SEMANA: ¿Cómo interpreta el regreso de Juan Guaidó a Venezuela y el hecho de que Nicolás Maduro no lo haya detenido? PHIL GUNSON: Guaidó pudo regresar por la puerta grande y la percepción es que Maduro tenía miedo de detenerlo, sobre todo por las vagas amenazas de la comunidad internacional. Creo que el tema hay que matizarlo y tratarlo en dos planos. Los seguidores de la oposición sienten que Guaidó le metió un gol al régimen y eso refuerza su liderazgo. Pero también puede analizarse desde el pragmatismo de Maduro, quien optó por no buscar una pelea ese día. Sin embargo, después trató de demostrar fuerza, sobre todo con la gente de línea más dura de su propia coalición. Hablo en particular de la declaración de persona non grata del embajador de Alemania y de la detención de dos periodistas, una especie de premio de consolación.

SEMANA: ¿Al no apresar a Guaidó, Maduro también podría estar comprando tiempo a la espera de que se disuelva el ‘momentum’ de la oposición? P.G.: Esto es una prueba de desgaste. No es como les pareció a algunos el 23 de enero, algo que iba a resolverse rápido. Esto puede tardar mucho y tampoco tiene un final predeterminado. El problema es que mientras los bandos esperan el desgaste del otro, en el medio está el país en una situación verdaderamente catastrófica que empeora cada día. Y cuando empecemos a ver realmente el impacto de las sanciones petroleras, creo que todo lo que hemos visto hasta ahora se va a quedar pequeño comparado con la crisis que vamos a vivir.  SEMANA: ¿Cree que esas sanciones tan fuertes tendrán resultados positivos para acabar con la crisis? P.G.: La verdad es que tengo mis dudas. Cuando uno habla en privado con dirigentes de la oposición o con representantes del Gobierno norteamericano muestran confianza en que las medidas hagan ingobernable al país para Maduro, pues ya no va a tener dinero ni para mantener contentos a los militares de alto rango de los que depende. Creen que se va a quedar sin alternativas y tendrá que irse. O, si no, los propios militares se encargarían de sacarlo. Puede ser, pero no confío en que eso ocurra. Creo, además, que el tiempo que eso requeriría terminaría dañando a la oposición, pues la gente puede empezar a cobrarle la falta de una solución. Le puede interesar: La mano dura contra el ELN Semana: ¿Qué debería hacer la oposición para no perder el impulso? P.G.: Hasta el momento lo han hecho bastante bien, pero será muy difícil para ellos mantener el ritmo y el ánimo. El próximo paso parece que serán los paros escalonados del sector público. Pero yo diría que en dos o tres meses, y esa es la apuesta de Maduro, la gente podría empezar a perder la fe en la dirección política de la oposición por la falta de resultados. Eso es muy preocupante. "Cuando veamos realmente el impacto de las sanciones petroleras, creo que la crisis que hemos visto hasta ahora se va a quedar pequeña". SEMANA: Las sanciones podrían producir una salida aún mayor de inmigrantes. ¿Cree que lo han calculado bien en el Grupo de Lima y particularmente en Colombia? P.G.: Entre las consecuencias del endurecimiento de las condiciones internas es casi inevitable que haya un impulso adicional a la migración, con el impacto que eso significa en los países vecinos, sobre todo Colombia. Esto es especulativo, pero uno siente que posiblemente la intensificación de una crisis migratoria puede volver a colocar sobre el tapete una intervención militar que tendría consecuencias terribles. SEMANA:  Aparte del tema migratorio, ¿cómo más se irradia la crisis venezolana a Colombia? P.G.: De este lado de la frontera sentimos que el ELN, en particular, es cada vez más una organización venezolana y no colombiana, en el sentido de que sus bases más importantes y sus principales fuentes de ingresos están más de este lado, donde reclutan más y más venezolanos. Y eso se combina con las disidencias de las Farc y los demás grupos armados al margen de la ley que tenemos acá, sobre todo al sur del Orinoco. Pero también en otras partes del país. Uno de los elementos a analizar es qué pasaría en una hipotética transición con todos esos grupos. Porque ellos necesitan de alguna manera la falta de ley, el caos y la tolerancia del Gobierno para sus operaciones. SEMANA: ¿Son ellos los que más se están beneficiando con todo esto? P.G.: Exactamente. Y solo tomando el ejemplo del ELN, ese grupo está comprometido con defender el gobierno de Maduro. No sé cómo terminaron de analizar en Colombia el carro bomba a la Escuela de Policía, pero una posible interpretación es que querían mandar una señal de advertencia sobre lo que podría suceder si Colombia ayuda a derrocar al gobierno de Maduro. Independientemente de si eso es cierto, creo que no es nada descabellado pensar que podríamos entrar en una etapa de terrorismo de este lado. Porque una cosa es tener un gobierno complaciente con estos grupos y otra cuando se vean enfrentados a un nuevo gobierno.

