Nancy Pelosi pareció falta de determinación en muchas ocasiones. Pues a pesar de que hace años existen pruebas suficientes para iniciar un proceso de “impeachment” contra el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ni ella ni muchos de los demócratas más fuertes lograron ponerse de acuerdo para, unidos, llevar a Trump al estrado. Las acusaciones contra el mandatario siempre fueron graves: como la de la injerencia rusa en su campaña presidencial de 2016; como el testimonio de su exabogado Michael Cohen, quien aseguró que Trump le dio dinero a dos mujeres con las que tuvo relaciones sexuales para beneficiarlo en su campaña; y como la del oscuro Robert Giuliani, exalcalde de Nueva York y también abogado de Trump, que resultó implicado en las presiones al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenzky, para que investigara a Hunter Biden, hijo del único contrincante demócrata que pone a temblar a Trump en las encuestas. Y, de todas formas, nunca se abrió un proceso contra el magnate. Pelosi siempre pidió esperar a un mejor momento.
Pero no estaba equivocada. Llegaría un mejor momento. Pelosi estaba convencida de que el propio Trump se inculparía sin saberlo, por su soberbia, su rapidez y su terquedad demostrada. También sabía que, tarde o temprano, él mismo sería el artífice de un impeachment. Solo tenían que ser pacientes para que el mismo presidente les trajera en bandeja de plata una prueba irrefutable de su culpabilidad. Y, después de eso, podrían montar un caso, como están haciendo ahora, con todas las demás pruebas, para que no parecieran desconectadas y faltas de solidez. En la trama Trump lo que había que demostrar era un patrón, la sistematicidad de sus dudosas acciones y, en todo caso, ilegales. Pelosi supo esperar y ahora se va lanza en ristre, con un partido cohesionado y decidido al impeachment, contra el presidente al que tantas veces cuestionó. Ahora, ante un suceso en apariencia menor, si se le mira en comparación al Russia Gate, por ejemplo, Pelosi ataca con fuerza y junta todas las piezas del rompecabezas, con la artillería más pesada de la banca demócrata, para acabar con Trump.
Y, como ella había anticipado, el mismo Trump parece estar metiendo más los pies en el fango. Pues fue él quien le autorizó a la Casa Blanca filtrar su conversación con el presidente ucraniano, para supuestamente demostrar su inocencia. Sin embargo, la conversación lo que demuestra es que el mandatario en efecto amenazó con suspender la ayuda militar a Ucrania para obligar al presidente a abrir una investigación por corrupción contra el hijo de Joe Biden y, con ello, violar abiertamente la Constitución. Algo que Pelosi se ha dedicado a defender durante toda su carrera política. En 2007 llegó a Washington por elección popular, y desde entonces es considerada la mujer con más poder en la historia política de Estados Unidos y la tercera al mando de la nación. Su obsesión por la legalidad y la democracia la han conducido a acalorados debates contra varios miembros del gobierno.
Por eso, su demora en lanzar el impeachment no tuvo nada que ver con el temor a afectar su posible reelección, pues con 79 años de edad solo podrá continuar en el puesto por un año más, según indican las leyes del país. Su demora tuvo que ver con su profunda creencia de que lanzar un proceso de esta magnitud en un mal momento terminaría por afectar a los demócratas y no al verdadero acusado, Trump.
Además, no hay que desconocer tampoco los tremendos costos políticos que tiene un impeachment, incluso cuando “triunfa”. Así lo demuestra el artículo que publicó el medio británico The Economist, cuando dice que una destitución del presidente sin pensar en las opciones b, c, d, e y todas las demás que puedan reemplazarlo, sería una irresponsabilidad. Pues el puesto quedaría a la deriva, el país totalmente polarizado y los únicos que ganarían con la decisión serían los candidatos con más maquinaria política. Es decir, por tumbar una mala presidencia a la ligera, se fragmentaría al propio sistema político de un país. Y, con ello, se traicionaría la democracia, el símbolo por el que Pelosi ha peleado más férreamente. Así que ella esperó y parece estar dando pasos agigantados en ese batalla. En la mañana del martes le informó al presidente de su decisión de abrir una investigación en su contra para el proceso de destitución. Casi de inmediato, Trump replicó de la única manera que conoce, por Twitter. Entre lloriqueos, ataques personales y demás insultos, el presidente aseguró que la furia de los demócratas beneficiaba más su camino a la reelección. Una aseveración que muchos temen tenga algo de cierto.
Sin embargo, por primera vez los demócratas y algunos republicanos sienten la responsabilidad histórica de detener a un presidente que podría poner en jaque las instituciones de Estados Unidos, así no lo logren. Pero el camino será largo y pedregoso, pues la decisión final la toma el Senado, compuesto mayoritariamente por republicanos ortodoxos, que, por mal que pinte su presidente, se negarán a tumbar a su propio candidato y darle vía libre a los demócratas para ganar. Nancy y todos los demás tendrán que ofrecer mucho más que el simple discurso de la “responsabilidad histórica”, si quieren conseguir aliados en el “Great Old Party”.
La verdadero pelea se dará en el senado de Estados Unidos. Allí los demócratas tendrán que convencer a los republicanos de darle la espalda a su presidente.
Pero más de cuarenta años de carrera no le han llegado solos a la presidenta de la Cámara, que no solo es audaz y obstinada, sino una avezada estratega. Incluso el periódico El País de España, recordó que en 1984 Pelosi se planteó si estaba acomulando demasiado poder, pues había ascendido sorprendentemente dentro del Partido. Pero una amiga, la congresista Lindy Boggs, la increpó: “Querida, ningún hombre se plantearía eso, no renuncies nunca a nada”. Desde entonces, su poder ha sido imparable y su feminismo arraigado. Así que claro que su impulso contra Trump tiene algo de patriótico, pero también de personal: Trump representa exactamente la clase de hombre que pisoteó a mujeres como ella y ocupó cargos de mujeres mucho más capacitadas, de nuevo, como ella. Pelosi ya no va a esperar más.