EL ARRESTO DE PAULINA CASTAÑON Y SU hermano Antonio cuando intentaban retirar con documentos falsos, 84 millones de dólares de un banco en Berna, Suiza, fue la gota que rebasó la copa. La señora Castañón es la esposa de Raúl Salinas de Gortari, un hermano del ex presidente de México y preso en ese país por el asesinato de un importante miembro del gobernante Partido Revolucionario Institucional. Hasta entonces las críticas contra Carlos Salinas de Gortari no pasaban de afirmaciones de la oposición, siempre explicables con la fórmula de la infamia y de las fuerzas oscuras. Pero una cifra como esa, contante y sonante, es una evidencia demoledora. Con el arresto de Paulina, la figura del ex presidente completó el ciclo que le llevó de ser arquitecto del cambio y el progreso, a convertirse en símbolo del deterioro de las instituciones mexicanas, pregonero del fin de la hegemonía dictatorial del Partido Revolucionario Institucional. Las cosas eran muy distintas hace un año. Cuando Carlos Salinas de Gortari entregó el poder en México el 30 de noviembre de 1994, disfrutaba de una popularidad superior al 60 por ciento y sus planes estaban definidos. Como cerebro de la reestructuración económica de su país y responsable de la entrada de México al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, tenía sobrados méritos para ser elegido como el primer secretario general de la Organización Mundial de Comercio, una posición ideal para acceder más tarde a un retiro muy honroso de la vida pública. No imaginaba que un año después no sólo no estaría dentro de ningún abanico de candidatos para posición alguna, sino en plan de fugitivo internacional, de esos cuyo paradero se convierte en un misterio. La semana pasada, en algún lugar no determinado, que puede ser Canadá o tal vez es Cuba, Salinas se enteró del arresto de su cuñada. Tal vez supo entonces que había tocado fondo.Porque la detención en Suiza colmó la copa de los asombrados mexicanos, que ahora viven, como dijo el analista Carlos Monsiváis a SEMANA "un ánimo social de asombro, desánimo y diversión" ante la telenovela que presencian en su vida real. Ya los problemas no se circunscriben a las acusaciones que tienen a Raúl preso como autor intelectual de la muerte del secretario general del gobernante Partido Revolucionario Institucional -PRI-, José Francisco Ruiz Massieu. Paulina Castañón espera una larga condena por lavado de dinero en Suiza, y Adriana, la hermana de los Salinas, enfrenta acusaciones por corrupción que la podrían poner tras las rejas en México. FAMILIA MODELOSe trata de un final dramático para una familia predestinada a regir los destinos del país. La historia mostraba un entorno ideal. El padre, Raúl Salinas Lozano. fue senador y secretario (ministro) de Industria y Comercio durante el gobierno de Adolfo López Mateos. Su madre, Margarita de Gortari, es profesional y fundadora de la Asociación de Mujeres Economistas. Los hijos recibieron la mejor educación porque al fin y al cabo, dentro del virtual sistema de partido único imperante en México desde 1929, estar en una buena posición en el PRI equivalía a tener la posibilidad, casi segura, de acceder a las altas posiciones del Estado. Carlos se graduó en la Universidad Autónoma de México en 1971 y obtuvo dos doctorados en la Universidad de Harvard, en Estados Unidos. Raúl había hecho lo propio en 1969 para luego especializarse en desarrollo industrial en París. Pero la suerte comenzó a inclinarse. Carlos participó en los Juegos Panamericanos de Cali en 1971, y obtuvo la medalla de plata en competencias ecuestres. Sus ventajas sobre el primogénito no se limitaban a los deportes. Lúcido, sagaz y ambicioso, Carlos se convirtió en el verdadero prospecto de la familia. El futuro presidente inició una meteórica carrera política cuando fue designado en 1982, a los 35 años, director del Instituto de Estudios Políticos y Económicos por el entonces presidente Miguel de la Madrid. Sólo un año más tarde era nombrado secretario de programación y presupuesto, posición en la que tuvo un brillante desempeño y a partir