Los grandes cambios que han impactado la historia reciente del Reino Unido han sido liderados por figuras imponentes y respetadas. Hay dos casos ejemplares. Por un lado, Winston Churchill se echó al hombro los ánimos rotos del país en la Segunda Guerra Mundial. Cuando el nazismo le respiraba en la nuca a los aliados, Churchill demostró que el león británico podía levantarse y contraatacar. Por el otro, Margaret Thatcher impuso con mano de hierro el neoliberalismo como modelo económico del país, con tal fuerza que consolidó el puesto del Reino Unido como una de las naciones más ricas del mundo. Ante estos dos gigantes de la política británica, la actual primer ministra Theresa May se ve pequeña, torpe y golpeada. May no hay podido cumplir la tarea para la que fue elegida: llevar a buen término el brexit. Esta semana, el parlamento británico la humilló una vez más al hacerla a un lado para poder votar alternativas a su acuerdo. La medida, que muchos analistas británicos calificaron de radical, no sirvió para desenredar el brexit: las ocho alternativas que presentaron los parlamentarios fueron rechazadas. Sin embargo, representó una sensación que también tienen muchos ciudadanos británicos: ya no se confía en la primera ministra. Al parecer, ni siquiera May confía en ella misma. En un acto desesperado, la mandataria le ofreció su cabeza al parlamento: prometió dimitir si esta semana aprobaban su acuerdo para salir de la UE. El anuncio buscaba darles gusto a sus más radicales opositores (muchos de ellos parte de su partido, los conservadores o tories) quienes le han pedido la renuncia desde hace meses. Pero ni siquiera eso funcionó, pues por tercera vez los parlamentarios le negaron el sí a su plan de retiro. Contexto: Theresa May no ve la luz: El Parlamento británico negó el brexit por tercera vez La tercera negativa al brexit solo le echa más leña al fuego del caos político británico. Si bien es poco probable que May dimita sin haber dejado listo el acuerdo de separación, ya no hay dudas de que su liderazgo es nulo. Para la democracia británica es preocupante no tener un liderazgo fuerte y convincente en uno de los momentos más críticos de su historia reciente. El viejo imperio ya no solamente tiene que lidiar con su salida de la unión, sino qué hacer con su primera ministra.

Los leavers también están enojados con la primera ministra: sienten que les mintió, pues al comienzo de su mandato prometió que la salida de la Unión Europea sería pan comido. Foto: Frank Augstein-AP Nadie quiere con May Al comienzo de la semana, incluso antes del anuncio sobre la dimisión, tres de los ministros de gobierno (Salud, Negocios y Asuntos Exteriores) le presentaron la renuncia a la mandataria. No ha sido una excepción en su gobierno: muchos funcionarios del gobierno han ido abandonando a May, desde el polémico Boris Johnson (ex ministro de Asuntos Exteriores) hasta Sir Ivan Rogers (ex embajador en la Unión Europea). Este último afirmó en el podcast “Today in focus” que renunció a su puesto (en el que había estado desde el 2013) porque nunca pudo entender la forma en que Theresa May negoció el brexit en Bruselas. Su partido ha perdido toda su confianza en ella. Muchos de los tories no le perdonan su decisión de disolver el parlamento en 2017 para llamar a unas nuevas votaciones. May, arrogantemente, pensó que tenían el apoyo popular asegurado y que saldrían victoriosos y con unas mayorías absolutas en el parlamento, lo que facillitaría el camino del brexit. No fue así.  Para su sorpresa (y la de su propio partido) en un abrir y cerrar de ojos perdieron los 24 puntos de ventaja que tenían antes de las votaciones. Sus grandes rivales, los laboristas, supieron leer mejor la realidad y les arrebataron un buen número de votos. Desde ese momento, May no ha podido volver a levantar cabeza. Tal como lo menciona Owen Jones, columnista del diario británico The Guardian, la mandataria será recordada por los libros de historia por haber “evaporado su mayoría parlamentaria para luego dividir a los tories”. Eso la llevó a su otra gran derrota, cuando su acuerdo fue votada por segunda vez en el parlamento. Los números fueron vergonzosos: los parlamentarios hundieron el acuerdo por 149 votos, una cifra escandalosa si se tiene en cuenta que los tories son mayoría en la cámara de los comunes. Cada vez que May ha intentado defender su acuerdo las sesiones se inundan de abucheos y gritos. Los que quieren un brexit “duro” (con solo beneficios para el Reino Unido y casi nada para la UE) la destetan y los laboristas, liderados por Jeremy Corbin, no pierden oportunidad para llamarla inepta. En la mitad, miembros moderados de su propio partido la critican de vez en cuando, buscando en la sombra poder quedarse con su puesto. Además de Westminster, en las calles May también ha perdido apoyo y autoridad. Sorprendentemente, dos grupos opuestos se han unido para criticar a la mandataria. En una orilla, los que apoyan la salida de la UE consideran que le ha faltado carácter, determinación y fortaleza. Los otros, los que se quieren quedar, han estado en contra de su gobierno desde el principio y han demostrado que pueden reunirse y hacer movilizaciones masivas.

