia, el presidente Emmanuel Macron enfrenta serios problemas de gobernabilidad por las protestas sociales.
El auge de partidos como Alternativa para Alemania (AfD), nostálgico del nazismo; Verdaderos Finlandeses (VF); la Liga (Italia), y Vox (España) genera terror y asombro en un continente que hace menos de un siglo sufrió los estragos del nazismo y el fascismo. Eso sin contar que en Polonia y Hungría la extrema derecha gobierna. Estas colectividades, a grandes rasgos, se caracterizan por su retórica antimigratoria y muchas veces xenófoba, la exaltación del nacionalismo, el cuestionamiento e incluso el rechazo a la Unión Europea, y el proteccionismo económico. Y amenazan con borrar el proyecto de integración del bloque. ¿Cómo explicar su apogeo? Quizá la distancia que sienten los ciudadanos con la Unión Europea influye sobre los partidos radicales, que aprovechan esta sensación para nutrir su discurso con posiciones euroescépticas. Así, estas fuerzas antieuropeístas, que defienden un proceso de renacionalización, representan la tercera parte del Parlamento Europeo. ¿Está la Unión Europea frente a una crisis existencial? Finlandia solía enorgullecerse de sus instituciones democráticas, pero va de crisis en crisis. En la primavera de 2019, el Gobierno de Juha Sipilä colapsó a solo cinco semanas de las elecciones populares, tras el fracaso de la reforma en el sistema de salud, su principal proyecto. Este mes, el primer ministro socialdemócrata, Antti Rinne, se vio obligado a dimitir para evitar que la ultraderecha lo tumbara con una moción de censura. La coalición gobernante decidió elegir a Sanna Marin, del partido de Rinnie. Marin, de 34 años, ejercía como ministra de Transporte. Y muchos cuestionan su capacidad para el cargo. Su Partido Socialdemócrata (SPD) obtuvo la mayoría en las elecciones de abril de 2019, pero el margen con el partido de ultraderecha Verdaderos Finlandeses (VF) fue tan solo de 0,2 por ciento. El polémico eurodiputado Jussi Halla-aho es una de las razones del ascenso del partido. Políticamente incorrecto, Halla-aho es el político más popular de su país. Su xenofobia y su incendiario discurso antiinmigración le ha generado réditos electorales, pero también líos con la justicia. Marin no la tiene fácil. Deberá recuperar la confianza en la clase política de una ciudadanía desencantada, que ha girado hacia la extrema derecha.
Reino Unido atraviesa por la etapa más crítica desde la Segunda Guerra Mundial. Las elecciones del 12 de diciembre le dieron la mayoría parlamentaria al primer ministro conservador Boris Johnson. El viernes el parlamento aprobó el brexit (el divorcio de su país de la UE), lo que abre grandes interrogantes. La retórica extremista de Johnson, en especial con el tema migratorio; la división de la ciudadanía, y la incapacidad de los líderes para desenredar el ovillo del brexit tienen a Reino Unido en un estado de convulsión y fragilidad. Según expertos, el declive económico del que alguna vez fue un gran imperio es inevitable. Su papel como centro financiero disminuirá cada vez más hasta que logre una fuerza en la economía global parecida al del PIB del norte de Italia. Aunque eso no es todo, una crisis institucional también se avecina, pues Escocia quiere separarse de Reino Unido, pero para ello necesita el aval del premier, cosa que parece improbable.
Emmanuel Macron intenta, hasta ahora sin éxito, contener la que muchos consideran la manifestación más importante de los últimos diez años, generada por su impopular reforma a las pensiones. Al cierre de esta edición, el país llevaba más de 15 días paralizado. Las cosas se le complicaron aún más esta semana cuando el alto comisionado Jean-Paul Delevoye, artífice de la reforma, dimitió por “conflicto de intereses”. Inflamable. Así es la política italiana. Una pequeña chispa por algo aparentemente insignificante puede acabar con un Gobierno, como pasó en agosto. El líder la Liga (partido de ultraderecha), Matteo Salvini, apodado por sus contrincantes Pequeño Mussolini, intentó tumbar al primer ministro Giuseppe Conte de la coalición entre su propio partido y el antisistema Movimiento 5 Estrellas (M5E). Salvini se agarró de que no lograron ponerse de acuerdo sobre un proyecto de tren de alta velocidad para convocar a elecciones (sin las facultades constitucionales). Pidió a los italianos que le dieran “plenos poderes”, frase famosa de Benito Mussolini, lo que asustó a muchos. Conte terminó dimitiendo, pero luego pasó lo inesperado: el presidente Sergio Mattarella logró estimular una nueva coalición. Y Conte regresó a su cargo. No obstante, cada vez tiene menos apoyo en el Parlamento, y Salvini, con su carácter histriónico, tiende a opacar al premier. La amenaza sigue latente en un país donde desde 1945 los gobiernos duran en promedio 13 meses.
Algo similar ocurre en España. Desde que en 2018 Mariano Rajoy salió por una moción de censura –la primera en democracia–, Pedro Sánchez, del partido socialista PSOE, asumió como presidente en funciones. A partir de ese momento, Sánchez ha intentado sin éxito formar un gobierno, sobre todo por sus diferencias con Pablo Iglesias, líder del otro partido de izquierda, Unidos Podemos. A eso se suma la rebeldía de catalanes que impulsan un movimiento separatista. Y el auge en las últimas elecciones del partido de extrema derecha Vox. Pero quizá el ejemplo más preocupante es el de Hungría, donde la extrema derecha gobierna navegando el descontento con las “imposiciones” de la UE. Viktor Orbán se presenta como el defensor de su país contra los migrantes musulmanes. Construyó un muro de 175 kilómetros en su frontera con Serbia y luego añadió 40 kilómetros en la frontera con Croacia. Y en Alemania, el partido AfD es la tercera fuerza del parlamento. En 2017 obtuvo 94 escaños. Sus líderes, Alexander Gauland y Alice Weidel, han minimizado las atrocidades cometidas por el nazismo. Pero su acogida se explica como un rechazo a la política de puertas abiertas de Angela Merkel. ¿Cómo llegaron hasta este punto? Los efectos de la crisis económica de 2008 aún se perciben en el continente, a eso se suma que parte de la población se siente marginada de los beneficios de la integración europea; además, la crisis migratoria de 2015, que llevó a 3 millones de refugiados a la UE, ha contribuido a fortalecer los nacionalismos.
Así, ante la falta de cohesión social e integración política, la ausencia de fines comunes, las divergencias ideológicas y la polarización partidista, el panorama para 2020 es incierto.