de la cual fue escogido, en el peculiar sistema del PRI, como candidato presidencial, lo que equivalía a una elección a dedo. A pesar de que las elecciones de 1988 en las que derrotó a Cuauhtémoc Cárdenas -del opositor Partido de la Revolución Democrática- resultaron como siempre plagadas de acusaciones de fraude, nunca un nuevo presidente había sido recibido con mayor optimismo, incluso en medios oficiales de Estados Unidos. Salinas de Gortari, decían, era el nuevo hombre mexicano, lejano al caciquismo, un tecnócrata pragmático y cosmopolita, el indicado para conducir a su país al umbral del desarrollo. Y lo cierto es que las cosas comenzaron a salirle a pedir de boca. Sus medidas económicas (ver recuadro) convirtieron a México en la niña bonita de la comunidad financiera internacional y al presidente le reportaron un gran prestigio a ese nivel. Las universidades del mundo se disputaban el honor de investirlo con doctorados honoris causa. Mientras eso pasaba en el plano internacional, en el interno se enfrentaba a los mayores focos de corrupción, incluida la poderosa central sindical del partido. Ese cuento de hadas llegó a su punto culminante cuando se constituyó el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México. Por primera vez en la historia un país del Tercer Mundo entraba por la puerta grande y por derecho propio a un club de ricos. Sin embargo, tres eventos oscurecieron el mandato sin llegar, en su momento, a afectar la imagen del presidente. El primero de enero de 1994 apareció en el deprimido estado de Chiapas el Ejército Zapatista de Liberación Nacional-EZLN-. El 24 de marzo fue asesinado el candidato oficialista Luis Donaldo Colosio, y el 28 de septiembre cayó el secretario general del PRI, José Francisco Ruiz Massieu, ex esposo de Adriana Salinas de Gortari. Pocos lo sabían entonces, pero esos tres eventos, aparentemente inconexos, tenían como común denominador a la intocable figura del presidente. SOMBRAS NADA MASPero si ante los ojos de la opinion pública nacional e internacional Salinas de Gortari parecía ser el gobernante ideal, (al punto que hubo quienes le consideraran el "mejor presidente de Latinoamérica"), la historia de Carlos Salinas tenía vertientes que solo algunos conocían. Para empezar, poco después de su posesión, dos columnistas, Carlos Ramírez, del Diario Financiero, y Miguel Granados, primero en Jornada y luego en Reforma, comenzaron a advertir que el presidente de México era un asesino. La historia que referían se remontaba a 1951, cuando los hermanos Salinas de Gortari, de cuatro y seis años de edad, aparecieron en la primera página de los diarios capitalinos. La razón: mientras jugaban a la guerra, habían asesinado de un tiro a la muchacha de la casa, Manuela, una niña de apenas 12 años. Según los columnistas, el pequeño Carlos asumió la culpa del hecho, en la primera de muchas ocasiones en las que encubriría las acciones de su hermano. Cuando la gente quiso corroborar semejante tragedia infantil, se encontró con una sorpresa: los periódicos del 18 de diciembre de aquel año se habían evaporado como por encanto de todos los archivos y hemerotecas del país. Esa fecha, sencillamente, había desaparecido. Como esa, comenzó a aflorar la historia desconocida de los Salinas de Gortari. Una historia que relataba hechos tan insólitos como que los Salinas, junto con José Francisco Ruiz Massieu, su hermano Mario, Manuel Camacho Solís y Manuel Muñoz Rocha, habían sido militantes maoístas en los primeros años de la década del 70. Su convencimiento político era de tal magnitud, que hicieron un viaje al estado de Chiapas, donde, según dicen las consejas populares, sentaron las bases de lo que más tarde se convertiría en el EZLN. El grupo, que estaba constituido por muchachos de la más rancia alcurnia priista, se juró lealtad y solidaridad eternas. ENEMIGOSPero el paso de los años fue separando a los amigos. Carlos Salinas, José Francisco Ruiz Massieu y Manuel Camacho Solis comenzaron a escalar posiciones, mientras los hermanos de los dos primeros quedaban rezagados. Y Manuel Muñoz Rocha