Millones de ciudadanos británicos exigen un segundo referendo. De hacerse, probablemente ganaría la opción de que el Reino Unido permanezca en la UE. Foto: Frank Augstein-AP Le puede interesar: De plazo en plazo: ¿para dónde va el Brexit? Tanto el millón de personas que salieron a marchar en las calles de Londres el pasado sábado como los seis millones que han firmado una petición digital le exigen a May lo mismo: la realización de un segundo referendo. Dicha idea se ha fortalecido y popularizado con el tiempo. Incluso, miles de ciudadanos que votaron por salir de la UE se han arrepentido de su voto al entender las implicaciones económicas y migratorias (dos de los puntos más delicados del acuerdo) que tendría para el Reino Unido salir del grupo de los 28. Por eso, le piden a May que llame a un segundo referendo, pues es casi seguro que ganaría sin problemas. En contravía de esa petición, la primera ministra se ha aferrado a su acuerdo, al parecer condenado al fracaso. ¿Qué hacer con May? En un reciente artículo sobre el caos del brexit, la revista The Economist señala que si bien está más que justificado pedirle la renuncia a May, el abanico de opciones para reemplazarla no es alentador. “Hay un riesgo enorme de que el Partido Conservador escojan un reemplazo que lleve al país por la línea de un brexit ultra-duro” se lee en el artículo del semanario inglés. De igual manera, hasta el momento no se perfila ningún reemplazo alentador o lo suficientemente influyente o hábil para desenredar el caos actual. Por increíble que parezca, dentro de los tories hay quienes desean con fuerza la renuncia de May, sin proponer una solución efectiva para echar a andar el brexit. Como señala el columnista Aditya Chakrabortty, “los intereses de la nación  fueron enterrados por debajo de los intereses partidarios”. Parte del problema es ese (y no se solucionará así May se vaya): el Partido Conservador, junto a muchos otros, están pensando en cómo sacarle jugo al desorden que impera en Reino Unido, en vez de buscar soluciones que disminuyan la polarización y la incertidumbre por el futuro del país. Hasta el momento, May seguirá en el 10 de Downing Street. Deberá, no se sabe cómo, convencer a Bruselas de que, una vez más, amplíe el plazo para la salida de su país de la UE. La actual fecha de salida está programada para el 12 de abril (la original era el 29 de marzo), pero como van las cosas, es poco probable que en menos de 15 días se llegue a un acuerdo en el parlamento. La UE tendrá que ceder: sería calamitoso que Reino Unido se fuera sin un acuerdo firmado. Una solución que analistas como Matthew d’Ancona han propuesto es que May dimita, pero dejando el camino allanado para una transición exitosa que beneficie al país. Es decir: que deje el espacio para que llegue alguien conciliador y hábil en la negociación. d’Ancona ha sugerido que David Lidington, actual ministro de cabinete, podría ser la mejor opción, pues en su carrera política ha demostrado preocuparse por la unión y fortalecimiento de las instituciones y el Estado, en vez de privilegiar los intereses partidistas. Un primer ministro con esas características, continúa d’Ancona, podría darle espacio y confianza al parlamento para votar de manera “más creativa” y menos partidista, lo que podría finalmente terminar en la aprobación de un acuerdo. Si de renunciar se trata, May podría hacerlo de dos maneras: para beneficiar los intereses de unos pocos, o para sacar algo de luz en medio de los nubarrones que cubren el futuro del Reino Unido.