En la sala en la que aprenden a caminar con sus prótesis ya no son soldados afganos o combatientes talibanes. Solo son amputados que comparten sus discapacidades, se ignoran o crean una especie de hermandad.
El centro de rehabilitación del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Kabul los acoge sin hacer preguntas y les ofrece la posibilidad de volver a caminar, en un país donde los discapacitados son habitualmente abandonados y dejados a cargo de sus familias.
El lunes por la mañana, Mulá Yacub, un talibán de 44 años que ya perdió una pierna antes de pasar cuatro años y medio en Guantánamo, y Khair Mohamad, de 32, sargento del Ejército afgano amputado en febrero de los miembros inferiores, ajustan sus prótesis, a tres metros de distancia uno del otro.
“No hay querella con nadie. Perdonamos a todos y nadie es considerado un enemigo”, asegura el excombatiente islamista, con su turbante negro y su mascarilla adosada a su hirsuta barba. Asegura haber sido injustamente internado en la polémica cárcel de Guantánamo, debido a un error de su identidad, y luego pasar varios años en la cárcel, a su regreso de la base estadounidense en Cuba.
El militar, con la barba bien cortada y una camiseta del Real Madrid, está sentado frente a él, en la sala destinada al aprendizaje a caminar. “Los problemas entre nosotros pertenecen al pasado”, dice a la AFP.
Fahd, joven talibán de 20 años, que solo acepta revelar a los medios su nombre de pila, perdió sus dos tibias en la explosión de una bomba hace cuatro meses en la provincia de Paktiya (sudeste). “Aquí somos todos iguales” dice. “Ahora reina la paz. Hemos ganado, pues Alá estaba con nosotros”.
“Mágico”
El centro de Kabul –el CICR tiene siete en el país– es dirigido por Alberto Cairo, un carismático fisioterapeuta italiano de 69 años, que llegó al país hace más de treinta y ya no quiso abandonarlo nunca más a pesar de sus problemas.
“Antiguos soldados, talibanes, viejos comunistas, aquí están todos unidos”, dice este hombre, conocido por haber ayudado a cerca de 200.000 afganos a volver a caminar, y que en 2010 fue candidato al Nobel de la Paz.
“De alguna manera este lugar es mágico. Cuando llegan aquí, se dan cuenta de que todo el mundo es igual. Una persona discapacitada es una persona discapacitada. La discapacidad deroga las diferencias. En más de 30 años, jamás hemos tenido el menor problema, la menor disputa entre pacientes a pesar de lo distintos que pueden llegar a ser entre ellos”.
Nada ha cambiado desde el 15 de agosto y la llegada de los talibanes a la capital. “Cuando los talibanes llegaron, nos dijeron: por favor, sigan haciendo lo que están haciendo. Saben que nos necesitan. Un paciente es un paciente”, afirma sonriente Alberto Cairo, que ha visto cinco regímenes sucederse en el poder en Kabul, y se encoge de hombros cuando se le pregunta si le preocupa el retorno de los islamistas radicales al poder”.
De los 317 empleados del centro, 300 son discapacitados que han pasado por las salas de reeducación exitosamente. “Nos aplicamos la discriminación positiva”, agrega. “Solo formamos y empleamos a discapacitados. Porque nadie más les daría trabajo en el país”.
En la larga sala de aprendizaje para volver a caminar, uno de los educadores, con una blusa de color caqui, atiende al exsoldado en rehabilitación y luego se ocupa del joven talibán que pasa por la misma situación. Ajusta una prótesis, corrige una postura, alienta, reconforta. Bajo su pantalón, el pie artificial apenas es visible.
Con información de la AFP.