se convirtió, por su parte, en un político del montón en las huestes priistas. La promesa de amor eterno comenzó a romperse entre Raúl Salinas y José Francisco Ruiz. El proceso de deterioro culminó con el matrimonio y posterior divorcio del último con Adriana Salinas. Las relaciones entre los hermanos Ruiz Massieu tampoco eran color de rosa. El menor, Mario, siempre vivió acosado por la envidia de los éxitos políticos de su hermano. Tanto, que dejaron de hablarse durante 10 años. A diferencia de la actitud de Mario Ruiz con su hermano, la relación entre Raúl y Carlos Salinas se traducía en que el primero usufructuaba calladamente las privilegios del futuro presidente. Eso alcanzó su punto máximo cuando llegaron al poder. Entonces, Raúl fue designado director de Conasupo -Confederación Nacional de Subsidios Populares-, la entidad encargada de regular los precios de los granos y repartir auxilios alimentarios. Como era de esperarse, Raúl Salinas comenzó a aprovechar su posición para llenarse los bolsillos. Compraba alimentos baratos en el extranjero y los vendía a precios inflados al gobierno. También adquirió, a través de testaferros, un banco nacionalizado. Al mismo tiempo comenzaron a correr rumores según los cuales el hermano del presidente tenía vínculos con Juan García Abrego, el líder del llamado cartel del Golfo, una de las organizaciones de narcotráfico más poderosas del país. Y a su lado estaba su viejo amigo Manuel Muñoz Rocha. Desde su posición de secretario general del PRI, José Francisco Ruiz Massieu comenzó a denunciar los vínculos de política y narcotráfico, a tiempo que prevenía al presidente sobre las actuaciones sospechosas de su hermano. Según parece, esa actitud le costó la vida. El 28 de septiembre un pistolero lo asesinó de un tiro en la garganta.Curiosamente, la investigación fue asumida por el hermano de la victima, Mario Ruiz Massieu, y los mexicanos quedaron convencidos de que el parentesco garantizaría una rápida acción de la justicia. Dentro de los implicados estaba Manuel Muñoz Rocha, a quien nadie ha visto desde entonces y se presume muerto. Pero la mayor sorpresa se presentaría cuando Ruiz Massieu fue destituido por obstaculizar las investigaciones. El motivo para esa desviación era, nada menos, que encubrir la participación en la muerte de su hermano, del propio Raúl Salinas de Gortari. Pero él no sería el único involucrado. Fernando Rodríguez, encarcelado como copartícipe del crimen, aseguró que la muerte de Ruiz Massieu había sido orquestada por el clan en pleno, Carlos, Raúl, Adriana (tres de los cinco hermanos) y su padre. El motivo: José Francisco Ruiz se había convertido en "un peligro para el proyecto político salinista". Su version fue corroborada por una ex amante de Raúl, Maria Bernal, quien sostuvo que aquél le había confesado el hecho en un momento de intimidad. Para empeorar las cosas, esa no era la primera ocasión en que el agua llegaba hasta la propia banda presidencial. Sin que haya ninguna certeza judicial, en México todo el mundo afirma que Carlos Salinas de Gortari era el primer interesado en la muerte del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio. Este había sido el consentido del presidente, quien le creó el cargo de secretario del programa social 'Solidaridad', un puesto altamente visible y de gran impacto electoral, con el evidente propósito de lanzarlo como aspirante oficial. Pero una vez candidatizado, Colosio se había convertido en un elemento indisciplinado del PRI, con sus constantes ataques contra el establecimiento y sus promesas de acabar con el predominio ilegal del partido. Por eso, el presidente le habría pedido que renunciara a su candidatura a favor de su viejo amigo Manuel Camacho Solís. Su negativa le habría costado la vida. Hoy el subprocurador Mario Ruiz Massieu está en una cárcel norteamericana, acusado de lavado de dólares, mientras el gobierno mexicano intenta infructuosamente su extradición. DESCARO GENERALIZADOPoco después de su salida del poder, lo único presentable que le quedaba a la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, sus