La invasión de Rusia a Ucrania tiene características completamente diferentes a todos los conflictos que hasta este momento se han afrontado. No solamente porque el mundo lo está siguiendo minuto a minuto en vivo y en directo, sino porque se han adoptado un conjunto de sanciones de carácter económico contra Rusia, que incluso están teniendo efectos en el ámbito mundial.
Sin pretender minimizar el poderío militar ruso, parecería ser que Putin y sus asesores directos en un primer momento consideraron que la intimidación y la amenaza serían suficientes para lograr sus objetivos fundamentales: no solo impedir la vinculación de Ucrania a la Otan, sino su desmilitarización, la segregación de las provincias del este en la región de Donbás y el reconocimiento de la anexión de la península de Crimea a Rusia.
A Putin los cálculos le fallaron y emprendió lo que denominó una “operación militar especial”, y anunció que estaba orientada exclusivamente contra objetivos militares. Seguramente pensó que iba a ser una especie de blitzkrieg alemán durante la Segunda Guerra Mundial, solo que más rápido, efectivo y sofisticado.
Sin embargo, se encontró con que, en Ucrania, estaba como presidente Volodímir Zelenski, un señor que era un personaje light de la farándula y que de la noche a la mañana se constituyó en un héroe de proyección mundial, quien ha inspirado a su pueblo a una vocación de lucha hasta el sacrificio y amor por su patria, con lo que no contaba. Decidió entonces el presidente ruso escalar la guerra empleando todos sus recursos, incluso amenazando con armas nucleares.
Es previsible que tarde o temprano Rusia aplastará a Ucrania y que Putin logrará los objetivos que se ha propuesto. Sin embargo, el precio que pagará será muy alto. Por una parte, en tres semanas de guerra han muerto 6.000 soldados rusos. No hay que olvidar que, en los 14 años de ocupación en Afganistán, murieron 15.000 soldados soviéticos, y eso que contaban con el apoyo del Ejército afgano.
La opinión rusa a la larga no aceptó que los reclutas fueran muriendo sin ton ni son por cuenta de la defensa de un Gobierno al que no conocían, fuera del desgaste político del Gobierno de Moscú. Ahora en Rusia han sido detenidas 13.000 personas por protestar contra la invasión. Con seguridad, habrá más detenidos.
La invasión rusa a Ucrania ha puesto en evidencia, además, el efecto de la globalización y de los eventuales riesgos de una catástrofe nuclear, el deterioro inexorable del medioambiente y un fenómeno migratorio no visto en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Todas las responsabilidades apuntan hacia Putin.
Pero las secuelas de las sanciones económicas que se le están imponiendo tendrán efectos por muchos años y será el pueblo ruso el que en primera instancia las deberá afrontar. Será difícil que a la larga se resigne.
Después de la desaparición de la Unión Soviética por el colapso del socialismo, Rusia paulatinamente se erigió como un país de corte occidental, hasta el punto de que las personas que últimamente viajaban a Moscú creían más bien que se encontraban en el corazón de Nueva York y no en la lúgubre capital de la antigua Unión Soviética.
La caída abrupta de la economía rusa por las sanciones que se le están imponiendo tendrá el efecto de que su población sentirá que, después de haber alcanzado cierto bienestar luego de la encrucijada del socialismo, de la noche a la mañana debe volver a las condiciones que había superado.
Asimismo, la invasión ha generado en todo el mundo un rechazo sin precedentes. Incluso cuando Hitler ocupó a Europa, con ocasión de la Segunda Guerra Mundial, contó con simpatías, no solamente dentro de los países ocupados, sino en otras naciones, incluso en América Latina. Pero ahora no ha sucedido así.
Por el contrario, Putin con la invasión ha logrado lo que se consideró imposible durante muchos años: el fortalecimiento de la Otan, que daba síntomas evidentes de resquebrajamiento por las diferencias fundamentales entre sus miembros. Ahora va a tener, no en ficción estratégica, sino de verdad, una alambrada de real prevención a su alrededor. Incluso no sería raro que Suecia y Finlandia, que han mantenido su neutralidad, se integren a la Otan.
También con la invasión, después de que Rusia durante décadas con muchos esfuerzos y filigranas logró un espacio amistoso con los países del Medio Oriente, África, Oceanía y América Latina, ahora ha tirado todo por la borda. Afortunadamente para Moscú, en nuestro continente cuenta con el apoyo de la próspera Nicaragua, ya que Maduro se le empezó a voltear, y Cuba, astutamente, le prende una vela a Dios y otra al diablo, pues justifica la invasión, pero lamenta la situación de Ucrania, con la que ha tenido una cordial relación.
Por su parte, China, aunque respalda a Putin, es cuidadosa y sabe muy bien que el manejo acertado de su posición será clave en su creciente proyección económica y política. Putin se va a encontrar, además, con que, de la noche a la mañana y con la antipatía que genera en la comunidad internacional, las manifestaciones públicas, grandes o pequeñas, en los cinco continentes serán en su contra.
El presidente ruso puede lograr sus objetivos estratégicos inmediatos, pero pagando un alto precio. No obstante haber sido jefe de la KGB, fracasó en su apreciación. No ha conseguido la seguridad que ha pregonado y, por el contrario, puede haber entrado en una condición de permanente riesgo. ¿Será, acaso, que, en la hipótesis de la caída del Gobierno ucraniano, no tendrá que lidiar con las guerrillas al estilo de los muyahidines de Afganistán? Amanecerá y veremos.
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