"Si mañana soy yo, quiero ser la última", se lee en los mensajes de apoyo y solidaridad que durante la semana han aparecido en las redes sociales. Las denuncias por agresión sexual en el último año han mostrado matices de este tipo de delitos de los que poco se hablaba públicamente. El empoderamiento de las mujeres, guiado por movimientos feministas e iniciativas reivindicadoras de las libertades femeninas, ha estallado.Aunque algunas manifestaciones alcanzan a tener más fuerza en las calles, los medios de comunicación y las redes sociales, las discusión se siguen dando constantemente. La semana pasada, el desarrollo de un caso en el que se implicaban delitos sexuales terminó con la indignación de miles de mujeres que decidieron contar historias de abuso y acoso a través de internet.Las anécdotas narradas causan escalofríos. El hashtag #cuéntalo fue tendencia durante todo el fin de semana y las historias viajaron a través de la red hasta mezclarse con hechos ocurridos en otros países. El dónde habían ocurrido ya no importaban. El mensaje era claro: en todos los lugares las mujeres son víctimas de ataques sexuales que antes el miedo y el silencio carcomían. 

La visibilización de estos casos tiene un impacto de proporciones gigantes: ayudan a sanar, impulsan a otras mujeres a denunciar, relatan detalles que se creían naturalizados y ponen el reflector sobre hechos ignorados durante años. La tendencia cobró vida después de la sentencia de nueve años que recibieron cinco hombres en Pamplona por abuso sexual continuado contra una joven de 18 años. El caso de La Manada, como se autodenomina el grupo de acusados, ha hecho eco en lugares lejanos al continente europeo. Los cinco han estado en prisión preventiva desde julio de 2016. El 7 de julio de ese mismo año, el relato de un ataque sexual sería la primera fase de un juicio que después de casi dos años todavía sigue siendo cuestionado.

De acuerdo con la denunciante, los cinco hombres abusaron de ella al mismo tiempo después de las fiestas de San Fermín. Los detalles de lo que ocurrió esa madrugada han causado indignación. Se conoce que después del ataque, los implicados compartieron en un grupo de Whatsapp vídeos del abuso con otros amigos. Los clips son parte de las evidencias que tanto la parte acusadora como la defensa han utilizado.

El juicio se realizó a puerta cerrada para proteger la identidad de la agregida. La sentencia llegó la semana pasada. La anhelada justicia fue recibida como un acto a medias que deja en desventaja a esta y otras mujeres víctimas de delitos sexuales. Según el fallo, los cinco hombres son responsables de abuso sexual pero no de violación, pues no hubo violencia ni intimidación durante los hechos. “Es inocultable que la denunciante se encontró de pronto en un lugar angosto y recóndito, rodeada por cinco varones de edades muy superiores y fuerte complexión que la dejaron impresionada y sin capacidad de reacción”, dice la sentencia. Los magistrados aseguran que “el vídeo muestra de modo palmario que la denunciante está sometida a la voluntad de los procesados, quienes la utilizan como mero objeto para satisfacer sus instintos sexuales”.

Sin embargo, el relato de la joven, aunque es coherente de acuerdo con el fallo, no es suficiente para condenar a los procesados por un delito mayor.  En este, la diferencia entre abuso de superioridad manifiesta e intimidación es clave. Los magistrados aseguraron que hubo un consentimiento viciado, por eso la condena está basada desde un supuesto en el que los responsables, prevalisiendo una situación de superioridad manifiesta, coartaron la libertad de la víctima.

El debate hasta ahora comienza. “Es violación, no abuso”, era el slogan de las manifestantes en las calles. Diferentes colectivos sociales han rechazado la sentencia y por eso se han tomado ciudades, medios de comunicación y redes sociales para apoyar las voces de denunciantes como estas. "Yo sí te creo, hermana", han dicho otras mujeres con mensajes de solidaridad. 

Aunque muchas historias eran contadas en primera persona, muchas mujeres usaron su voz para narrar casos ajenos. Los de mujeres que terminaron siendo asesinadas por sus parejas, familiares o desconocidos; los de muchas más que todavía viven con miedo y los de otras que siguen siendo víctimas de agresiones sexuales. 

Cada historia aparece para evidenciar un problema cotidiano que responde a situaciones no aisladas, por el contrario, son estos el resultado de prácticas que siguen patrones naturalizados en la sociedad. "El 1 de enero de 2011 tenía 9 años. Todavía no se hablaba de género ni de femicidios. Mi mamá quería el divorcio y mi papá la apuñaló hasta matarla, unas cien veces, antes atacándome a mi, y matándome con veinte. Hoy lo cuento yo porque mi amiga Sofia Bianco no puede", escribió una usuaria de la red social.

 

Salí de mi casa con mi hija de un año para encontrarme con su papá, tenía que darme la cuota alimentaria. Aparecí muerta en una alcantarilla. Mi hija sobrevivió abrazada a mi cadaver durante dos días. Lo cuento yo porque Paola Acosta no puede. #cuéntalo— Nam (@namirita) 30 de abril de 2018

"Me da miedo que algún día alguien tengan que contarlo por mí, porque yo ya no pueda", se leía en otras historias que dejaban ver que, a pesar de encontrar valentía a través de relatos comunes, el temor no se va. 

Los hombres también se unieron a la etiqueta. Y aunque muchos lo hicieron para decir que las historias no eran ciertas, para decir que lo importante era denunciar y no contar las historias en internet, o simplemente para decir que ellos también sufren de violencia sexual; otros apoyaron la tendencia y relataron historias de abuso que han visto en sus propios hogares. 

Las mujeres siguen hablando por ellas, por las que no pueden, por las que ya no están, por las que no aparecen. Las historias siguen llegando al historial de quienes navegan las redes sociales, pero lo más importante que no se queden allí, que trasciendan.