Contra viento y marea, el Movimiento al Socialismo (MAS), partido del expresidente Evo Morales, volvió al poder después de un año de Gobierno interino de la oposición. La fórmula de Luis Arce y David Choquehuanca ganó apabullantemente en las urnas. Las elecciones tuvieron lugar el 18 de octubre, después de dos aplazamientos por la crisis sanitaria que generaron gran malestar social.
El Tribunal Supremo Electoral finalmente cerró el escrutinio el viernes y anunció la victoria del MAS con el 55 por ciento de los votos. En segundo lugar quedó Carlos Mesa, con el 28,8 por ciento, y luego Luis Fernando Camacho, con el 14 por ciento.
Los números recuerdan la victoria contundente de Morales en 2005, cuando llegó a la Presidencia. Desde entonces, la población lo reeligió en dos ocasiones consecutivas con cifras igual de impresionantes. Sin embargo, su tercer intento, en octubre de 2019, desembocó en una crisis institucional. El órgano electoral anunció su victoria con el 47 por ciento de los votos, pero sectores de la población y la OEA denunciaron fraude. Miles de personas salieron a las calles, la oposición cerró filas y, finalmente, las Fuerzas Armadas presionaron al presidente. Dos meses después, Morales renunció y dejó el puesto libre a la vicepresidenta de la Cámara, Jeanine Áñez, una opositora que tomó el mando del Gobierno de transición.
Desde entonces, Bolivia vivió una tensión latente. Los opositores al MAS y a Morales celebraron su salida como resultado de una revolución ciudadana contra sus actitudes dictatoriales. Los simpatizantes del mandatario alegaron un golpe de Estado de la derecha. Las dos visiones se enfrentaron y terminaron en actos de violencia y brutalidad policial. Los episodios más graves fueron las masacres de Sacaba y Senkata a manos de las Fuerzas Armadas, que dejaron 21 muertos y cerca de 70 heridos. A esta violencia se sumaron la pandemia, la crisis económica y las críticas al Gobierno interino.
Las elecciones tenían sobre sus espaldas esta olla a presión. En las urnas, la población elegía entre el final definitivo de los 14 años de gobierno del MAS y su regreso, solo que esta vez sin Morales a la cabeza. Y como predecían las encuestas, los bolivianos optaron por la segunda.
Antes muchos pensaban que había llegado el fin del partido y la influencia del expresidente, pues en los últimos años su popularidad había decaído. Sectores críticos habían denunciado corrupción y la burocratización del Estado; algunas bases sociales habían tomado distancia e incluso antiguos aliados miraban con sospecha la reticencia de Morales a ceder el liderazgo. Pero nada impidió que millones dieran una segunda oportunidad al MAS. Esta vez lleva la batuta Arce, ministro de Economía y Finanzas durante casi 12 años de Evo. El segundo a bordo es David Choquehuanca, un líder indígena y campesino que encabezó el Ministerio de Asuntos Exteriores por 11 años hasta 2017.
Analistas afirman que su victoria evidencia que el proyecto político y social del MAS es más que Evo Morales. En un artículo de la revista latinoamericana Nueva Sociedad, el periodista Pablo Ortiz escribió: “No era el proyecto del MAS el que estaba agotado, sino el mando único, la repetición sin fin de la figura de Morales como presidente”. Por su parte, en el mismo artículo, el escritor Fernando Molina señaló que la oposición fracasó por “la incapacidad de estos grupos políticos, que representan a las élites tradicionales, de reconocer al MAS como una expresión genuina de los sectores sociales menos pudientes y más indígenas del país”. Incluso, algunos se han atrevido a decir que el partido no ganó por Evo, sino porque él no estaba.
A esta fuerza intrínseca del MAS, colectividad que surgió como expresión política de los movimientos indígenas, campesinos y populares en Bolivia, se suman los errores de la administración interina que le quitaron legitimidad. Durante su año en el poder pulularon los escándalos de corrupción, especialmente los relacionados con el manejo de la pandemia. Algunos sectores sociales también critican que no respondió a las necesidades de los sectores más afectados por la crisis económica. Además, le pasaron factura por usar en exceso la fuerza frente a las movilizaciones ciudadanas de los últimos meses y por estigmatizar a los simpatizantes del MAS.
Por otro lado, la experiencia de Arce en el Ministerio de Economía y Finanzas Públicas jugó a su favor. Al presidente electo muchos lo consideran el artífice del llamado ‘milagro económico’ de Bolivia durante la era de Morales. En los 14 años de gobierno, el PIB creció de manera estable por encima del 4,9 por ciento, aumentó la inversión pública, disminuyó la deuda externa y aumentó el salario mínimo. Estos cambios se tradujeron en mejoras en la calidad de vida de la población. Disminuyó el desempleo, la pobreza extrema cayó 20 puntos en comparación con el periodo anterior a Morales y aumentó la capacidad de consumo de las familias. Algunos explican dicho crecimiento en los precios altos de las materias primas hasta 2014, que beneficiaron a las economías exportadoras de productos como el petróleo, el gas y los minerales. Otros también dan crédito al Gobierno por sus políticas económicas que optaron por nacionalizar los hidrocarburos, fortalecer la moneda local e industrializar algunos sectores productivos.
En todo caso, las cifras de hoy, después de un periodo de inestabilidad institucional prolongado y en medio de una pandemia que no da tregua, no tienen nada que ver con aquellos periodos de bonanza. Para este año los expertos pronostican una caída del 7 por ciento del PIB y un déficit fiscal de 12 puntos. El economista Gonzalo Chávez, profesor de la Universidad Católica Boliviana, cree que es la recesión económica más fuerte que vive el país desde los ochenta. En medio de este panorama sombrío, la población recuerda con nostalgia los años de pujanza liderados por el MAS y esperan que, con Arce a la cabeza, Bolivia vuelva a probar sus mieles.
El presidente electo ya ha dicho que la economía será uno de sus principales retos. Dentro de su plan, propone impulsar el modelo “social comunitario productivo”, que como explicó a SEMANA Ricardo Bajo, director de la edición boliviana de Le Monde Diplomatique, “significa la apuesta por una economía mixta que articula la acción privada con la regulación y actuación del Estado”. Arce también plantea promover la industria por sustitución de importaciones, renegociar el pago de la deuda externa para alivianar la carga estatal e imponer un nuevo impuesto a las grandes riquezas del país.
A pesar de sus promesas y del apoyo masivo que recibió en las urnas, sobre Arce y su vicepresidente pende una sombra de duda acerca de su autonomía en el Gobierno y el rol que Morales tendrá. Frente a ello, el exministro de Economía ha afirmado que Evo “no tendrá ningún papel en nuestro Gobierno (…) soy yo quien tiene que decidir quién forma parte de la administración y quién no”. También ha intentado marcar esa distancia al reconocer fallas de la administración pasada que hay que corregir y al incluir nuevas figuras. Además, Arce ha dicho que buscará un Gobierno de pacto nacional y concertación, acorde con el talante conciliador que lo ha caracterizado.
Solo el tiempo dirá si el presidente electo y su coequipero podrán enfrentar exitosamente la crisis económica y la polarización social. Y si lograrán desmarcarse sin traumas del que había sido hasta ahora el líder eterno del MAS para convertirse, como algunos analistas pronostican, en el primer Gobierno del periodo posevista. Eso no está asegurado porque como ya ha quedado demostrado en otros países, como Colombia y Ecuador, los herederos terminan enfrentados con los viudos del poder.