El papa Francisco, incansable defensor de la “apertura a los demás”, pidió “erradicar los males de la indiferencia” durante un encuentro con refugiados en el segundo día de su visita a Hungría.
El jesuita argentino, de 86 años, frágil de salud, marcó la pauta a su llegada este 28 de abril a Budapest. Advirtió contra la “rigidez y las cerrazones” y la tendencia al “repliegue”, en un discurso frente al Primer ministro nacionalista Viktor Orbán, conocido por su política antimigratoria.
Durante la mañana de esta jornada, unos 600 refugiados, provenientes principalmente de Ucrania, además de personas pobres, se reunieron en la iglesia neogótica de Santa Isabel, construida a finales del siglo XIX en el corazón de Budapest.
Un millar de fieles asistieron al evento desde la explanada.
Tras escuchar varios testimonios, entre ellos el de Oleg Yakovlev, un ucraniano padre de cinco hijos que contó haber huido de su país en guerra, el papa agradeció a los húngaros.
En particular a las asociaciones religiosas, “por el esfuerzo realizado en la caridad” y “por el modo con que han acogido —no sólo con generosidad sino también con entusiasmo— a muchos refugiados procedentes de Ucrania”.
Al contrario de su discurso habitual, al gobierno de Orbán le gusta elogiar la hospitalidad ofrecida a los desplazados de la vecina Ucrania, tema central de esta segunda visita papal en menos de dos años a este país centroeuropeo.
“Regresar rápido”
Desde el inicio del conflicto, más de dos millones de ucranianos transitaron por suelo húngaro, aunque solo 35.000 solicitaron el estatus de “protección temporal” implementado por la Unión Europea (UE), según datos del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR).
“Nos sentimos seguros aquí, mucha gente nos está ayudando”, dijo Olesia Misiats, madre de tres hijos que tuvo que dejar Kiev el año pasado. Sentada en la iglesia con su hija y su esposo, dice estar “feliz” con esta visita. “Respeto mucho al Papa porque reza por Ucrania, quiere que termine esta guerra”, afirmó.
Frente a las puertas cerradas, bajo un cielo grisáceo, Elena, una bailarina ucraniana de 43 años que no quiso dar su apellido, dijo que vino “a ver al Papa que es un gran defensor de la paz”.
“Tengo un niño de nueve años y lo único que importa es que nuestros hijos sigan vivos”, dijo a la AFP junto a su hermana Vika. “No hemos tenido ningún problema aquí, pero queremos regresar rápido, no nos integramos realmente”, confesó.
De hecho, la posición ambigua de Orbán respecto al conflicto no incita a los ucranianos a quedarse en Hungría.
El dirigente nacionalista va a contracorriente de la solidaridad mostrada por la UE y la OTAN y ha rechazado enviar armas a Kiev a la vez que mantiene estrechos vínculos con el Kremlin.
Una salud frágil
La situación es aún más dura para migrantes de otras nacionalidades.
Lejos de la acogida sin distinciones que pregona el Papa, Orbán esgrime la defensa de la “civilización cristiana” para rechazar a los migrantes.
Durante su mandato, Hungría construyó vallas en sus fronteras y restringió la presentación de solicitudes de asilo en sus embajadas en el extranjero, una política que le valió varias condenas del Tribunal de Justicia de la UE.
El año pasado, solo 18 personas obtuvieron la condición de refugiados, una cifra irrisoria comparada con las de otros países de la UE.
El anciano pontífice, con una salud frágil, se reunió con niños y jóvenes con discapacidad que cantaron frente a él. Al final de la mañana visitó también la comunidad greco-católica, una iglesia oriental de rito bizantino que reconoce la autoridad de del Papa.
Pronunciará un nuevo discurso por la tarde en un estadio donde se esperan unos 11.000 jóvenes y presidirá el domingo una misa al aire libre detrás del Parlamento en Budapest.
A pesar de los dolores persistentes de rodilla, que lo obligan a moverse en silla de ruedas, el Papa, sonriente, parece estar en buena salud, en su 41º viaje internacional tras su elección en 2013.
*Con información de AFP