logros económicos, se desplomaron estruendosamente. Ahora que se ha destapado la olla podrida, y como dice el analista Monsiváis, "México vive una verdadera orgía de confesiones, denuncias y negaciones", los asombrados mexicanos comentan las profundidades a las que llegó la imagen del hombre a quien consideraron su héroe. Se trata de detalles como el uso, por parte de Raúl, su esposa Paulina y del propio ex presidente, de pasaportes falsos que les permitieron abrir 48 cuentas fantasmas, -una sola de las cuales tenía depósitos por 84 millones de dólares- y viajar al extranjero sin ser detectados. De cómo los vínculos de Raúl con el cartel del Golfo significaron que las aduanas del norte del país eran controladas por los narcotraficantes. De cómo Adriana Salinas de Gortari y su segundo esposo, Luis Yáñez, usaban su posición como directiva de una unión de crédito, para recibir millonarios créditos subsidiados a través de empresas fantasmas. De cómo el proceso de privatizaciones, una de las banderas de Salinas, debía su agilidad a la presencia de dineros calientes tras los respetables hombres de negocios que adquirían las empresas estatales. Raúl Salinas de Gortari está preso desde el primero de marzo, cuando el actual presidente Ernesto Zedillo decidió tomar el toro por los cuernos. Carlos, comprendiendo que perdía toda esperanza de ser nombrado en la alta posición internacional que buscaba, le dijo: "Tú no puedes hacerme esto". Zedillo le contestó: "De ahora en adelante ni tú ni nadie en este país volverá a pasar por encima de la ley". Desde entonces, los mexicanos se burlan de los detalles rocambolescos, como la huelga de hambre decretada y no terminada por Carlos Salinas en protesta por la detención de su hermano. Se ríen también de Salinas cuando mediante comunicados afirma no tener conocimiento de nada de lo que pasó en su mandato con su propia familia. Contemplan con asombro la historia del hombre que les vendió la idea de la modernidad y el desarrollo, pero en realidad personificaba las peores mañas de un sistema absoluto corrompido absolutamente. Las máscaras de Carlos Salinas se venden en las calles, sus antiguos partidarios niegan haberlo siquiera conocido, y es el protagonista de todos los chistes de moda. Pero hay una conclusión muy seria. Como dice Monsiváis, Zedillo no tiene la posibilidad de separar al PRI del escándalo, y eso garantiza que, por primera vez en 65 años, el actual presidente no será reemplazado por alguien de su mismo signo político. "El presidencialismo mexicano que hemos conocido está muerto y sepultado", dice. Y en cuanto a Carlos Salinas de Gortari, se le aplica, parafraseado, el corrido de Juan Charrasquiado: "Ya ni su madre le recuerda con cariño".- DESCALABRO ECONOMICOEN MEXICO, QUE ES UN país en donde los presidentes pasan de ser emperadores a simples plebeyos de la noche a la mañana, pocas veces había salido un jefe del Estado con la frente tan en alto. Transcurría el mes de diciembre de 1994 y a pesar de los problemas de orden público en Chiapas o del asesinato del candidato del PRI, Luis Donaldo Colosio, Carlos Salinas de Gortari dejaba el poder con un inmenso prestigio, tanto a nivel local como internacionalmente. Sin ir más lejos, Salinas era el candidato más opcionado para asumir la dirección de la Organización Mundial de Comercio y fue nombrado en la junta directiva del grupo Dow Jones, que publica el prestigioso diario The Wall Street Journal. El respeto que despertaba el ex presidente mexicano tenía que ver con sus logros en el campo económico. Tal como lo dijo una publicación en ese momento "Salinas logró que México saltara del tercer al primer mundo". Los logros que se le reconocían al entonces gobierno saliente y a su equipo de tecnócratas estaban asociados con tres factores. En primer lugar, se había logrado disminuir la tasa de inflación, del 159 por ciento en 1987, al 7 por ciento en 1994. En segundo término, México estaba abierto al capital extranjero y había privatizado bancos, industrias y empresas de servicios públicos, cuyas acciones ya se