Cuando el papa Francisco realizó el primer viaje al extranjero de su papado, una visita a Río de Janeiro con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud en 2013, exhortó a los jóvenes a hacer un “lío” en sus iglesias locales, a agitar las cosas, incluso si esto incomodaba a sus obispos.
Mientras se prepara para asistir esta semana a otra edición de la Jornada Mundial de la Juventud, esta vez en Lisboa, de muchas formas el pontífice ha seguido su propio consejo al pie de la letra. Luego de 10 años en el papado, Francisco está acelerando su agenda de reformas y llevando a cabo cambios revolucionarios en cuanto a personal y políticas que definitivamente están agitando las cosas.
Ya sin la sombra del papa Benedicto XVI, que falleció hace siete meses, y a pesar de recuperarse de una segunda cirugía intestinal en dos años, Francisco, de 86 años, inicia una frenética segunda mitad del año con su visita a Portugal. Parece consciente de que tiene tiempo limitado para afianzar los cambios que cree necesarios para la Iglesia del siglo XXI, y espera que sea la próxima generación de líderes y feligreses quienes los ejecuten.
“La sensación que me da es que esta es la fase de consolidación de su pontificado”, dijo el biógrafo papal Austen Ivereigh. “Ahora está estableciendo las bases, preparando el terreno, para el futuro”, añadió.
Y no hay un mejor lugar para ponerlo en exhibición que la Jornada Mundial de la Juventud. Se tiene previsto que el evento internacional, creado por San Juan Pablo II en 1986 para afianzar a los jóvenes católicos en su fe, atraiga hasta a un millón de personas en el primer acto de este tipo después de la pandemia de covid-19. Se anticipa que las perennes preocupaciones de Francisco en cuanto al cambio climático, la desigualdad social y la fraternidad, así como la guerra en Ucrania, ocupen un sitio primordial en la agenda.
Más allá de Portugal, sin embargo, la estrategia multiforme de Francisco con el fin de establecer las bases para el futuro está tomando forma y alcanzará momentos significativos en los próximos meses.
Su sondeo global de los católicos de a pie sobre su visión para el futuro dará frutos con un enorme sínodo en el Vaticano en octubre. Se pretende que esa reunión fije un rumbo en temas controversiales como el sitio de los católicos LGBTQ+ y las mujeres en la Iglesia, y por primera vez incluirá a mujeres y jóvenes que votarán las propuestas junto a los obispos.
“Realmente pienso que el papa Francisco sintió: ‘bien, ya está maduro’, y sería realmente bueno involucrar a todos los miembros, a todas las personas en el sínodo como miembros” con derecho a voto, dijo la hermana Nathalie Becquart, una de las principales organizadoras del sínodo.
Para implementar posteriormente la visión que surja del sínodo, Francisco ha estado nombrando a una serie de obispos inusualmente jóvenes para arquidiócesis clave, en su natal Buenos Aires, Madrid y Bruselas, entre otras. Al mismo tiempo, ha promovido a varios cardenales que se encuentran en su quinta década de vida —y en algunos casos en la cuarta—, incluido al obispo auxiliar de Lisboa encargado de organizar la Jornada Mundial de la Juventud.
Poner a clérigos tan jóvenes en puestos tan relevantes garantiza una generación de personas en posición de liderazgo, con puntos de vista en común en el Vaticano y en arquidiócesis de todo el mundo. Aunque no todos encajan en el molde de Francisco, a muchos de ellos se les considera de mentalidad pastoral afín a él y, por lo tanto, más aptos para implementar sus reformas, en especial a medida que muere una generación de obispos y cardenales de edad más avanzada.
Una vez que Francisco ya no esté, los más jóvenes de estos nuevos cardenales tendrán unas tres décadas de experiencia en posiciones de liderazgo y votos del cónclave para elegir a futuros papas, lo que deja entrever que ya está muy en marcha un cambio generacional e ideológico en la cúpula de la Iglesia.
El nombramiento más importante del “legado” de juventud de Francisco fue el nuevo prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe —la rama del Vaticano encargada de velar por la integridad del catolicismo, el cardenal electo Víctor Manuel Fernández, un argentino de 61 años. Fernández, escritor anónimo de textos teológicos de Francisco, ha tenido problemas previos con el Vaticano por cuestionamientos acerca de su ortodoxia doctrinal, y su designación estremeció a las alas conservadoras y tradicionalistas de la Iglesia.
Fernández considera que su nombramiento forma parte de la agenda de Francisco a largo plazo, y piensa que el pontífice propone una Iglesia más inclusiva, con más respeto hacia las distintas formas de vida o incluso de pensar, según señaló en una entrevista.
El cardenal electo portugués Américo Aguiar, quien está a cargo de la Jornada Mundial de la Juventud, es otro clérigo joven que considera que su designación forma parte de un punto de inflexión generacional en la jerarquía católica.
Con 49 años, Aguiar se convertirá en el segundo miembro más joven del Colegio Cardenalicio una vez que asuma el cargo el 30 de septiembre. Es apenas seis meses mayor que el cardenal más joven de la actualidad, ascendido por Francisco hace más o menos un año: el cardenal Giorgio Marengo, jefe de la Iglesia en Mongolia, adonde el papa viajará a finales de agosto.
“La lectura que le doy es que esto tiene que ver con los jóvenes, tiene que ver con la juventud, tiene que ver con Portugal, tiene que ver con la Jornada Mundial de la Juventud, tiene que ver con todo eso”, dijo Aguiar en una entrevista. “Creo que ese es el objetivo de él, y lo que pone de relieve, era exactamente el enviar una señal para que todos los jóvenes, todas las personas jóvenes que se están preparando para ese día, ya sea en Portugal o el resto del mundo, se sientan identificadas con esta decisión”.
Fue básicamente lo que dijo el pontífice en sus intenciones de oración para agosto, las cuales dedicó en esta ocasión al evento en Lisboa.
“En Lisboa me gustaría ver una semilla para el futuro del mundo”, declaró Francisco. “Un mundo en donde el amor esté al centro, en donde podamos sentir que somos hermanas y hermanos”.
Su deseo, en muchas formas, es un eco de sus palabras durante la Jornada Mundial de la Juventud de 2013 en Río, que ahora parecen proféticas en cuanto a delinear muchos de los principales mensajes pastorales que Francisco ha enfatizado en la última década. Durante un llamado improvisado y espontáneo a una congregación de peregrinos argentinos que fue organizada de último minuto, el pontífice instó a los jóvenes a salir a las calles, propagar la fe y armar “un lío”.
“Quiero ver que la Iglesia se acerque al pueblo”, dijo Francisco en ese entonces, en español. “Quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos”.
Dándose cuenta de la naturaleza radical de su mensaje, Francisco se disculpó con los obispos por lo que estaba por venir, aunque en los 10 años que han pasado desde entonces, solo ha ido más allá de lo que cualquiera se hubiera imaginado en aquel momento.
“La verdadera reforma de la Iglesia, saben, no es una revolución para traer algo completamente externo”, dijo Becquart, la monja francesa. “Es un camino de cambio que es una manera de desplegar las tradiciones, pero de forma muy dinámica”.
*Con información de AP.