Juan Pablo Orjuela habla inglés y español, ha escuchado toda la vida vallenato aunque nunca ha visto el río Guatapurí. Por sus venas corre la sangre colombiana, pero su vida está en Estados Unidos. Él es un dreamer, un joven de 26 años que llegó cuando tenía 3 con sus padres a una tierra desconocida para buscar otra vida, aunque significara un gran sacrificio. Solos, buscaron apoyo en la comunidad latina y criaron a su pequeño.Juan Pablo fue al colegio como cualquier otro chico del estado de Nueva Jersey, sabía que era colombiano pero no tenía ningún problema con su nacionalidad. Jugaba como todos, estudiaba como todos y tenía sueños como todos. Cuando cumplió 16 años se estrelló con la realidad. Quería sacar la licencia de conducción y no pudo. Sus padres no tuvieron otra alternativa que contarle que eran indocumentados, no solo extranjeros."Cuando estaba en la escuela buscaba conexión con otros latinos. Siempre sentí que no era completamente aceptado en Estados Unidos", cuenta Juan Pablo. Sus sospechas se unieron a la confesión de sus papás y tuvo que enfrentar la realidad.Todo empeoró cuando llegó la hora de ir a la universidad. La pasión de Juan Pablo es la ingeniería, su amor por la ciencia lo acompaña desde niño y se esforzó mucho en el colegio para tener buenas calificaciones y aspirar a una beca. La consiguió, pero no pudo disfrutarla porque la otorgaba el gobierno federal y por tanto no aplicaba para indocumentados.Pensar en pagar una universidad era casi una utopía. Según sus cuentas, necesitaba por lo menos 80.000 dólares para pagar el año de ingeniería. A eso hay que sumarle unos 30.000 dólares que cuestan la comida, la salud y el alojamiento. Juan Pablo, con un trabajo provisional en verano en una construcción y como profesor de taekwondo, lograba reunir al día 130 dólares después de una jornada de 13 horas, es decir que trabajando sin descanso seis días a la semana durante tres años, podría completar el dinero necesario para ir a la universidad el primer año.Tanto trabajo solo le alcanzó para pagar un año de un instituto donde la carrera dura dos años y “van las personas que no tienen mucho dinero para pagar una carrera de cuatro años, pero quieren ir haciendo algo”. La rabia y la frustración se convirtieron en ganas de luchar por sus derechos. Se volvió activista y junto a otros jóvenes logró que en Nueva Jersey se aprobara una legislación para que indocumentados que hubieran terminado el bachillerato y cuyos papás pagaran impuestos, accedieran a una matrícula como residentes, y no como si vinieran de otro país.El Daca, una oportunidad pero no una soluciónBajo el ala protectora del entonces presidente Barack Obama se creó el Daca, que les daba a los jóvenes que hubieran llegado a Estados Unidos con menos de 16 años un permiso provisional para trabajar, conducir, tener seguridad social y una tarjeta de crédito.Puede leer: Trump cumple y pone el fin al DACA que impedía la deportación de los ‘dreamers‘Juan Pablo cumplía todos los requisitos y se registró. Así fue como pudo obtener una licencia de conducción y una tranquilidad transitoria que, como van las cosas, solo durará hasta 2019. Trump le puso fin al programa y le ordenó al Congreso que decidiera qué hacer con los 880.000 jóvenes conocidos como dreamers.La incertidumbre reina entre los jóvenes. “Yo les di toda mi información personal para poder aplicar al Daca y ahora me pueden encontrar muy fácil para deportarme”, teme Juan Pablo.Tanto demócratas como republicanos podrían ayudar a los dreamers, pero todo tiene su precio. “La situación en la que estamos es mala, en el Congreso sí están hablando de ayudar a los dreamers que tuvieron Daca para sacar una forma de ciudadanía, pero al mismo tiempo en esa legislación quieren dar dinero para fortalecer las agencias que controlan las fronteras. En ese caso la legislación me protegería a mí pero no a mis papás que ya están a punto de ser deportados”, cuenta Juan Pablo, que hace parte del grupo activista Cosechas.Juan Pablo no habla mucho de sus padres para protegerlos. Y ellos, prudentes también, se protegieron a sí mismos al no revelarle muchos detalles a su hijo sobre la forma en la que entraron de ilegales para cumplir el sueño americano. “Cuando era pequeño no me decían nada para que por accidente no le dijera a nadie y ahora menos para que yo no le cuente a los periodistas”, dice entre risas.Lo cierto es que si no logran ganar la batalla legal su próxima parada podría ser Colombia, un país que Juan Pablo no ha pisado con conciencia y del cual sabe lo que escucha en las noticias, o lee en internet sobre “cómo es la gente indígena, la cultura y la música”. Por supuesto que sus padres se encargaron de criarlo a lo colombiano. “El otro día estaba con mi mamá en Texas y se me escuchaba un acento mexicano. Mi mamá me regañó para que se me quitara lo ‘mexicano’”, dice el joven que creció entre latinos, en una mezcla de culturas unida por la solidaridad.Juan Pablo Orejuela también es americano. “Yo te puedo enseñar cómo navegar las calles de Boston, Nueva York, pero la verdad es que no te puedo decir cómo navegar las calles de Bogotá. Si me voy para Colombia la gente me va a escuchar un acento extraño”, cuenta.Por eso hizo parte de la portada de la Revista Time “We are americans”, que en 2012 reunió a un grupo de dreamers.
Fotografía de Time, tomada en 2012.Cinco años después, los periodistas volvieron a contactarlo para preguntarle qué pensaban del agonizante Daca. Juan Pablo, más maduro, respondió con propiedad y explicó que el programa no solucionaba su situación y que en este momento tenía en pausa su vida para seguir tras sus sueños.Juan Pablo no cederá tan fácil ni por Trump ni por nadie: “Mi vida ahora es una lucha que me cuesta mucho esfuerzo. Todavía quiero ser ingeniero, aunque no me vean como un ser humano, acá sigo luchando”.