Tras la convención demócrata que nominó a Joe Biden para las elecciones del 3 de noviembre, llegó el turno de los republicanos. Estos hicieron lo propio con Donald Trump, quien ha dedicado su último año en la Casa Blanca a su campaña. Pocos esperaban algo mejor, pero la convención republicana, atravesada por un nuevo caso de brutalidad policial contra la población negra, dejó sensaciones poco alentadoras.
Desde el comienzo Trump demostró que le importan poco las normas y tradiciones, escritas o no, que rigen el establecimiento político norteamericano. Normalmente, el candidato solo pronuncia el discurso de cierre, pero Trump acaparó el evento con sus intervenciones diarias. Abrieron la convención en Charlotte, Carolina del Norte, con la votación de cerca de 300 delegados de los 50 estados que, como estaba previsto, confirmaron la candidatura de Trump. Justo en ese momento, el magnate apareció ‘por sorpresa’ en el recinto, con un discurso lleno de acusaciones infundadas contra sus rivales. Con un desprecio absoluto por la verdad, el magnate calificó a lo largo del evento a Biden de caballo de Troya del socialismo, haciendo eco de sus propagandas televisivas que comparaban un eventual gobierno demócrata con el castrochavismo. En Charlotte, el magnate volvió a acusar a los demócratas de querer “amañar” las elecciones. La fiabilidad del voto por correo está más que probada, no obstante, el mandatario insiste en que puede permitir el fraude, olvidando, entre otras cosas, que el Gobierno, no la oposición, controla el aparato postal. “Van a usar la covid para robar la elección”, afirmó, convencido de que “la única forma en la que pueden privarnos de la victoria es mediante una elección amañada”. Con cada semana que pasa crecen los temores de que Trump desconozca una victoria de Biden.
A diferencia del cónclave demócrata, en la convención republicana apenas participaron los familiares del magnate y republicanos de bajo perfil. Pero le importa tan poco que especuló con modificar la Constitución, para cambiar la Enmienda 22 que prohíbe a los presidentes permanecer en el poder por más de dos mandatos. “Si quieren volverlos locos, digan ‘12 años más’”, instó a sus seguidores. A la convención también la marcó una realidad alternativa en la que Trump apareció en boca de los oradores como un hombre compasivo, amante de los inmigrantes y las minorías raciales, y responsable de la prosperidad económica del país. Y además las ausencias. Mientras en la convención demócrata intervinieron tres expresidentes, los rivales de Biden en las primarias y figuras republicanas de primer nivel, en esta apenas participaron familiares y activistas de bajo perfil. Como le dijo a SEMANA Eric Smith, profesor del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de California (Santa Bárbara), el perfil de los oradores permitió a los republicanos mostrarse “mucho más subordinados a su candidato que cualquier otro partido en la historia de Estados Unidos. El partido no emitió el conjunto de promesas y metas para sus próximos cuatro años, como suele ser costumbre. En cambio, confirmaron que están a favor de lo que Trump decida de un minuto a otro”. El experto agrega que “la mitad de los principales oradores son miembros de la familia Trump, y no se escuchará una sola voz disidente desde la plataforma. Los republicanos están dominados por Trump”. La política de la ley y el orden podría ganarle adeptos a Trump, aunque suma a Estados Unidos en una etapa de violencia sin precedentes Mientras este se deleitaba con ese creciente culto a la personalidad, Estados Unidos presenciaba un nuevo caso de brutalidad policial. Jacob Blake, un ciudadano negro, recibió siete disparos a quemarropa de un policía blanco frente a sus tres hijos en Kenosha, Wisconsin. Los hechos reavivaron las protestas antirracistas en el país, con incendios, saqueos y ataques a edificios públicos, a los que Trump respondió con el envío de agentes federales para controlar las protestas. El hecho paralizó incluso el deporte profesional, que reactivó sus actividades hace unas semanas. Las imágenes reabrieron las heridas, y los jugadores de la NBA, que habían mostrado su apoyo a las manifestaciones de los últimos meses, boicotearon la liga en plenos playoffs. El equipo de baloncesto Milwaukee Bucks comenzó el movimiento, y franquicias como los Lakers y Los Angeles Clippers votaron por abandonar la temporada de la NBA. También se pospusieron partidos de fútbol, tenis y béisbol. El descontrol alcanzó cotas insospechadas cuando en Kenosha un adolescente de 17 años, fanático admirador de Trump que había publicado en redes sociales numerosos mensajes de apoyo a la policía y exponía su afición por las armas, asesinó con un rifle de asalto a dos manifestantes. Un presidente ‘normal’ habría asumido la bandera de la paz y la unidad del país. Pero a Trump esos hechos le cayeron como anillo al dedo a lo que parece será el mensaje central de su campaña.
