Posicionada como una de las 10 economías más grandes del mundo, las elecciones presidenciales en Brasil son un asunto de interés global. La primera vuelta tuvo como protagonistas a Jair Bolsonaro y a Fernando Haddad, y entre los dos dejaron una incógnita que se resolverá hasta el próximo 28 de octubre: la llegada al poder del conservadurismo neoliberal o el regreso de la izquierda progresista. Esa misma incertidumbre estaba en la boca de los ciudadanos a la salida de su punto de votación. Coincidían en que la radicalización que Bolsonaro propone no es buena para la democracia, pero por otro lado indicaban que su mayor temor es pensar que ante una posible presidencia de Haddad lo primero que haría el candidato del Partido de los Trabajadores (PT) sería liberar a Lula. Algo impensado para muchos electores que ven en el encarcelamiento del expresidente un escarmiento adecuado ante tanto escándalo de corrupción. Le recomendamos: Bolsonaro se lleva la victoria en primera vuelta en Brasil Por eso se dice que esta campaña electoral tuvo a 147 millones de personas en una encrucijada: el miedo a un ultraconservador en el poder y el rechazo que genera la sombra de Lula. La cita de este domingo terminó en una extensión de tres semanas a esa incertidumbre, solo en ese momento y una vez finalizada la segunda vuelta, se sabrá quién le saca más provecho a la polarización actual. Será el segundo acto de unos comicios en un país que le hace frente a una crisis institucional, social y económica con índices récord en violencia y desempleo. Precisamente en este ambiente enrarecido es en el que Bolsonaro se mueve como pez en el agua. Parte de su estrategia consistió en mostrarse confiado de ganar en primera vuelta y de tener una amplia mayoría parlamentaria. “Las personas de bien de Brasil quieren dejar atrás el socialismo, no quieren un régimen como el de Venezuela. Quieren una economía liberal y proteger los valores familiares”, dijo una vez votó en un colegio electoral de Río de Janeiro. Con el apoyo del movimiento evangélico y los militares, entre otros, quiso obviar el balotaje que tendrá lugar dentro de tres semanas. “De darse una segunda vuelta no iré a votar, me iré a la playa”, dijo. Por su parte, Haddad auguraba lo que terminó sucediendo: una segunda vuelta tal como indicaban las encuestas. El exministro de Educación heredó la candidatura hace más de un mes del encarcelado expresidente Lula. “Yo estoy a favor de la segunda vuelta porque así la gente tiene la oportunidad de comparar las propuestas y las biografías de ambos candidatos. Espero que la segunda vuelta sea más civilizada que la primera”, dijo tras de emitir su voto en San Pablo, ciudad de la que fue alcalde entre 2013 y 2017. El descontento generalizado y el miedo en una población que no encuentra solución en el corto plazo a problemas como la inseguridad y el desempleo, tienen a Bolsonaro como primera opción para el 47 por ciento de los brasileños que viven en Brasil. Y desde afuera lo quieren más: solo en Nueva York alcanzó el 64 por ciento de los votos y en Buenos Aires, el 42 por ciento. Puede leer: Las propuestas de Bolsonaro y Haddad con las que aspiran llegar a la presidencia de Brasil Analistas se preguntan si Brasil no ha hecho suficiente memoria histórica, teniendo en cuenta que no deja de sorprender que un gran porcentaje de la sociedad coquetea con la idea de mano dura y línea dictatorial en un país que ya pasó por esa etapa oscura. En Brasil, el 44 por ciento de los 147 millones de electores que hoy tenían el derecho de asistir a las urnas no conocieron la dictadura o eran apenas unos niños mientras el régimen militar tenía las riendas. Muchos de esos jóvenes terminaron captados por la campaña de Bolsonaro, muy activa en redes sociales. A pesar de que no todos los electores de Bolsonaro están totalmente de acuerdo con sus tesis, una gran parte explica su afinidad con el exmilitar por el hastío que les produce la corrupción y el sistema político en general. Por eso el voto indignado es sin duda una amplia base del apoyo hacia el ultraderechista. Aunque no hubo decisión presidencial, los