Tras varias décadas de paz y estabilidad, una gran potencia y un joven país nacionalista se disputan un pequeño territorio situado en los confines de Europa. Las naciones del Viejo Continente siguen los hechos con preocupación, aunque confían en los mecanismos pacíficos para que las cosas se resuelvan sin más problemas. El mundo se ha integrado tanto en las últimas décadas, que el fantasma de la guerra parece irremediablemente superado. A pesar de las apariencias, el párrafo anterior no describe la situación actual entre Ucrania y Rusia con Estados Unidos y la Unión Europea como actores externos, sino los hechos que precedieron el estallido del más mortífero conflicto conocido hasta entonces: la Primera Guerra Mundial. Como en 1914, el mundo asiste hoy con interés a una disputa que comenzó como un asunto local, pero que en poco tiempo ha llevado a las principales naciones y a los organismos internacionales a emplear un lenguaje inusualmente severo, con el trasfondo del armamento nuclear que acumularon las dos superpotencias de la Guerra Fría. Aunque resulta inimaginable que un europeo del común dé la vida hoy por algo tan lejano como Crimea, hace un siglo era también difícil que el asesinato del príncipe heredero Francisco Fernando de Austria acabara, en cuatro años de guerra, con otros 20 millones de vidas.Nada de eso quiere decir que el mundo esté ad portas de un nuevo desastre bélico, pero lo cierto es que todos los dirigentes involucrados, como hace 100 años, están jugando con fuego y por lo menos están corriendo riesgos de consecuencias difíciles de medir. Por un lado, la anexión de Crimea –ilegítima para la comunidad internacional– invoca las esperanzas de varios territorios secesionistas, que pueden ver en ella un ejemplo. Por el otro, las sanciones económicas y políticas que Estados Unidos y los países europeos están intercambiando con Rusia amenazan aislar a ese país en el contexto internacional, lo cual hace temer una nueva cortina de hierro. Y con ella, la entrada en el limbo de toda una serie de asuntos clave para la paz e incluso para el futuro de la humanidad.¿Secesionismos en cadena?Las imágenes de los habitantes de Crimea ondeando la bandera de Rusia tras el contundente resultado del referendo del domingo han hecho pensar a algunos que Putin se salió con la suya, no solo por ser ‘el que más grita’, sino por tener de su lado la voluntad popular. ¿De qué depende entonces que un referendo sea efectivo y no una simple expresión de las expectativas de los habitantes de un territorio? Fundamentalmente, del reconocimiento de otros países y de la importancia política que estos tengan. Casos como el de Palestina, que cuenta con un amplio consenso sobre la justicia de sus aspiraciones, no se han consolidado porque a pesar de que lo reconocen más dos tercios de los países del mundo, no lo han hecho ni Estados Unidos ni los países de Europa Occidental.“El reconocimiento es una cuestión de carácter político, no legal”, le dijo a SEMANA el profesor de Derecho Internacional de la Universidad de Berkley Hurst Hannum, quien comparó explícitamente ese caso con la declaración de independencia de Kosovo, descrita por Putin en su apasionado discurso en el Kremlin el 18 de marzo como “un precedente que nuestros colegas de Occidente crearon con sus propias manos en una situación muy similar”. Unas palabras que se tomaron en serio los habitantes prorrusos de Transnistria –la región separatista de Moldavia que desde hace más de 20 años goza de una independencia de facto ligada a la presencia militar rusa– quienes el pasado 18 de marzo le pidieron a Moscú que le permita a su territorio unirse a la Federación Rusa.Según explicó a SEMANA el experto en secesiones de la London School of Economics James Ker-Lindsay, “es ciertamente preocupante pensar que Rusia haya establecido ahora un precedente para que los Estados traten de recuperar sus territorios perdidos. En el mundo hay muchos países que nunca han aceptado cambios fronterizos que les hicieron perder territorios históricos”, dijo. Las contiendas de ese corte son moneda común en el planeta. Si bien algunas son inocuas, como la que sostienen desde el siglo XVII Francia e Italia sobre la cima del Monte Blanco, otras son potencialmente explosivas. Por ejemplo, los diferendos que sostienen países nucleares como China, India y Pakistán