Después de que el Reino Unido aprobó la vacuna de Pfizer y BioNTech, otros países se apresuraron para hacer lo propio. A los pocos días, Canadá, Bahréin y Arabia Saudita dieron el visto bueno también, y luego Estados Unidos, México y Chile se sumaron a la lista. Reino Unido y Estados Unidos pusieron en marcha sus campañas de vacunación de inmediato, y los demás aguardan los primeros lotes del fármaco. Quienes no han aprobado alguna vacuna ni reservaron dosis esperan no quedar afuera del feroz juego en el que se convirtió la carrera contra el virus.

Está claro que la circulación de la vacuna no será democrática. Desde el inicio de la pandemia se reclamó una cooperación internacional para frenar el virus, pero, en el caso de la vacuna, el más poderoso se lleva la mayor tajada. Los países más ricos reservaron la compra de millones de dosis a compañías como Pfizer-BioNTech, Moderna, la china Sinopharm y al Instituto Gamaleya en Rusia. Los ricos quieren reservarse un porcentaje de la futura producción para el momento en que las vacunas prueben ser seguras.

Según un informe en The New York Times, las compras por adelantado acapararon más de la mitad de la capacidad de los laboratorios en 2021. Estados Unidos ya hizo millonarios contratos con los cuales podría vacunar a sus 328 millones de habitantes hasta cuatro veces. Canadá, Reino Unido y la Unión Europea también compraron dosis suficientes para vacunarse más de una vez.

Al otro lado están quienes no han asegurado vacunas ni siquiera para la mitad de su población, como Costa Rica, Perú, Venezuela, Turquía o Egipto. The People’s Vaccine Alliance, una coalición que incluye a la Oxfam, Amnistía Internacional y Global Justice Now, advirtió que los países ricos, con solo el 14 por ciento de la población mundial, adquirieron el 53 por ciento de las vacunas más prometedoras. Y dice que 70 países de bajos ingresos solo podrán vacunar a uno de cada diez habitantes en 2021.

El escenario no es ninguna sorpresa. Desde que compañías y laboratorios se embarcaron en la carrera por la vacuna, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que su distribución requería el trabajo mancomunado de todas las naciones, especialmente las más ricas. El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, señaló en su momento que “debemos actuar en solidaridad. Muy poca asistencia se ha hecho a países con pocas capacidades para enfrentar el reto de la pandemia”.

Algunas iniciativas buscan democratizar las dosis. La OMS, la Alianza Mundial para Vacunas (GAVI) y la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI) crearon el programa Covax, al que se han unido 172 países. Quieren crear un portafolio de vacunas para compartir los riesgos financieros y asegurar una distribución equitativa. Dentro de sus planes incluyen conseguir 2.000 millones de vacunas para inmunizar al 20 por ciento de la población de las naciones pobres en 2021. Según Covax, “Los riesgos de no lograr un funcionamiento exitoso son altos”, lo que llevaría a que muchos no tuvieran acceso a una vacuna hasta 2024.

Los grandes jugadores

En este escenario mundial, los poderosos hacen sus apuestas y eligen la esquina del tablero en la que se quieren parar. La Unión Europea asegura que apoyará la distribución equitativa y facilitará asistencia a las naciones más vulnerables. En los últimos días, el Banco Europeo de Inversiones y la Comisión Europea aprobaron una ayuda financiera a Covax por 500 millones de euros. En total, la Unión ha aportado 850 millones al programa, convirtiéndose en su mayor donante. Angela Merkel, presidenta del Consejo Europeo, expresó en la última reunión del G20 su preocupación porque no se habían logrado acuerdos importantes para asegurarles a los países más pobres el acceso a las vacunas.

China y Rusia también se subieron al barco de promocionar la vacuna como bien común de la humanidad. Bajo esta premisa, y sabiéndose poseedores de las vacunas que deberían competir con los fármacos de Occidente, convirtieron a los países en desarrollo en sus principales compradores y aliados. Los ensayos clínicos de cinco de las vacunas de laboratorios chinos tienen lugar en naciones como Indonesia, Egipto, Arabia Saudita, Argentina y Brasil. David Castrillón, profesor experto en relaciones internacionales y China de la Universidad Externado, le dijo a SEMANA que, a cambio, las empresas les prometieron a los países anfitriones un acceso preferencial a las vacunas; algunos recibieron donaciones de miles de dosis, y otros pactaron acuerdos de cooperación para facilitar la producción en sus territorios.

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, y el presidente de China, Xi Jinping. | Foto: Semana

Emiratos Árabes Unidos fue el primero en aprobar el uso de emergencia de la vacuna china de Sinopharm, y detrás de él hay una lista de otros países que planean hacerlo próximamente. Además de estos acuerdos, China prometió prestarles 1.000 millones de dólares a países de Latinoamérica y el Caribe para que compren vacunas, y en octubre se unió a Covax. Castrillón cree que el Gobierno de Xi Jinping “se toma muy en serio su rol como una gran potencia”.

En cuanto a Rusia, Vladímir Putin ha dicho que la vacuna Sputnik V se distribuirá de manera prioritaria en los países de ingresos medios y bajos. Por el momento, las autoridades aseguran que tienen órdenes de compra de 50 países por 1.200 millones de dosis, y acuerdos con firmas en Corea del Sur, India, China y Hungría. Desde la llegada de Putin a la presidencia, el país ha intentado recuperar la relevancia internacional que tuvo en sus mejores días la Unión Soviética, con mensajes publicitarios de la vacuna comparándola con el Sputnik I, el primer satélite artificial de la historia y un golpe fuerte a Estados Unidos durante la carrera espacial. Ahora, ganar la carrera de la vacuna, en la que Occidente ha mostrado ventaja, es la nueva obsesión de Putin, al que no le tembló el pulso para pedirles a los científicos rusos que aprobaran el fármaco a falta de más pruebas.

Estados Unidos, fiel al nacionalismo de la era Trump, se mantiene hermético. Su administración expresó abiertamente que primero se encargará de los estadounidenses durante la crisis, y rechazó los intentos multilaterales para enfrentar la pandemia. En julio decidió retirarse de la OMS, y en septiembre se negó a sumarse a Covax.

Angela Merkel, canciller de Alemania, y Donald Trump, presidente de Estados Unidos. | Foto: Semana

A tono con la tendencia de los últimos años, Estados Unidos renunció a su rol de líder mundial. Joe Biden declaró que tiene otros planes, pero a falta de un mes para su llegada a la Casa Blanca, y con la pandemia acechando todavía al país, puede que tenga que optar, al igual que su predecesor, por el individualismo.