En la noche del martes, Donald Trump se dispuso a leer el tradicional discurso del Estado de la Unión. Lo hizo ante la plenaria del Congreso, en la misma sala en la que Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, declaró abierto el impeachment contra el presidente de Estados Unidos. Habían pasado unas pocas semanas desde el anuncio de Pelosi, pero el clima en el recinto era muy distinto. El caso contra Trump se había hundido prematuramente. La mayoría republicana del Senado, totalmente polarizada, no quiso aceptar nuevos documentos ni testimonios. A sus integrantes no les importaban las revelaciones de gente cercana a Trump, y ya ni siquiera disputaban la realidad de que hubiera instigado al Gobierno ucraniano para que investigara los negocios de la familia de su rival Joe Biden, en un claro caso de abuso de poder. Al final, se apoyaron en tecnicismos jurídicos, como decir que el presidente no había cometido delitos sino meras incorrecciones, e incluso argumentar que un presidente puede hacer cualquier cosa para reelegirse, porque eso forma parte del “interés nacional”.
Al blindar a Trump, los republicanos prefirieron defender sus intereses electorales antes que la integridad de las instituciones y, más allá de eso, de la seguridad nacional. “Watergate sucedió hace 50 años. ¿No hemos aprendido nada en este medio siglo? ¿Nada en absoluto? Estamos en el mismo lugar que hace 50 años, e incluso peor, porque sabemos que esta vez el juicio podría haber tenido éxito... Estamos normalizando la ilegalidad”, advirtió durante el juicio un desconsolado Adam Schiff, jefe del equipo de representantes que presentó los argumentos contra Trump, al ver que no había marcha atrás. El resultado del juicio contra Trump, resuelto en solo dos semanas y sin oír testigos, preocupa en Estados Unidos y el mundo. Si se salió con la suya a pesar de las evidencias, ¿a qué le puede temer? Peter Baker, corresponsal jefe de la Casa Blanca de The New York Times, escribió que “Trump, quien ha dicho que la Constitución ‘me permite hacer lo que quiera’ y ha sobrepasado los límites que controlaron a los presidentes anteriores, tiene pocas razones para temer al poder legislativo o a cualquier inclinación de conciliación”. El juicio sienta un precedente preocupante porque el Senado se mostró incapaz de cumplir su papel de controlar el poder del presidente. y dejó abierta la pregunta de qué podrá hacer el multimillonario en los meses que le restan en el poder para las elecciones de noviembre. El fracasado plan de los demócratas Los demócratas aspiraban a tocar en los republicanos la fibra patriótica, pero solo un miembro de este partido votó para destituir a Trump: Mitt Romney. El senador por Utah y excandidato presidencial de 2012 votó a favor de escuchar nuevos testigos, y tras el fracaso de esa posibilidad, desafió a su partido y dejó una constancia para la historia. Consciente de la gravedad del momento, dijo casi con lágrimas que, “tratar de corromper unas elecciones para mantener el poder es un asalto a la Constitución tan atroz como puede ser… es un delito o una falta grave, y no tengo otra opción, bajo el juramento que presté, que expresar esa conclusión”.
Como era de esperarse, la mayoría republicana del Senado logró absolver a Trump de su juicio político. Mitt Romney fue el único republicano que votó contra Trump, al acusarlo de abuso de poder. Los imperturbables senadores republicanos, sumados a los impulsos megalómanos del mandatario, plantean una combinación de mucho cuidado. Como asegura Baker, “él ha usado su poder de maneras que los presidentes desde Richard M. Nixon consideraron inaceptables, como despedir a un director del FBI que lo estaba investigando o intimidar al Departamento de Justicia para que investigara a sus rivales políticos”. Sus arrebatos, con el respaldo de la mayoría republicana, pueden lastimar fuertemente el sistema democrático de Estados Unidos. A nueve meses de las elecciones presidenciales, el multimillonario debería pensar dos veces antes de dar un paso. Sin embargo, Trump se mueve en direcciones insospechadas.
