Si viaja a Dublín, no deje de visitar Kilmainham Gaol, una antigua cárcel de finales del siglo XVIII reconvertida en museo en los años setenta, que permite al visitante conocer de forma amena la historia de la independencia de Irlanda a principios del siglo XX. Este es un ejemplo de lo que se ha venido a denominar turismo negro u oscuro (dark tourism).
El turismo oscuro
El turismo oscuro hace referencia al turismo relacionado con determinadas atracciones que representan guerras, catástrofes, confrontaciones, crímenes, desapariciones sin resolver, etc. y que, normalmente, se ubican en el mismo lugar en el que se produjeron.
Estas atracciones pueden ser de varios tipos: la misma infraestructura en que se desarrolló el evento (por ejemplo, la cárcel de Alcatraz o el campo de concentración de Auschwitz), una obra o edificio en la que se representa la historia del evento (la Zona Cero de Nueva York o el museo de Jack el Destripador) o incluso un espacio natural (el llamado Triángulo de las Bermudas o el Lago Ness). El turismo oscuro no es un fenómeno nuevo sino que, a lo largo de la historia, el terror, el dolor o la muerte han fascinado a la humanidad.
Los visitantes oscuros
Si bien no existen muchos estudios del perfil de los visitantes de estas atracciones, sí que se han investigado las motivaciones que les empujan a visitarlos. De hecho, la mayoría de personas que los visitan lo hacen de manera excepcional, por un hecho concreto.
Estas motivaciones pueden ir desde el simple morbo al interés histórico y educativo de los hechos que se produjeron. También depende en gran medida del enfoque de la misma atracción, pues mientras algunas se mueven en un plano estrictamente económico y macabro, en otros casos su objetivo se centra en transmitir una enseñanza.
El patrimonio oscuro y controvertido
Muchas de las atracciones oscuras ya forman parte del patrimonio material, pero ello no evita que sean interpretadas y reinterpretadas con el paso del tiempo. Existen atracciones oscuras que no generan ningún o casi ningún tipo de controversia histórica, como pueden ser Chernóbil, Normandía, el Muro de Berlín o el cementerio de Arlington.
Todas ellas nos recuerdan historias relacionadas con muerte o conflicto, pero no existe negación de lo que allí sucedió, aunque existan distintos puntos de vista. Incluso en ocasiones existe una leyenda que rodea al lugar, como en Transilvania.
Sin embargo, en otros casos la controversia ha rodeado la visita o el simbolismo de determinados sitios relacionados con la muerte, especialmente cuando son hechos cercanos en los que dos partes estuvieron en conflicto. Este sería el caso del Museo del Holocausto en Jerusalén o la catástrofe de Bhopal en la India.
Por ejemplo, en lo que nosotros denominamos dark mural tourism, se visitan murales que se han creado para rememorar la historia (especialmente política) de determinados barrios y que han causado controversia por su simbolismo. El ejemplo paradigmático son los murales políticos de Belfast. Son los denominados “muros de expresión”, representados por la comunidad, y suponen una manera de plasmar un evento intangible en una obra tangible.
También podríamos citar la polémica tras el mural de la Batalla de Cable Street en Londres. Este mural rememora la batalla que tuvo lugar el 4 de octubre de 1936 entre la comunidad de East London, formada por distintos grupos (judíos, irlandeses católicos, trabajadores del ferrocarril y de los muelles), y la policía de la ciudad. Los primeros, pusieron barricadas para evitar una marcha de la Unión Británica de Fascistas (BUF) y se enfrentaron con la policía que, finalmente, tuvo que desalojar a la BUF.
A pesar de que el mural se pintó casi 40 años más tarde, entre 1974 y 1984, la obra sufrió distintos actos vandálicos hasta que en 2011 fue restaurada completamente y se consiguió que fuese respetada.
El caso del Valle de los Caídos
Al analizar las distintas atracciones oscuras, observamos que las prisiones y los accidentes suelen estar más relacionados con la morbosidad, mientras que las batallas, las guerras o el terrorismo se muestran desde un lado más educativo. Aún así, la participación de todos los grupos de interés para posicionar una atracción oscura es crucial, no solo para evitar la controversia en la medida de lo posible, sino también para pactar el enfoque económico que se quiere dar a esa atracción.
Y, para lograrlo, el papel que desempeñen los responsables de su gestión es de gran importancia. Ambas cosas observamos que en algunas ocasiones no se han logrado, como, por ejemplo, en el caso del Valle de los Caídos en España.
Este monumento fue controvertido desde sus inicios y lo continúa siendo, a pesar de que han pasado 60 años desde su inauguración. Su denominación, enterramientos, construcción, simbolismo, el impacto de la Ley de Memoria Histórica de 2007, todo ello continúa generando polémica por falta de un consenso real y una estrategia pactada por todas las partes implicadas. Sin embargo, cada vez que surge un nuevo conflicto, el número de visitantes se incrementa. De acuerdo con Patrimonio Nacional, el Valle es el quinto de sus monumentos con mayor número de visitas, y el tercero con mayores ingresos.
En contra de lo que se suele pensar, el perfil del visitante del Valle no es solo el del “devoto” de la dictadura, sino que también lo visitan otras personas por su interés histórico, aunque se debatan entre una imagen positiva (grandiosidad, provocación, inusual) y otra negativa (horror, aburrimiento, deprimente). Sin embargo, es destacable que los visitantes extranjeros tienen menos prejuicios que los españoles a la hora de visitar el monumento y están más interesados en conocer aspectos sobre la Guerra Civil española.
En los últimos años se han propuesto alternativas para cambiar su simbolismo, pero no parece que las distintas partes estén dispuestas a renunciar a algo en este proceso, por lo que no acaba de materializarse en una estrategia concreta. Uno de los principales conflictos es el de los enterramientos. Por un lado, algunos familiares no desean que sus antepasados estén allí enterrados y, por otro lado, se ha abierto un proceso para la exhumación de la tumba de Francisco Franco. En este punto, el actual Gobierno quiere obligar a la familia al traslado, mientras que la familia olvida que el propio dictador no quería ser enterrado en el Valle.
En general, en relación con este tema, en un extremo se sitúan los que quieren que el monumento desaparezca. En otro extremo, no se reconoce la existencia de una dictadura. Y, entre ambas posiciones extremas, el hartazgo de la controversia hace que se prefiera dejar tal como está. Pero, sin ese consenso, probablemente este patrimonio oscuro termine desapareciendo y con él la oportunidad de darle un enfoque educativo, libre de posturas políticas, que permita que las futuras generaciones aprendan las consecuencias de una guerra civil.
¿En qué se diferencia este monumento con las tumbas de los faraones? En muchas cosas, pero un factor crucial es el tiempo. Y volvemos a nuestro ejemplo inicial, en el que, lejos de destruir o dejar degradarse un vestigio de conflicto, muerte y sufrimiento, se le ha dado un enfoque educativo que permite conocer una parte de la historia de un país.
Por:
María de Miguel Molina
Associate Professor, Universitat Politècnica de València.
Jonathan Skinner
Reader in Anthropology, University of Roehampton.
Publicado originalmente en The Conversation.