Internet allanó el camino a la presidencia de Donald Trump. Su celular y mensajes de 280 caracteres fueron claves para que más de 62 millones de personas votaran por él en 2016. Hoy, cuatro años después, el panorama es otro. El presidente número 45 de Estados Unidos se retira de la Casa Blanca bloqueado en las redes sociales, las mismas que un día le sirvieron de escaparate para llegar al poder.
Desde un principio, Trump supo que su discurso provocador no le permitiría acceder a los medios convencionales. Por eso, el magnate llevó la contienda a un terreno fangoso en el que se sentía cómodo y en donde ponía las reglas. Cuando se posesionó en enero de 2017, su cuenta personal tenía más de 20 millones de seguidores y dejó a un lado el perfil oficial de la presidencia (@POTUS). Hoy, casi cuatro años después, el mandatario contaba con más de 87 millones de seguidores hasta su suspensión. Con este alcance monumental, sumergió al país en sus discusiones en internet y acosó a sus contrincantes políticos con mensajes propios del bravucón de la clase. Detrás de su celular, tuvo carta libre para decir lo que quisiera.
Twitter fue la red predilecta del mandatario, el megáfono para difundir insultos y acusaciones infundadas. Vendió la imagen de político provocador, sin pelos en la lengua, alejado de la política convencional. Así logró reunir a los fanáticos de extrema derecha dispersos a lo largo del país. De esta manera lo afirma Theodore Kahn, politólogo de la Universidad de Harvard, quien recuerda que “la presencia de grupos extremistas precede a Trump. Pero todo cambia con su llegada en 2015. Como la violencia forma parte de su discurso y estilo político, logra alentar a estos grupos radicales para que jueguen un rol más activo y abierto en la vida política nacional”.
El modus operandi de Trump en las redes fue propio de un populista cibernético. Según George Lakoff, investigador norteamericano de lingüística cognitiva, el presidente controlaba los medios en tres pasos. Primero, centraba la atención en sus “payasadas”, como cuando sugirió inyectar desinfectante a los enfermos de covid-19; así, todos replicaban sus barbaridades. En segundo lugar, repetía constantemente sus mensajes, popularizando eslóganes sectarios como el recordado “Make America Great Again”. Y, por último, con los constantes ataques en su contra aumentaba su credibilidad dentro de la fanaticada, vendiéndose como víctima del “establecimiento”.
De este modo, el magnate se convirtió en el amo y señor de las redes sociales, un presidente que gobernaba por Twitter. Como le dijo a SEMANA David Castrillón, docente investigador en política de Estados Unidos de la Universidad Externado, “La estrategia de redes de Trump consistió en ser el centro de atención y dejar sin oxígeno a los medios convencionales. La mejor forma de hacerlo fue con su lenguaje incendiario, aprovechándose de tendencias racistas y xenófobas apoyadas por parte de los estadounidenses”.
Sin embargo, esa estrategia se vino lentamente abajo. En mayo de 2020, Twitter alertó por primera vez sobre un trino del presidente que “glorificaba la violencia”, en el que llamó “matones” a los manifestantes que protestaban tras el asesinato de George Floyd. Esto no le impidió seguir tuiteando durante su campaña electoral. La toma violenta del Capitolio, motivada por su discurso incendiario, fue la gota que rebasó el vaso. “Hemos suspendido permanentemente la cuenta debido al riesgo de una mayor incitación a la violencia”, explicó Twitter cuando lo dio de baja.
La decisión era necesaria. Las imágenes desde Washington daban testimonio de que Trump había sobrepasado los límites de su poder como nunca en la historia reciente de Estados Unidos. Pero aun con la evidencia de que tener a un presidente incitando a los violentos representaba un peligro que podía detonar, en el peor de los casos, un golpe de Estado o una guerra civil, muchos catalogan los cierres de sus cuentas como un acto de censura.
Lo que sí es cierto es que la decisión de Twitter, secundada por otras redes sociales como Facebook, YouTube y Snapchat, sienta un precedente sobre el papel que jugarán estas plataformas en el panorama político del mañana. En su momento, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, y el partido político español Vox fueron bloqueados por Twitter, señalados de difundir información falsa e incitar al odio por medio de sus discursos. Pero el caso de Trump es distinto: su monumental influencia en la red social fue considerada un peligro para la estabilidad de la democracia más importante del mundo, y el bloqueo representó una declaración de intenciones de los gigantes de internet.
Con todo ello, la decisión preventiva tomada por Twitter y demás compañías hizo pensar a muchos sobre el ingente poder que han adquirido en cuestión de décadas. Aunque esta vez el bloqueo a Trump fue aplaudido por una justa mayoría, nadie desconoce que, si las redes cayeran en las manos equivocadas, las consecuencias para la libertad de expresión podrían ser catastróficas.
La presión popular también jugó un papel clave en el caso Trump. Como recuerda Kahn, “Ya había presión sobre las redes para que tomaran medidas contra los mensajes de odio”. Y agrega: “A nadie le conviene que ellas tengan tanto poder sobre el discurso político, pero después del 6 de enero no les quedaba otra opción viable”. Apple, Amazon y Google eliminaron de sus tiendas la red social Parler, señalada de no controlar los mensajes de odio y albergar miles de cuentas supremacistas. Twitter expulsó 70.000 cuentas de QAnon, movimiento que difunde teorías conspiranoicas. Como concluye Castrillón, “No es que vivamos en una era inédita de populismo, pero hay más líderes de este tipo usando las redes y llegando a su público más fácilmente”.
Así, el presidente que gobernaba con trinos se quedó sin caracteres.