La reciente expulsión de Colombia de dos diplomáticos rusos por espionaje no es un caso aislado. Es fundamental analizar el contexto histórico para entender las implicaciones de este episodio.

Rusia está en un juego geopolítico en América Latina, intentando expandir su presencia en la región, especialmente para contrarrestar a Estados Unidos. El objetivo es tomar ventaja de las tensiones sociales y económicas que existen y que se han agudizado por cuenta de la pandemia en países latinoamericanos, para avanzar con sus intereses.

La relación entre la Unión Soviética comunista y Cuba comenzó en 1959 con la llegada de Fidel Castro al poder, tras la Revolución cubana. La amenaza contra Estados Unidos y la región llegó a su punto más crítico con la crisis de los misiles nucleares en Cuba en 1962, situación que el presidente de EE. UU. John F. Kennedy y el líder soviético Nikita Kruschev lograron desactivar, tras un mes y cuatro días de confrontación entre los dos poderes. El acuerdo consistía en que Estados Unidos no invadiría a Cuba a cambio de que los soviéticos retiraran los misiles nucleares de la isla.

Sin embargo, la Unión Soviética continuó desde la década de los 60, hasta finales de los 80, entregándole a Cuba $4 mil millones de dólares anuales en asistencia financiera y militar. Mientras tanto, la isla del Caribe se convirtió en un centro de apoyo para la inteligencia soviética y la punta de lanza para las actividades de algunos movimientos revolucionaros en América Latina.

Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, Rusia enfrentó desafíos internos y su deseo de mejorar relaciones con países occidentales limitó la posibilidad de interferir en asuntos lejanos a su vecindario.

Todo cambió con la llegada del autócrata Vladímir Putin al poder en 1999, quien había sido integrante de la KGB (servicio de inteligencia ruso) durante al menos 16 años. Este, de inmediato, adoptó una política exterior más agresiva para proyectar el poder ruso a nivel mundial. Adicionalmente, cambió la Constitución varias veces para mantenerse en el poder más de 20 años. Posición que aún conserva.

El retorno gradual de Rusia a la región empezó con Venezuela durante el gobierno de Hugo Chávez, inicialmente con préstamos y ventas de armas y equipos militares. Esta alianza se formó en medio del deterioro de las relaciones entre el gobierno del propio Chávez y Estados Unidos, dada la retórica hostil y antiestadounidense del líder venezolano y su alineamiento con Fidel Castro, el líder cubano.

En Venezuela, Rusia identificó no solamente un liderazgo afín a sus intereses, sino un país con enormes riquezas petroleras debido a las mayores reservas del mundo. El gobierno de Moscú vio la oportunidad de crear una potente base en ese territorio para avanzar en sus intereses en la región, tal como lo hizo con Cuba hace más de medio siglo.

En 2006, Rusia y Venezuela firmaron un convenio de $2,6 mil millones para ventas de armas a Venezuela. En 2009, Venezuela adquirió tanques modelo 91 T-72 y sistemas anti misiles S-300, de los mas avanzados de la época, con una línea de crédito de $2,2 mil millones facilitada por Putin. Esta alianza ha continuado y se ha afianzado bajo el mandato del dictador Nicolás Maduro.

Rusia también ha apoyado a dictaduras de izquierda en la región, incluyendo a los países de la Alianza Bolivariana, principalmente a Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador.

En 2015, John Kelly, un militar estadounidense de carrera y en ese momento jefe de gabinete de el presidente Donald Trump, testificó ante el Senado de su país. Dijo que “periódicamente desde 2008, Rusia ha aumentado su presencia en América Latina a través de propaganda, ventas de armamento, equipos militares y comercio exterior. Bajo el mando del presidente Vladimir Putin, hemos visto un retorno claro a las tácticas de la Guerra Fría. Como parte de su estrategia global, Rusia está utilizando la proyección de poder para erosionar el liderazgo de Estados Unidos y desafiar la influencia Americana en el hemisferio occidental”.

Los tentáculos de Rusia llegan a varios países. En el 2018, Estados Unidos expulsó a 60 diplomáticos rusos por espionaje, lo que llevó a Rusia a cerrar su consulado en Seattle. A principios de este año, un oficial francés fue detenido en Italia, acusado también de espionaje y procesado por atentar contra la seguridad de ese país. Berlín también ha expulsado a espías rusos por asesinar a Azelimkhan Khangoschili, un antiguo combatiente checheno que residía en esa nación europea y había pedido asilo, tras haber sido víctima de un atentado en Georgia en 2015. El 9 de diciembre Colombia expulsó a dos diplomáticos rusos por espionaje y en las últimas horas se conoció que Países Bajos también ordenó medidas similares contra funcionarios de la Embajada rusa en su territorio por los mismos motivos.

Los recientes acontecimientos en Colombia han sido desestimados por las FARC y algunos líderes políticos afines a sus causas. No sorprende. También ha habido campañas agresivas en redes sociales que intentan manipular la opinión pública.

En los ojos de Rusia, si logra voltear el tablero político en Colombia, representaría una gran pérdida y amenaza para el gobierno de Washington.

Lo cierto es que la interferencia de Rusia en Colombia es un patrón que ha sido recurrente en muchos países, empleando las mismas tácticas. Es una amenaza que continuará en el país y la región, y públicamente se conoce muy poco de los verdaderos movimientos de este juego de poderes, espías, e intereses geopolíticos. El Gobierno del presidente Iván Duque tendrá que medir con mucha cautela sus próximos pasos y la administración de Joe Biden seguramente tomará cartas en el asunto y priorizará la estabilidad democrática en la región.