Kyle Rittenhouse, de 17 años y fanático de Trump, disparó a los manifestantes en Kenosha, Wisconsin, y mató a dos personas. En efecto, los republicanos tenían claro que centrarían sus discursos en la convención en que solo Trump podría controlar la violencia. El miércoles, con las calles de Kenosha en llamas, el vicepresidente Mike Pence pintó un panorama sombrío de una elección en la que “la ley y el orden están en juego”. Y Trump dijo confiar en este eslogan para ganar un segundo mandato, pues “no toleraremos saqueos, incendios, violencia y anarquía en las calles estadounidenses”, sin decir palabra sobre Jacob Blake o las víctimas de la violencia en la protesta. Ese argumento confundió a los comentaristas, que se preguntaron qué había hecho al respecto en los últimos cuatro años. Incluso, los republicanos indignaron al país al darle la palabra a Mark y Patricia McCloskey, la pareja que se hizo viral tras salir armada al umbral de su mansión en St. Louis a apuntarle a un grupo de manifestantes que pasaban al frente de su residencia.
Los siete disparos de un policía a la espalda del afroamericano Jacob Blake desataron de nuevo la ira contra el racismo y la brutalidad policial. Sin embargo, para Smith, la premisa de ‘la ley y el orden’ puede favorecer a Trump. Según el experto, “a partir de la campaña republicana de Nixon en 1968, el ‘crimen’ se ha utilizado como una palabra clave de las cuestiones raciales. Desde entonces, los republicanos han sido considerados, por lo general, más duros y exitosos que los demócratas. Esta es una estrategia de campaña bien probada, que a menudo ha tenido éxito”. Los republicanos no tuvieron problema en pintar las protestas contra la brutalidad policial como un ejemplo de la amenaza de la extrema izquierda. Personajes como Tim Scott, el único senador negro del partido, acusaron a Biden de querer una “revolución cultural”, a pesar de que el demócrata pertenece al sector más conservador de su partido. “Si los dejamos van a transformar nuestro país en una utopía socialista”, sentenció Scott, de Carolina del Sur. El congresista Matt Gaetz hizo lo propio, al afirmar que un gobierno de Biden obligaría a los estadounidenses al “desarme, vaciar las prisiones, encerrar a la gente en su hogar e invitar al MS-13 (la Mara Salvatrucha) a vivir al lado”. La exembajadora ante la ONU, Nikki Haley, luego de decir que Estados Unidos no es un país racista, también acusó a Biden de estar supeditado a políticos que buscan imponer el socialismo.
Trump rompió todas las tradiciones, como al menos aparentar un mensaje de unidad nacional. No obstante, entre sus transgresiones, algunas pasaron los límites de la ética y la legalidad, como usar los prados de la Casa Blanca para el momento cumbre de la convención e incluir un discurso del secretario de Estado, Mike Pompeo, desde Israel en funciones oficiales. Justamente por esa razones tantas democracias presidencialistas prohíben la reelección inmediata. Pero no se trata de un país latinoamericano, sino de la democracia más importante del planeta. Todo eso y las sospechas de que no aceptará un resultado adverso conforman el panorama electoral más negro de la historia reciente de Estados Unidos.