cotizaban en los primeros centros financieros del mundo. Pero el factor más importante fue la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que comenzó a operar el primero de enero de 1994. Con la entrada de México al bloque económico conformado por Estados Unidos y Canadá, el país azteca parecía estar destinado a un rápido desarrollo y a una mejora en el nivel de vida de cada uno de sus habitantes. El sueño, sin embargo, duró poco. El 21 de diciembre de 1994 los observadores fueron sorprendidos con la noticia de que el nuevo gobierno había decidido devaluar el peso de manera abrupta. Menos de tres semanas después de que Ernesto Zedillo asumiera el poder había explotado la burbuja. Lo que siguió en las semanas siguientes fue una vaca loca que todavía corre de vez en cuando y dejó a muchos quemados en el camino. Después de que el polvo de los primeros días se asentó, los expertos lograron entender qué había ocurrido. Desde comienzos de la década la economía mexicana había comenzado a registrar saldos en rojo crecientes en su balanza comercial. En otras palabras, le estaba comprando al mundo mucho más de lo que le estaba vendiendo y para financiar el faltante había decidido endeudarse con papeles de corto plazo en los mercados internacionales. La acumulación de ese proceso hizo que con el correr de los meses la situación se volviera insostenible. En 1994, entre el saldo negativo en su balanza comercial y el pago de intereses de deuda, el déficit había llegado a 28.800 millones de dólares. En un principio el gobierno de Salinas se limitó a apagar el incendio, girando contra las reservas internacionales del país que empezaron a caer en forma acelerada. Sin embargo, cuando el turno le llegó a Zedillo, los dólares estaban a punto de acabarse, hecho que motivó el aumento de precio de la moneda norteamericana . En esa oportunidad se supo que varios meses atrás se había recomendado hacer un pequeño ajuste en la tasa de cambio pero que Salinas y su secretario de Hacienda, Pedro Aspe, se habían negado. Fue esa la primera vez que el público comenzó a culpar al mandatario saliente de lo sucedido. El ajuste que siguió a esa primera devaluación de la moneda ha sido durísimo para millones de mexicanos. La tasa de cambio, que hace un año estaba en 3,40 pesos por dólar, está en cercanías de los 8 pesos. La inflación proyectada para este año se acerca al 50 por ciento y la producción industrial debe caer casi un 7 por ciento. El desempleo se ha disparado y se estima que la economía se va a contraer un 6,5 por ciento. Las tasas de interés se dispararon hasta niveles cercanos al 70 por ciento anual y afectaron duramente a una clase media creciente que se había endeudado para comprar artículos de consumo y vivienda. Hay quienes estiman que el mexicano promedio está peor hoy que al comenzar la década. Y las perspectivas no son las mejores. La meta oficial de crecimiento para 1996 es de 3 por ciento y se cree que la inflación puede llegar a 25 por ciento. En comparación los salarios, según el Pacto Social, deben subir 10 por ciento este mes y otro tanto en abril. Quizás el único lado positivo lo muestra el sector externo. El déficit comercial y financiero del año pasado desapareció y las exportaciones aumentaron de 65.400 millones de dólares a 84.500 millones en apenas 12 meses. Tal circunstancia le ha permitido a muchas empresas sobreaguar la crisis y aprovechar a fondo las oportunidades en el mercado norteamericano. Esa es una de las razones por la cual la bolsa ha registrado alzas continuas en las sesiones más recientes. Gracias a la devaluación y a la creencia de que México va a tener con qué pagar sus deudas, los inversionistas extranjeros están regresando en busca de gangas. Semejante noticia, sin embargo, le dice bien poco al hombre de la calle. Apaleados al cabo de un año en el cual han visto crecer el desempleo, subir el costo de vida y caer los salarios, los mexicanos no quieren oír hablar del primer mundo. Por ahora se contentan con tener de culpable favorito a aquel que, según ellos, empezó todo: Carlos Salinas de Gortari.