El ELN controla varias minas en el sur del país, en donde ha ganado un amplio control territorial con la complicidad del Gobierno de Maduro. SEMANA: Se dice que el ELN maneja buena parte de la economía al sur del Orinoco... P.G.: Las cifras son difíciles de conseguir, pero es de suponer que el ELN está sacando una bonanza importante de la minería en Venezuela. Está fuertemente armado y en este momento no tiene un adversario poderoso. Está trayendo muertes y violaciones de todo tipo, sobre todo al sur del Orinoco. Pero eso no es nada frente a lo que podría suceder si un gobierno de transición o un gobierno futuro de lo que ahora es la oposición venezolana se instala y pretende barrerlos del territorio. Eso podría derivar en una larga guerra. SEMANA: ¿Cómo funciona esa economía en el sur? P.G.: Nuestro informe más reciente explica muy bien el tema de la minería en el sur de Venezuela y sus vínculos con los grupos armados. En general puedo decir que el llamado Arco Minero, a pesar de las invasiones de mineros informales y algunos grupos irregulares, se había conservado para no dañar demasiado el ecosistema. Maduro, en vista del colapso de la producción petrolera y la falta de ingresos decidió abrir la zona, supuestamente, al capital internacional. Pero en la práctica eso casi no ha pasado. Hay algunas inversiones, pero son muy opacas. Uno no termina de entender cuál capital está detrás de todo esto. En una primera etapa se dieron unas alianzas más o menos informales, sobre todo entre políticos locales del estado Bolívar, militares de alto rango y los llamados sindicatos mineros, originados en los de la construcción, sobre todo de Puerto Ordaz y Ciudad Bolívar, donde imponían su ley a sangre y fuego. Eran sindicatos armados que dominaban la industria de la construcción básicamente asesinando a sus rivales. Cuando esa actividad colapsó, los sindicatos se movieron a la zona minera. Allí explotan el oro, el coltan y otros minerales Y lo hacen de la mano de policías locales y militares, y explotando a los pobres  mineros, primordialmente gente que ha quedado desempleada en otras partes del país. Es una zona donde las tasas de homicidio son extraordinariamente altas. Le recomendamos: La respuesta del ELN a la convocatoria de la marcha Semana: ¿Y qué tiene que ver el ELN? p.G.: Que empezó un proceso de destrucción ambiental, muerte, explotación y contrabando, y el Gobierno parece que en un momento se da cuenta de que eso es demasiado caótico, incluso para sus propios fines. Parece que el Gobierno escogió al ELN para poner orden. Y llega un momento en el que el ELN aparece en muchas minas y se impone militarmente. Va ocupando varias zonas e imponiendo su ley al estilo guerrillero en la población. SEMANA: En ese panorama tan volátil, ¿para el Crisis Group cuál sería una transición ideal? P.G.: Creo que aunque todo el mundo quiere que la crisis se acabe pronto, en cierta forma no estaría mal que fuera más lenta. La ruptura, como está planteada desde el inicio de este plan que comenzó a marchar el 23 de enero, podría ser bien negativa. Sobre todo en el sentido de que si no incluye a las fuerzas de seguridad, puede salir muy mal. Creemos que hay que negociar con un gobierno transicional con fuerte presencia del régimen saliente. No hay otra manera. Pero en este momento no percibimos mucha inclinación de ninguno de los dos lados. SEMANA: ¿A qué se refiere cuando habla de un gobierno de transición con presencia del régimen? P.G.: Desde el inicio de este proceso la oposición ha prometido amnistía a los militares y a los civiles que cambien de lado. Pero eso no ha tenido mucho impacto y dudo que lo vaya a tener. Entre otras cosas porque los chavistas no creen en esto. Viéndolo desde el punto de vista de ellos, piensan que los líderes de este proceso son Donald Trump, John Bolton, Elliott Abrams y Marco Rubio en Estados Unidos. Y por el lado de la oposición interna, Leopoldo López y la línea más dura de la oposición, que para ellos son fascistas. Así es, literalmente, como los perciben. Ellos te dicen: “sabemos cómo es esto, hemos visto lo que le pasó a Lula, lo que le pasó a Cristina Kirshner o a Rafael Correa”.  Para ellos entregar el poder es garantizar que van a pasar muchos años en la cárcel. La única garantía parcial que tienen sería un acuerdo con garantes externos que les dé una porción del poder en la transición. Por ejemplo, podría ser algo como mantener el ministerio de defensa y el ministerio del interior mientras la oposición se encarga de la economía, por ejemplo. Y sentimos que debe tener un fuerte componente militar, porque esa es la única manera de garantizar la estabilidad. Pero en este momento creo que eso no es potable ni para el gobierno ni para la oposición. SEMANA: ¿Qué se necesita para que las partes acepten un plan de ese estilo?   