Inflación que, según la fuente, se encuentra en un 50% y hasta cerca de un 200%. Escasez de productos de primera necesidad. Largas filas para la compra de bienes o para la obtención de efectivo. Los peores resultados, en el mundo, de libertad económica (puesto 157 de 157 según el Fraser Institute de Canadá), entorno de negocios (puesto 186 de 189 según el Doing Business) y competitividad (puesto 131 de 144 en el Global Competitiveness Report). Del lado de los que se podrían denominar indicadores sociales, la cosa es un poco diferente. La pobreza ha disminuido, así como la desigualdad. En el mismo sentido, los agregados en salud, educación  y el índice de desarrollo humano han crecido. Venezuela no tiene los mejores indicadores en el mundo, ni los más altos, pero tampoco son tan negativos como los económicos. Estos resultados explican, por un lado, por qué el régimen chavista se ha mantenido por tantos años en el poder y, por el otro, por qué muchos siguen justificando los excesos y errores del régimen. Se considera que los indicadores meramente económicos son menos importantes que los sociales. Esta aproximación se equivoca en considerar que los logros sociales no se financian con recursos económicos o que esa financiación se puede hacer solo con el “esfuerzo” del gobierno, como si éste fuera generador de recursos y no dependiera de los creados socialmente, a través de impuestos o de endeudamiento (que se pagará con impuestos en el futuro). Así mejoren los indicadores sociales, la economía venezolana se encuentra gravemente enferma. ¿Cómo se llegó a esta situación? Tal vez uno de los mayores daños que ha generado la revolución bolivariana se encuentra en el ámbito económico. Esto se debe a que los profundos errores de política se han establecido desde hace mucho tiempo y, a su vez, sus efectos se seguirán sintiendo en el largo plazo. Los problemas de desinversión privada, como resultado de la incertidumbre generada por las expropiaciones; la expulsión de la inversión extranjera; la disminución del emprendimiento; el deterioro de la infraestructura; la pérdida de autonomía y de credibilidad del sistema legal tendrán todos efectos negativos en los años por venir. Estos efectos son resultado de profundas distorsiones en el sistema económico. La revolución bolivariana ha profundizado la dependencia de grandes capas de la población del sistema paternalista estatal, creado desde mucho antes de Hugo Chávez. Además, fueron las decisiones tomadas desde 2001 las que sesgaron el sistema productivo y lo concentraron en el sector petrolero.   Entre más tiempo siga el régimen actual tomando decisiones equivocadas, más duro será el proceso de ajuste que, en algún momento, tendrá que llegar. Es ineludible. No se sabe cuánto tiempo más podrá seguir el gobierno chavista manteniendo la ilusión de mejoras en indicadores sociales a través del gasto público, financiado hoy ya no por altos precios del petróleo sino por endeudamiento con países como China o Rusia. Pero cuando no sea posible seguir accediendo a las mismas fuentes de financiación, tendrán que hacerse las reformas. Entre más se tarde esto, más doloroso será el ajuste. En el fondo, en Venezuela se han violado todos los principios del funcionamiento de la economía y se han contradicho todas las formas conocidas – y comprobadas – de creación de riqueza. No se puede sostener en el tiempo una economía en la que, por ejemplo, no se reconozcan como inviolables los derechos de propiedad. Eso genera incentivos negativos (como lógicas de captura de rentas), incertidumbre, necesidad de tener relaciones cercanas con el poder, entre otras. Las malas decisiones se han justificado con buenas intenciones. Se ha dicho que la revolución bolivariana quiere incluir a los más desposeídos. No obstante, una sociedad no puede construirse a partir de excluir a algunos para privilegiar a otros, sean quiénes sean.  Los empresarios, los odiados ricos, también son importantes en un país. Perseguirlos, arrebatarles sus bienes, llevarlos a que solo puedan sobrevivir como empresarios si tienen buenas relaciones con el régimen lleva a lo que se ve en los indicadores económicos venezolanos. Sin embargo, las buenas intenciones no pueden ser el criterio de medición de la conveniencia de las políticas públicas, sino sus resultados. En este caso, el balance está en contra de la revolución: ¿cuánto tendrán que sacrificar más los venezolanos en destrucción de riqueza para mejorar, de manera casi irrelevante, los indicadores sociales? ¿Acaso las sociedades con los mejores indicadores sociales han sacrificado su bienestar económico? No hay ningún ejemplo en el mundo que así lo demuestre. Los problemas económicos en Venezuela no son inducidos por la caída en los precios del petróleo o por la llegada de Nicolás Maduro al poder. Estas son solo emergencia de algo más profundo. Por esto, es necesario comenzar a desmontar el modelo, ¿los resultados de las elecciones de hoy darán esperanza en este sentido? *Doctor en ciencia política Universidad Paris-Est, Marne-La-Vallée. Docente-investigador Universidad Externado de Colombia. Columnista PanAm Post. Miembro fundador Centro para la Libre Iniciativa.