La primera ministra británica, Theresa May, usó el lunes en la noche un lenguaje particularmente severo para denunciar la interferencia del Kremlin en los asuntos europeos. “Rusia está tratando de convertir la información en un arma y está desplegando sus medios de comunicación para difundir noticias falsas e imágenes manipuladas para sembrar la discordia en Occidente y dañar sus instituciones”, dijo en un discurso durante una cena en la City, el barrio financiero de Londres.Aunque citó como precedentes la anexión de Crimea y la desestabilización del resto de Ucrania, May dejó claro que sus temores se concentran en la ofensiva digital que el Kremlin emprendió hace unos años y que muchos aseguran jugó un papel clave en las elecciones que condujeron al brexit. Entre ellos, el director del Centro Nacional de Ciberseguridad de Reino Unido, Ciaran Martin, quien el mismo día confirmó por primera vez que durante el último hackers rusos han estado atacando medios de prensa y empresas de energía y de telecomunicaciones de su país.Puede leer: "Hillary Clinton es Satanás": los anuncios que Rusia puso en Facebook durante la campaña presidencial de EEUUSin embargo, los británicos están lejos de ser los únicos afectados por ese problema. Según dijo la propia May, los hackers rusos se han metido en los servidores del “Ministerio de Defensa de Dinamarca y del Bundestag (el Parlamento alemán), entre muchos otros”. En esa lista habría podido incluir la campaña electoral del mandatario francés, Emmanuel Macron, cuyos computadores sufrieron un hackeo “masivo y ordenado” apenas una semana antes de las elecciones.O también la reciente crisis catalana, que comenzó como un problema regional, pero pronto se convirtió en una cuestión que implicó a todo el continente. Según dijo el lunes en una entrevista con el diario económico alemán Handelsblatt, el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, antes y después del referendo del 1 de octubre los hackers rusos crearon y propagaron millones de mensajes proindependentistas con datos falsos por Twitter y otras redes sociales, pero también por medios tradicionales como Sputnik o RT, que dependen del Kremlin.“No es casualidad que todas las actividades para el apoyo a la independencia de Cataluña se canalizaran en las redes sociales por las mismas vías que otros movimientos claramente antieuropeos como el ‘brexit’ o el populismo de extrema derecha”, dijo Rajoy. Se trató de una alusión apenas velada al presidente norteamericano, Donald Trump, quien según sus propias agencias de inteligencia llegó a la Casa Blanca tras una campaña que se caracterizó por las intervenciones rusas.Sin embargo, Trump y su entorno han reaccionado de modo muy distinto a como lo hicieron May, Rajoy y el resto de los europeos. Por un lado, el presidente ha demostrado en varias ocasiones que prefiere creerle al líder ruso, Vladimir Putin, que a la CIA, el FBI y la NSA. “Dijo que de ninguna manera se había inmiscuido en nuestras elecciones. Que no sabe por qué están diciendo que lo hizo”, aseguró el sábado a los periodistas en el Air Force One después de darse un apretón de manos con Putin durante su gira asiática.Por el otro, el fiscal general, Jeff Sessions, ha hecho gala en varias ocasiones de una sospechosa ignorancia y de una amnesia selectiva respecto a todo lo relacionado con la intervención rusa en las elecciones. El martes, después de negar durante meses conocer de algún contacto entre Moscú y el equipo de Trump, reconoció ante el Senado que sí había hablado con dos asesores de campaña, Carter Page y George Papadopoulos, de reunirse con oficiales rusos para así obtener “datos sucios” sobre Hillary Clinton. Hoy, todo apunta a que esa información corresponde a los e-mails que los hackers rusos sustrajeron del computador de varios líderes demócratas, y que WikiLeaks publicó con regularidad durante la recta final de la campaña.

La fortaleza del débilLas versiones encontradas de Washington y Bruselas sobre los hackeos no provienen de una diferencia de criterio. Por el contrario, el gobierno ruso tenía en mente, cuando emprendió un vasto proceso de modernización tecnológica, generar tensiones y antagonismos entre los gobiernos europeos y estadounidense.Le sugerimos: Trump y Putin, una amistad sospechosaDe hecho, desde la guerra de Georgia en 2008, Putin se convenció de dos cosas. Por un lado, que los sistemas liberales democráticos de Occidente representaban una amenaza para su poder. Y por el otro, que mediante su apoyo a la ‘revoluciones de colores’ en las exrepúblicas soviéticas, la Otan quería en realidad debilitar y eventualmente desmembrar a Rusia. De ahí que la posibilidad de que Ucrania estuviera a punto de cambiar de lealtades en 2013 lo llevó a intervenir militarmente en ese país, pero también a aplicar con todas las de la ley lo que hoy se conoce como la Doctrina Gerásimov, que lleva el nombre de su creador, Valeri Guerásimov, actual jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia.“Las ‘reglas de la guerra’ cambiaron. El papel de los medios no militares para alcanzar objetivos estratégicos y políticos ha crecido y, en muchos casos, han excedido la fuerza y la efectividad de las armas convencionales”, escribió Guerásimov en un articulo publicado en 2013. Y con tal fin, supo utilizar una de las pocas ventajas estratégicas que su país heredó de la Unión Soviética. Como dijo a SEMANA Andrew Jones, autor de Global Information Warfare: The New Digital Battlefield, “las habilidades informáticas de muchos rusos se deben en parte a la Guerra Fría, cuando tenían un acceso limitado a los computadores de última generación y tuvieron que desarrollar una gran destreza para sacar el máximo provecho de los recursos de los que disponían”.Dos factores contribuyeron al éxito de ese proyecto. En primer lugar, la larga crisis económica que se apoderó del país tras el colapso de la Unión Soviética no afectó su sistema educativo, que en muchas áreas técnicas siguió insuperable. “De la noche a la mañana, muchos expertos en informática quedaron desempleados y sin un rublo. Con el tiempo, estos constituyeron la base humana del ejército de ciberguerreros que hoy se dedica a ‘hackear’ a las democracias occidentales”, dijo en diálogo con esta revista Daniel Shoemaker, profesor de Ciberseguridad de la Universidad de Detroit Mercy. “Los países ya no necesitan grandes armadas y ejércitos para enfrentarse en el cibercampo de batalla, sino simplemente una buena conexión a internet y una habitación llena de gente inteligente”, agregó.Le recomendamos: “Las instituciones han parado a Trump, por ahora”Y en segundo lugar, las propias potencias occidentales le allanaron el camino a los hackers al adoptar masivamente la tecnología de la información, con plataformas por naturaleza inseguras y cuyo manejo muchas veces se les escapa de las manos. “La ofensiva cibernética rusa tomó por sorpresa a Occidente, entre otras razones, porque sus gobiernos no son los dueños ni controlan las infraestructuras ‘hackeadas’, pues están en manos de multinacionales con prioridades distintas a las del sector público”, dijo Jones. A eso se agrega que el ciberespacio es un ámbito nuevo y poco regulado para el público general, que solo ahora se entera de que internet no solo revoluciona la tecnología, sino también la política, las relaciones internacionales e incluso la esencia de las relaciones interpersonales.Para los expertos consultados por esta revista la estrategia rusa tiene, sin embargo, un defecto grave, pues sus hackers están en el centro de todas las miradas. Aunque sus ataques a las democracias occidentales han tenido mucho más éxito que el previsto, este tipo de operaciones solo puede sostenerse a largo plazo en medio del máximo sigilo. Por eso, a futuro los temores de los expertos se concentran en los hackers de China, que han tenido éxitos similares a los de los rusos, pero sin generar el mismo ruido.