Con el pelo blanco, en silla de ruedas y sin fuerza suficiente para retener la saliva que un médico de Scotland Yard tenía que limpiarle con un pañuelo, el 7 de mayo regresó a Inglaterra Ronald Biggs, quizás el más famoso fugitivo del mundo, quien había participado en el ‘Gran robo al tren’ y, luego de condenado, protagonizado una fuga espectacular de la cárcel. A sus 71 años era poco lo que quedaba de esta leyenda viviente que, siendo prófugo de la justicia, por 36 años desafió a las autoridades llevando una ruidosa vida de playboy, posando con jóvenes modelos para anuncios de ropa interior femenina en Brasil o grabando con el grupo The Sex Pistols el éxito No one is innocent (Nadie es inocente), quedó sin un céntimo. Para peor de males, sufrió tres embolias que lo dejaron físicamente impedido. Le gustaba ser reconocido como “el último ladrón caballero” y, como una ironía de la vida, terminó sin proponérselo haciendo honor a su apodo y se entregó a las autoridades como todo un caballero inglés. Biggs, el menor de cinco hermanos, nació en el barrio de Lambeth de Londres en 1929. A los 15 años lo arrestaron por primera vez porque se llevó unos lápices de una tienda de Littlewoods sin pagarlos. Tratando de enderezar su vida ingresó como voluntario a la Fuerza Aérea Real, donde aprendió el trabajo de su padre, un cocinero profesional. Pero en 1949 fue despedido porque durante una licencia lo pescaron tratando de meterse en una droguería para robar y lo condenaron a seis meses de prisión. Más tarde volvió a la cárcel de Lewes por llevarse un carro sin permiso del dueño y allí conoció a Bruce Reynolds, el cerebro y organizador del robo al tren. Por 14 años pasó de condena en condena por pequeños robos. Pero en 1963, más exactamente el día de su cumpleaños, invitado por Reynolds, Biggs participó en el famoso robo de 2,6 millones de libras esterlinas, el equivalente de 47 millones de dólares actuales, del tren de correo que iba de Glasgow a Londres. La parte del botin de Biggs eran sólo 147.000 libras esterlinas lo que equivale a 1,6 millones de dolares de hoy. Al poco tiempo fue capturado, junto con la mayoría de los 17 integrantes de su banda, y condenado a 30 años de prisión. Sin embargo a los 15 meses Biggs protagonizó un histórico escape, cuando escaló el muro de 10 metros de la prisión de Wandsworth y brincó a una camioneta que lo esperaba abajo. A partir de ese momento el ladrón del tren se convirtió en el fugitivo más buscado por Scotland Yard. En un comienzo huyó a París con su esposa, Charmain Powell, a quien había conocido en 1957. Se casaron tres años después y tuvieron tres hijos, el primero de los cuales murió en un accidente de tránsito en Australia en 1971, a donde la familia se había ido huyendo. Gastó mucho de su botín consiguiendo los papeles para viajar y en una cirugía plástica. Allí vivió hasta 1970, cuando tuvo que escapar sin su familia. Después de pasar por Panamá, Argentina, Bolivia y Venezuela se instaló finalmente en Brasil, un país que no tenía tratado de extradición con el Reino Unido. En 1974 el detective de Scotland Yard Jack Slipper, quien dedicó su vida a perseguirlo, logró arrestarlo en Rio de Janeiro. Pero Biggs se salvó de ser deportado porque para entonces tenía un hijo con su novia brasileña y alegó que ambos dependían económicamente de él. En otra ocasión el caballero ladrón se atrevió a colarse a un coctel en una fragata británica que atracó en Rio y de nuevo se salvó de un arresto inminente. En 1981 Biggs fue secuestrado por un grupo de aventureros que lo llevaron a Barbados en una bolsa que decía “serpiente viva”. Los secuestradores esperaban cobrar una recompensa por su captura pero el zorro de Biggs usó la legislación de extradición para escaparse una vez más. A pesar de la constante persecución y de las peticiones de extradición por parte de las autoridades del Reino Unido en Brasil él llevaba una vida bastante pública. Los barbecues que organizaba —y que había aprendido a hacer en su breve paso por la Fuerza Aérea— lo convirtieron en un personaje muy querido. En las tertulias contaba sus historias como ladrón y fugitivo y cobraba a sus invitados por fotografiarse con él. También vendió camisetas con su foto a los turistas y redactó un libro con sus memorias. Su historia quedó inmortalizada en la película Buster, protagonizada por Phil Collins. En 1997 llegó incluso a inventarse un juego de video sobre el asalto al tren y hoy tiene su página en Internet. Sin embargo en los últimos años el famoso fugitivo empezó a tener problemas económicos, las cenas se volvieron cada vez menos frecuentes y en 1998 sufrió su primera embolia. Hace unas semanas Biggs se puso en contacto con Scotland Yard por e-mail y les manifestó su deseo de entregarse para cumplir con su sentencia. La policía inglesa, por su parte, se encargó de conseguirle un pasaporte. The Sun, un popular tabloide londinense, pagó 350.000 dólares por el jet que lo llevó a casa y le entregó al hijo brasilero de Biggs 50.000 dólares a cambio de la cobertura exclusiva del hecho, movida duramente criticada por los otros medios de comunicación. En una entrevista Biggs explicó a The Sun el motivo de su entrega: “Soy un hombre enfermo. Mi último deseo es entrar a un bar como un inglés y tomarme una jarra de cerveza. Espero vivir lo suficiente para hacerlo”. El famoso criminal aterrizó el 7 de mayo en RAF Northolt y antes de que pudiera decir la palabra cerveza fue llevado a la prisión de Belmarsh. Los abogados de Biggs han anunciado que van a pedir una liberación anticipada por razones de salud en una corte de apelaciones. Sin embargo muchos ingleses piensan que el motivo de la entrega de Biggs es que el arruinado ladrón desea que el Estado pague por un tratamiento médico que él ya no puede costear, lo que representa una carga que los contribuyentes no están dispuestos a asumir. Por todo esto, y por su delicado estado de salud, no es descabellado pensar que su apelación tenga éxito. A pesar de la fascinación de la sociedad inglesa con el autor del ‘Gran robo al tren’ y de las razones prácticas que justificarían que Biggs fuera puesto en libertad, también existe una fuerte presión para que no se le conceda ninguna misericordia. La principal razón es que en el asalto al tren de Glasgow el ingeniero Jack Mills resultó gravemente herido, nunca pudo volver a trabajar y murió de cáncer siete años después. Cuando el criminal se entregó el hijo de Mills declaró con amargura y dolor: “Biggs debería podrirse en la cárcel y ese debería ser su final”. Está en manos de la justicia inglesa darle o no la razón.