En el invierno boreal de comienzos de 2011, el mundo árabe vio surgir una primavera popular. Emergió primero en Túnez con la caída del dictador Zine El Abidine Ben Ali el 14 de enero. Luego se implantó en Egipto, en donde desde la vasta plaza Tahrir, en El Cairo, el pueblo derrumbó al déspota Hosni Mubarak el 11 de febrero. Casi al mismo tiempo, se levantaron los oprimidos en Yemen, Libia, Baréin, Siria y, con menos fuerza, en Marruecos y Arabia Saudita. Las calles de buena parte de la región ardieron bajo los clamores de democracia de pueblos cansados de años de injusticia alimentada por regímenes autoritarios.
Una década después, la esperanza que emergió de esas revueltas populares bautizadas poéticamente primavera árabe ha sido casi enterrada por la nueva realidad de esos países. Tres de ellos están sumergidos en guerras civiles. Siria es el caso más dramático. El conflicto armado que comenzó luego de las manifestaciones contra el Gobierno de Bashar al-Ásad ha provocado 120.000 muertes civiles y alrededor de 6 millones de refugiados. El caos, además, representó una oportunidad para el desarrollo de la organización terrorista Estado Islámico.
Libia y Yemen han corrido con una suerte similar. Desde la debacle del dictador libio Muamar el Gadafi en 2011, la anarquía gobierna en la antigua colonia italiana. Mientras que los grupos yihadistas cometen estragos, la nación es disputada por Fayez al Sarraj, reconocido por la Organización de Naciones Unidas (ONU), y por Khalifa Haftar, general apoyado por Rusia. Y en Yemen, los insurgentes hutíes luchan desde 2014 contra las fuerzas del Gobierno de Abd Rabbuh Mansur al-Hadi. Este conflicto ha provocado una situación calificada por la ONU como “la mayor crisis humanitaria del mundo”.
En otras naciones, el caos ha sido contenido por regímenes autoritarios, como en Egipto. Abdelfatah El-Sisi gobierna desde 2014 con una mano de hierro similar a la del vencido Hosni Mubarak, jefe de Estado por 30 años. “Durante la revolución, terminaba mis estudios, vivía cerca de la plaza Tahrir, y salí varias veces a protestar contra el régimen. Sin embargo, una revolución no solo significa sacar a un dictador. El ‘después’ fue manejado de una manera catastrófica. Hoy, El-Sisi no responde a las necesidades expresadas por la revolución, como la democracia, la libertad de expresión y las elecciones, pero al menos el país es seguro, los proyectos de construcción e infraestructura son impresionantes y la economía mejora”, contó desde El Cairo a SEMANA Omar Hefny, empleado egipcio en el sector financiero que tenía tan solo 23 años cuando las manifestaciones estallaron.
La situación actual es aún más compleja si se tiene en cuenta la injerencia militar o política de potencias que buscan proteger sus intereses. Entre otros países, se han entrometido Estados Unidos y Francia, pero también Rusia y Turquía, que intentan contrarrestar la influencia europea en el área mediterránea. Además, el Irán chiita y la Arabia Saudita sunita, contrincantes históricos, alimentan las guerras para preservar su dominio.
En medio de ese contexto oscuro, existen destellos de esperanza. Túnez, en donde emergió la primavera, logró instaurar un sistema democrático luego de un periodo de inestabilidad. La ola revolucionaria de 2019 en Sudán, Argelia, Líbano e Iraq demuestra que la región todavía está ávida de democracia. “Hay perspectivas, sin duda. Las mentalidades evolucionan lentamente en medio de sistemas educativos mediocres mantenidos por los regímenes y basados en un adoctrinamiento nacionalista y religioso. No obstante, las cosas avanzan en Túnez y Argelia, donde hay una circulación de ideas importante y más mujeres en las universidades. El cambio en los territorios de la revolución no llegará mañana mismo, pero puede llegar”, dijo a esta revista Pierre Vermeren, especialista de historia del mundo árabe de la Universidad París I Panthéon-Sorbonne.
Tawakkol Karman, figura de la movilización yemenita y nobel de la paz de 2011, recordó hace poco en las páginas del diario galo Le Monde que “la Revolución francesa tomó décadas para triunfar”. Todavía es demasiado temprano para declarar maldita la primavera árabe.