P.G.: Lamentablemente creo que viene una crisis aún mayor seguramente. Pero lo saludable sería que antes de que sobrevenga el colapso final se den cuenta de la necesidad de negociar. Porque si no, aquí puede suceder un caos, una anarquía, una especie de escenario Mad Max que nadie quiere.  SEMANA: ¿Qué tan fuerte es el respaldo a Maduro que se le atribuya a países como China, Rusia, Turquía, Irán, entre otros? P.G.:  La visión que tiene cada uno de esos países es distinta. Pero empecemos por lo que tienen en común. Ninguno quiere una intervención porque están muy conscientes de que sus sistemas de gobierno no les gustan a Occidente en general y a Estados Unidos en particular. Y que algunos de los argumentos que se usan en contra de Maduro podrían aplicarse perfectamente a ellos. Entonces no van a votar en principio por lo que ven como injerencia indebida en los asuntos internos de Venezuela. Luego están los asuntos económicos. Los chinos en particular son los principales acreedores de Venezuela y se les debe como 20.000 millones de dólares. Ellos quieren recuperar ese dinero. Más allá de eso, quieren revalorar sus inversiones, porque al igual que los rusos aquí tienen inversiones particularmente en el sector petrolero que no les están dando beneficios porque todo está colapsado. Eso a la vez significa que la amortización de la deuda no puede efectuarse, porque a parte de eso es en forma de petróleo y no hay producción para hacerlo. En ese sentido, les convendría que se estabilizara el país, y esto es lo que les dice Estados Unidos correctamente.  SEMANA: ¿Entonces por qué se han mantenido fieles a Maduro? P.G.: Por lo menos los  rusos y los chinos tendrían motivos para apoyar una transición, el problema es que el tipo de transición que está planteada no les gusta. Y, además, eso está complicado por la guerra comercial en la que están enfrascados China y Estados Unidos, y los problemas bilaterales entre Estados Unidos y Rusia. Rusia está sujeta a sanciones de Estados Unidos, y además ve a Venezuela como una ‘cabeza de playa‘ en el hemisferio occidental. Para ellos es parte del juego geopolítico mundial y no quieren que a Maduro lo reemplace una figura pro occidental antirusa. Los turcos se sienten identificados con Maduro en el sentido de que es otro gobierno autocrático que está enfrentado con Estados unidos. Además, están aprovechando las circunstancia para todo tipo de negocios que también son un poco opacos. Le sugerimos: ELN máquina de secuestros y atentados Duque SEMANA: ¿Cree que el papel protagónico que ha asumido Estados Unidos en el tema ha beneficiado o perjudicado a la oposición? P.G.: Por una parte, el hecho de que Estados Unidos con su poderío económico, financiero, militar y diplomático esté de lado de un cambio es positivo. El problema es cómo lo están interpretando los principales voceros del gobierno de ese país. Porque esto, en el fondo, es un tema de alternabilidad del poder. Es evidente que Venezuela está mal gobernada. Pero el gran problema es que además el gobierno cerró todas las vías pacíficas al cambio. Hay que restablecer las condiciones en que los venezolanos puedan decidir por sí solos qué clase de país y qué clase de gobierno quieren. Pero lo que dicen los principales voceros de Estados Unidos es que es un problema de socialismo. Dicen, además, y lo dijo Trump en su discurso de Miami de hace un par de semanas, que ahora todo iba a cambiar porque Estados Unidos estaba detrás de la oposición y Estados Unidos es un gran país. Eso en America Latina cae muy mal. Ya es lo suficientemente malo tener que recurrir a los gringos para que resuelvan un problema de América Latina como para que encima lo asuman como un problema ideológico en donde ellos son los buenos y nos vienen a rescatar. Lo más negativo de todo es que se plantee en términos de una lucha ideológica, o sea, de una especie de reedición de la Guerra Fría. SEMANA: Una lucha ideológica que también ha sido vista como una jugada electoral por parte de Trump de cara a las presidenciales del próximo año... P.G.: Sí, tiene muchísimo que ver con la política interna de Estados Unidos y es una lástima. Uno entiende que es inevitable, hasta cierto punto, pero aún así lo están manejando de una manera muy burda. Eso refuerza la narrativa de Maduro de que todo esto es un problema de los imperialistas y los capitalistas que quieren acabar con un experimento socialista. Además, Trump es un presidente que, excepto en Venezuela, es sumamente impopular en América Latina. Entonces, que él se ponga a la cabeza de esto también cae mal e impide que los demócratas de izquierda, que no ven con buenos ojos lo que está haciendo Maduro, se sumen a la causa.