Al empresario mexicano Alberto De la Fuente le hubiera gustado ser más alto y acuerpado, pero agradeció que la naturaleza lo hiciera todo lo contrario durante la tortura que fue su cautiverio.
Seis años después de su liberación, De la Fuente cuenta, en un espeluznante relato, los pormenores de la experiencia más aterradoras de su vida, que comenzó el 29 de noviembre de 2016.
Ese día, él dejó a su hijo en el colegio y, de camino a sus labores, fue interceptado por un grupo de carros, entre ellos uno de la policía, supuestamente.
De los vehículos se bajaron seis hombres vestidos de militares y fuertemente armados, quienes lo intimidaron y se lo llevaron con ellos.
“Durante los primeros minutos, pensé que era una detención legal, pero que se habían equivocado de persona”, cuenta el empresario en su libro.
Todo lo que vivió fue de terror, pero si algo se le quedó grabado fue el reducido tamaño del habitáculo en que lo encerraron sus captores, en el cual “apenas cabía”; según sus propias palabras.
Se trataba, relata, de un espacio de 150 por 200 centímetros y por eso lo llama “La caja”, título del libro que, publicado recientemente, le ha servido de catarsis para desahogarse.
A pesar de lo pequeña y oscura que era la caja, sus captores se ocuparon de dotarla con un mínimo de cosas necesarias, como colchoneta, sábanas, almohada, cepillo de dientes, papel higiénico, una nevera de camping en la cual debía hacer sus necesidades y dos cámaras que lo vigilaban las 24 horas del día.
Además de la incomodidad, De la Fuente relata que todo el tiempo tenía que soportar los narcocorrridos que oían todo el tiempo los delincuentes, quienes de todos modos, afirma, no creía que fueran traficantes de drogas.
En casi un año de secuestro, sus victimarios nunca se comunicaron con él, sino que le entregaron un total de 10 comunicados en los cuales le daban instrucciones o le contaban cómo iba la negociación de su libertad.
Esas negociaciones fueron bastante lentas, le parece, comenzando porque el primer contacto con la familia de él se logró a los 36 días del secuestro.
Luego, los maleantes pidieron una suma exorbitante, y cuando lo supo pensó que le quedaban dos días, a lo sumo. Empero, duró meses resistiendo aquel suplicio.
El secuestro se ha vuelto pan de cada día para los mexicanos, que se han familiarizado con las macabras prácticas de quienes lo comenten.
Así, como muchos de sus compatriotas, él sabía que una costumbre muy frecuente de los secuestradores es mutilar partes de cuerpo de sus víctimas y enviárselas a sus parientes para presionar el pago del rescate.
En la caja, su mayor miedo era correr la misma suerte, a pesar de que los delincuentes le dijeron que ellos no torturaban a sus víctimas de ese modo.
Si bien no hacían eso, si lo sometieron a toda clase de situaciones denigrantes, como dejarlo desnudo por varios días, quitarle la colchoneta y someterlo a una dieta de hambre.
En principio le daban tres comidas diarias, pero luego lo castigaron con una sola, que consistía en fríjoles mezclados con piedras.
El punto de mayor nerviosismo lo alcanzó a los siete meses de cautiverio. Un día, los secuestradores se llevaron los objetos que restaban en la caja. “Aquella fue una mala señal para mí”, escribe en su obra.
En efecto, los captores le contaron que las negociaciones con su familia se habían estancando y que estudiaban la manera de matarlo para marcar un precedente.
Pero esas negras previsiones no se cumplieron, sino que, tras recibir el dinero por su liberación, los criminales lo dejaron en un paraje poco transitado, bajo una carpa y con unos 100 dólares en el bolsillo para que tomara un taxi.
“No pares a la Policía, no vaya a ser que se les ocurra continuar con el secuestro”, le dijeron, una descarnada frase que refleja los niveles a que han llegado la inseguridad y la violencia en México.
De la Fuente denunció su caso ante la justicia, pero ha sido en vano, pues nunca se han identificado ni capturado a los secuestradores. Sin embargo, cuenta que ha preferido hacer de esa dura experiencia una reflexión sobre la resiliencia, la fe y el perdón.