“La campaña de reelección de Donald Trump es la amenaza más grande para la democracia estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial”. Con esta contundente frase, el consejo editorial del periódico The New York Times sentó hace algunos días su posición ante las elecciones presidenciales del 3 de noviembre. Las palabras retumban, sobre todo al pensar en las horas bajas que ha pasado este país en los últimos 75 años, desde la Guerra Fría hasta los atentados del 11 de Septiembre. Pero al igual que lo hace el prestigioso medio estadounidense, hay un enorme consenso alrededor de la repercusión que tendrán los comicios del martes en el futuro de Estados Unidos, y de la catástrofe que representaría un nuevo periodo de Trump en la Casa Blanca.
La preocupación es evidente. “La resiliencia de la democracia norteamericana –dice el editorial– ha sido puesta a prueba al extremo durante el primer periodo de Trump. Cuatro años más serían incluso peores”. El mandatario dinamitó la política estadounidense como nunca antes había sucedido. A pesar de los escándalos que afectaron a otros presidentes, Trump ha llevado el juego sucio, la impunidad y la polarización a cotas inimaginables. Desestabiliza al país semana tras semana, y a algunos les sorprende que aún siga en su puesto y en carrera para mantenerse por un segundo mandato. Aunque lo niegue, es abiertamente racista, ataca a sus rivales con improperios y desconoce las reglas del juego político.
En su amenaza a las instituciones, ha llegado a insinuar que desconocerá los resultados en caso de perder en las urnas. “Rompiendo con lo que han hecho sus predecesores se niega a transferir pacíficamente el poder, sugiriendo que su victoria es la única salida legítima. Si no gana, está preparado para contestar a la decisión en las urnas en los estrados o incluso en las calles”, dice el editorial. Es bien conocida su influencia sobre los grupos supremacistas blancos, con los que intimida al país para desatar el caos si pierde, lo que demuestra que no le importa herir de muerte a la democracia estadounidense, forjada desde 1776.
La democracia de Estados Unidos está al borde de una catástrofe. Además de su incapacidad para enfrentar la pandemia, Trump le echa leña al fuego con sus provocaciones ante las revueltas sociales por el racismo y la violencia policial. El mandatario no ha demostrado interés ni conocimientos para controlar y reaccionar políticamente al descontento social, y al alinearse con sus fanáticos supremacistas pone al país cada vez más cerca de un conflicto impensable hace cuatro años.
“Históricamente, hay muchos momentos en los que el sentimiento racista ha emergido, especialmente cuando los inmigrantes de Europa central y del este, incluyendo judíos y católicos, se movilizaron en gran número”, le dijo Giuliana Perrone a SEMANA, profesora de Ciencia Política de la Universidad de California (Santa Bárbara); y “Trump ha implantado con éxito una ideología política con un trasfondo ideológico similar, que existía desde el siglo XVII: que los extranjeros y los no blancos son una amenaza para Estados Unidos, particularmente para los intereses de los ‘realmente’ norteamericanos. Trump ha naturalizado esta ideología anticuada, racista, nacionalista y profundamente xenófoba”. Para Perrone, “El trumpismo logró ser una estrategia ganadora a corto plazo, pero el resto de la nación ha optado por confrontar el racismo que ha resurgido”.
Mientras Estados Unidos se incendiaba desde adentro, también perdía su influencia en el plano internacional. En solo cuatro años, su imagen ante el mundo dio un vuelco con Trump al volante. En su periodo, el país otrora abanderado de la democracia y los intereses de Occidente abandonó sus obligaciones. El mandatario se distanció de la Unión Europea, el gran aliado de su país, y la dejó a su suerte en momentos clave, como el brexit y la escalada de la pandemia. A su vez, a contracorriente de los tiempos que corren, Trump retiró a Estados Unidos de los acuerdos nucleares con Irán y de los pactos medioambientales de París. Y su respuesta impredecible a las disputas con sus enemigos en oriente transgrede cualquier política diplomática hasta la fecha. Suele expresar su admiración por los peores dictadores, como Kim Jong-un, Xi Jinping y Vladímir Putin, mientras que desprecia a los aliados históricos y dirige una política exterior impredecible. Nadie sabe a qué juega hoy Estados Unidos en el mundo.
Una victoria cantada
A medida que pasan los días, más parece que Trump tiene un pie fuera de la Casa Blanca. La enorme cantidad de votantes anticipados presagia la mayor participación en más de un siglo. Para muchos analistas, ese fenómeno responde a que muchas personas en ambos partidos habrían considerado más que nunca un deber votar. En especial, ciertos grupos sociales normalmente apáticos, como los negros y los jóvenes. Y ambos tienden a rechazar a Trump. Por eso, las encuestas cada vez le dan más ventaja al demócrata Joe Biden.
Los demócratas plantearon las elecciones como un referendo sobre Trump, y la estrategia parece haber rendido frutos. Y, por otra parte, la táctica sucia del presidente se agotó con el paso de los meses, pues no parece haber ganado muchos votantes más allá de su núcleo incondicional. Eric Smith, profesor de Ciencia Política en la Universidad de California (San Diego), le dijo a SEMANA que “Trump ha estado apelando consistentemente al prejuicio y al resentimiento racial. Muchos republicanos lo apoyan, a pesar de estar en desacuerdo con sus prejuicios, y le han dado porcentajes de favorabilidad de entre 40 y 42 por ciento. En las elecciones el porcentaje es parecido, pero no le alcanzará para ganar en las urnas”.
Biden, de perfil bajo, ha sabido mantenerse al margen de las polémicas del presidente, y con los días añade más seguidores. Como no lo logró Hillary Clinton en 2016, el exvicepresidente de Barack Obama ha captado el apoyo de los grupos minoritarios. Los presidentes suelen ganar la reelección a pesar del desgaste del primer periodo. Pero en el caso de Trump la desbarrancada es histórica. “Ha abusado del poder y ha negado la legitimidad de sus oponentes políticos, destrozando las normas que han mantenido unida a la nación durante generaciones”, afirma el Times. “Ha subsumido el interés público a la rentabilidad de sus intereses comerciales y políticos. Ha demostrado un desprecio impresionante por las vidas y libertades de los estadounidenses. Es un hombre indigno del cargo que ocupa”, sentencia el editorial.
La movilización para sacar al magnate del cargo no tiene precedentes. Los demócratas y los republicanos nunca se habían enfrentado como ahora, pero el papelón de Trump en la Casa Blanca acentuó la indignación nacional. Mientras tanto, los enemigos de Estados Unidos, que de nuevo han metido las manos de sus hackers a favor del magnate, esperan que gane inexplicablemente las elecciones para debilitar aún más la hegemonía norteamericana. O que, si pierde, suma a su país en un vacío de poder al demandar los resultados o negarse a reconocerlos. En el periódico neoyorquino rezan para que termine la pesadilla: “El 3 de noviembre puede ser un punto de inflexión. Es una elección sobre el futuro del país”.