por Cachemira. “Si Moscú decide extender sus fronteras para abarcar otros ‘territorios perdidos’, podríamos entonces estar ad portas de un periodo de profunda inestabilidad a escala internacional”, dice Ker-Lindsay.Pese a las semejanzas con el semiexitoso caso de Kosovo, algunos especialistas consultados por esta revista coincidieron en que el camino seguido por Crimea es un ejemplo de cómo no se deben llevar a cabo estos procesos: bajo una ocupación armada, con medios de comunicación controlados por el Estado, sin tiempo para una discusión y un debate públicos, y en medio de fuertes indicios de coerción. De hecho, los secesionistas de Escocia y de Cataluña han rechazado enfáticamente el proceso de Crimea.Reflejos de la Guerra Fría La semana pasada, el experimentado diplomático francés y actual secretario general del Servicio Europeo de Acción Exterior Pierre Vimont dijo: “Nos estamos poniendo contra la pared por los reflejos de la Guerra Fría”. Y, en efecto, tras varias décadas de globalización y a más de 20 años del colapso de la Unión Soviética, es difícil –y alarmante– imaginar un mundo sin Rusia como actor de los procesos multilaterales. “En el ámbito económico, el nivel de interdependencia que se ha alcanzado es infinitamente más elevado y exigente que en los tiempos de la Guerra Fría”, le dijo a SEMANA Theodore Christakis, director del Centro para la Seguridad Internacional y los Estudios Europeos de la Universidad Grenoble-Alpes. Pero los oscuros nubarrones no se limitan al ámbito comercial y económico.Por un lado, ha sido clave el papel que Moscú ha desempeñado en temas regionales de gran trascendencia, como los del armamentismo de Irán y Corea del Norte, que sin su intervención serían hoy mucho más graves. A su vez, pese a la profunda degradación que ha sufrido la guerra de Siria y del apoyo que Moscú le ha brindado al dictador Bashar al Asad, la intervención de Rusia le permitió a la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas de la ONU sacar de ese país casi la mitad del armamento.Por otro lado, la Rusia postsoviética ha sido crucial en asuntos como el desarme nuclear, gracias a los Tratados de Reducción de Armas Estratégicas (Start, por sus siglas en inglés), de los cuales el más reciente fue firmado en Praga en 2010 y se espera que sea efectivo hasta 2021. Del mismo modo, es difícil imaginar que cualquier decisión para frenar el calentamiento climático pueda prosperar sin el concurso del mayor país del planeta, que a su vez cubre cerca de la mitad del océano Ártico, cuyo eventual deshielo le permitiría por cierto controlar la ruta marítima que se abriría entre Europa y el Lejano Oriente. A propósito de las pretensiones geopolíticas de Rusia, es muy diciente que el 26 de febrero el ministro de Defensa de ese país, Sergei Shoigu, haya anunciado que a la presencia militar que ya tiene en Asia Central y Siria, esté en negociaciones para hacer lo mismo en otros ocho países, entre ellos Nicaragua, Venezuela y Cuba.Sobre este complejo escenario, sin embargo, los especialistas consultados por esta revista son enfáticos al señalar que no toda la responsabilidad recae sobre Rusia. “El primer error de Occidente desde 1989 ha sido que no ha dejado de marginalizar a Moscú y de tratarla como un vencido, imponiéndole con torpeza un tratamiento comparable al que se le inflige a los militares en la guerra clásica”, le dijo a SEMANA Bertrand Badie, profesor de Relaciones Internacionales del Instituto de Estudios Políticos de París. “Es bueno escuchar a los Estados Unidos y Francia exigiendo respeto por la integridad territorial de Ucrania”, señala al respecto Christakis, poniendo de manifiesto que al reconocer la independencia de Kosovo esos dos países no hicieron otro tanto con la integridad de Serbia. A comienzos del siglo XX, el Viejo Continente experimentaba un progreso sin precedentes tras 80 años de paz relativa. Pero los dirigentes cometieron una serie de errores que llevaron a que la situación se les saliera de las manos, lo que condujo a un conflicto que nadie hubiera podido imaginarse un par de años antes. Tal vez les faltó valor, una facultad que Winston Churchill definió acertadamente como “aquello que se necesita para pararse y hablar, pero también para sentarse y escuchar”. Muchos años más tarde, ese consejo sigue tan vigente como el primer día.