brasileños eligieron a los gobernadores de los 27 estados del país, 54 de los 81 senadores y 513 escaños del Congreso. En la jornada también llamaron la atención los más de 600 delitos electorales y la detención de cerca de 200 personas. Según informaron varias cadenas de noticias, el incidente que más resonó tuvo lugar en el Estado de Mato Grosso donde un grupo de indígenas recibió a flechazos a los militares que llevaban el material para instalar las urnas electrónicas en su aldea. La abstención superó el 20 por ciento, algo sin precedentes en un país donde el voto es obligatorio. De no ejercerlo, la multa puede llegar a ser de una décima parte del salario mínimo: 95 reales, es decir, cerca 25 de dólares. Aunque no hubo decisión presidencial, los brasileños eligieron a los gobernadores de los 27 estados del país, 54 de los 81 senadores y 513 escaños del Congreso. Le sugerimos: Elecciones en Brasil: por qué la mayor democracia de América Latina está en su momento más delicado El fenómeno de Jair Bolsonaro creció al punto de dejarlo a las puertas de la presidencia en la primera vuelta, como él y su electorado esperaban. Sin embargo, ahí está Fernando Haddad, a quien le quedan 20 días para desligarse de la imagen de su jefe político e intentar crearse una propia. Estos son los candidatos que se disputarán la presidencia de Brasil. Jair Bolsonaro
Con todo y lo controversial que es su discurso radical, para muchos esa es la mano dura que necesita Brasil. El exmilitar ocupa una curul en el Senado brasileño desde 1991, donde actualmente ejerce su séptimo mandato como diputado federal. Antes de lanzarse a la presidencia por el Partido Social Liberal, el ultraderechista ha estado en las filas de otros ocho partidos políticos. Promete un gobierno eficiente, pero en su carrera política de 27 años solo logró que dos proyectos de su autoría se convirtieran en ley. Sus partidarios lo elogian por su franqueza y sus detractores lo critican por sus comentarios incendiarios. Nostálgico por la dictadura que gobernó a Brasil entre 1964 y 1985, Bolsonaro dedicó su voto a favor en el ‘impeachment’ de Dilma a la memoria del coronel Carlos Ustra, condenado por torturar sexualmente a las guerrilleras durante el régimen militar. Además, propone la reducción de la edad penal de 18 a 16 años, defiende la pena de muerte y justifica la brecha salarial entre hombres y mujeres. Es precisamente con ese discurso que ha capitalizado la insatisfacción de los brasileños, hastiados por los altos índices de corrupción, violencia y desempleo de los últimos años. Víctima de un atentado con puñal hace un mes, Bolsonaro comenzó una poco ortodoxa campaña en el hospital, desde donde justificó su ausencia en los debates presidenciales. Análisis: Elecciones en Brasil: la democracia en cuidados intensivos Fernando Haddad
Sin la posibilidad de tener a Lula como opción presidencial, el Partido de los Trabajadores optó por ‘Haddad es Lula’ como consigna. Ese lema se convirtió en realidad desde hace más de un mes cuando la izquierda brasileña representada por el PT quiso poner el Haddad todo el capital político de Lula. La imagen de Haddad se ha construido en torno a la del expresidente. Parte del éxito de la campaña se basó en un video narrado por el propio Lula, en el que asegura que “en 500 años, Brasil nunca había tenido a nadie como Haddad para hacer lo que él logró en materia de educación”. El Partido de los Trabajadores optó por ‘Haddad es Lula’ como consigna. Exagerado o no, los más escépticos ante la presencia de Haddad como candidato aseguran que no tiene el carisma de Lula y no pasa de ser un tecnócrata sin la capacidad de ofrecer soluciones en seguridad y corrupción. Sin embargo, este abogado con maestría en Economía y doctorado en Filosofía es la esperanza de las clases populares. No es coincidencia que haya querido mantener distancia de su perfil de intelectual y encender más su discurso progresista. Algo que va en sintonía con los ejes principales de su programa presidencial: fortalecimiento de la democracia participativa, respeto a la igualdad de género y aumento en la inversión pública.