Ya con el fallo prácticamente en el bolsillo, Trump mostró el martes en el Discurso de la Unión una arrogancia que presagia cosas aún peores. Recibido con aplausos por sus copartidarios, se disponía a presentar el balance de su tercer año en la presidencia y dejó con la mano estirada a Pelosi. Esta cayó en la trampa cuando, al finalizar el discurso, tomó su copia y la rasgó a la vista de las cámaras.
En medio de la tensión por el fracaso del juicio contra Trump, y luego de que el mandatario le negó el saludo, Nancy Pelosi rompió el discurso del Estado de la Unión del presidente. La imagen le dio la vuelta al mundo, y demostró hasta qué punto se ha desnaturalizado la práctica política en la democracia más importante del planeta. Si algo la caracterizaba, era la cortesía y las buenas maneras que mostraban hasta los rivales más acérrimos. A lo cual se suma que tradicionalmente los presidentes aprovechaban este discurso para dar un mensaje de unidad y de esperanza. Trump esta vez solo le habló a su electorado, desafió a los demócratas y convirtió esa ocasión solemne de la democracia en un reality show. Desastre en Iowa: Elecciones EE.UU. 2020 Trump habló al día siguiente del tradicional caucus demócrata de Iowa, que abre la temporada electoral en Estados Unidos desde 1970. Para empeorar su situación, el partido del burrito se estrelló con un error de codificación en el sistema de conteo de votos, que retrasó los resultados y causó mucho revuelo. El asunto se complicó tanto que solo 21 horas después de la apertura del certamen (una especie de asamblea múltiple) solo se conoció el 61 por ciento de los votos. Trump aprovechó la oportunidad para atacar a sus rivales. “Nada funciona, como cuando gobiernan el país”, tuiteó ante el caos en la sede demócrata en Iowa, desbordada por el fallo tecnológico.
El caucus en Iowa marcó un vergonzoso inicio para la carrera electoral dentro del partido demócrata. Troy Price, presidente del partido en aquel estado, pidió disculpas. El impase golpeó inoportunamente a los demócratas, quienes se recuperan aún del fracaso en el juicio contra el presidente. Troy Price, presidente del Partido Demócrata en Iowa, dio la cara ante el papelón, al asegurar que “hemos estado trabajando día y noche para asegurarnos de que los resultados sean precisos” y prometer publicar la totalidad de los votos lo antes posible. Durante la semana, el conteo avanzó lentamente. En medio del mal trago en la primera parada de la carrera electoral, los resultados confirmaron que será una batalla apretada y de largo aliento. Pete Buttigieg, un desconocido hasta hace unos meses, se impuso ligeramente a Bernie Sanders, el candidato favorito en las encuestas, incluso en Iowa. Los dos, sin resultados oficiales, se proclamaron ganadores, y solo una décima del porcentaje de votantes los separó: 26,2 por ciento para el primero y 26,1 para el segundo. Elizabeth Warren, con altas probabilidades de repuntar en varios estados, alcanzó un 18,2, y Joe Biden, objetivo de las presuntas llamadas de Trump a Ucrania, se quedó en 15,8. En todo caso, Iowa fue apenas la primera parada. Otros jugadores, como el multimillonario Michael Bloomberg, podrían mover el tablero en los próximos meses. Bloomberg, exalcalde de Nueva York, ha invertido alrededor de 250 millones de dólares en su campaña, y está por verse el impacto de haber declinado participar en Iowa.
Si bien el motor financiero de Trump influyó en su victoria de 2016, sus posturas radicales, e incendiarias lo catapultaron hacia la presidencia. Cuatro años después, su discurso todavía le sirve para contar con la confianza de la mayoría republicana. Los demócratas tendrán que escoger bien al candidato que lo enfrentará en noviembre. A pesar del traspié en Iowa, cuentan con varias opciones. (Ver siguiente artículo).