La guerra civil en Ruanda parece haber llegado a su final. Luego de haberse tomado las cuatro quintas partes del territorio, el Frente Patriótico Ruandés (FPR), de mayoría tutsi, venció a las Fuerzas Armadas Ruandesas, conformadas por miembros de la etnia hutu, la cual se encontraba en el poder. Prácticamente los combates entre las fuerzas gubernamentales y el FPR se extinguieron después de la aplastante derrota conseguida por las guerrillas. Pero eso no significa que la tragedia haya terminado, porque los hutus se dirigen, por decenas de miles, en desbandada hacia las fronteras, principalmente a Zaire. Huyen de lo que creen será la retaliación por las matanzas perpetradas por los hutus cuando murió, en un atentado, su líder, el dictador Juvenal Habyarimana.

Esta situación empeora cada día más. La marea humana de más de dos millones de ruandeses en huida de los horrores de la guerra superaron toda prevención. En Goma, territorio zairense, se acumula la mitad de los refugiados, más de un millón de personas. Semejante número desbordó la capacidad de reacción de las entidades humanitarias y se están viviendo escenas de horror inenarrables. No existen las más mínimas condiciones que permitan garantizar la higiene en los miserables campamentos construidos por los desplazados. Carecen de agua potable, por lo que la consumen de charcos y aguas estancadas. No hay comida, por lo que muchos niños y ancianos están muriendo de hambre. La epidemia de cólera adquiere proporciones alarmantes, y el jefe de operaciones en Zaire de Médicos sin Fronteras, Georges Dallemagne, estima que "cada minuto está muriendo una persona, víctima de la enfermedad". Los gobiernos occidentales no han hecho mayor cosa al respecto. Los únicos que tienen algún interés en la zona son los franceses y los belgas. En mayo, Francia decidió desplegar tropas en el sur de Ruanda, con el fin declarado de preservar la vida de los refugiados que huían de los combates. Empezaba la Operación Turquesa. Pero lo que comenzaba como el envío de soldados a cumplir con una maniobra militar destinada a proteger vidas, de repente se convirtió en la presencia de militares franceses encargados de enterrar a toda prisa la creciente cantidad de muertos causados por las condiciones infrahumanas de los campamentos. Por eso la operación terminará a finales de agosto, pues Francia reconoce el triunfo del FPR, pero también le cede la responsabilidad de enfrentarse con el problema de los refugiados. El FPR ha proclamado que su guerra no deriva de diferencias tribales sino políticas. El enfrentamiento era contra el difunto presidente Juvenal Habyarimana y el régimen dictatorial que representaba. También ha llamado a la calma a los hutus que se encuentran en el país para que no salgan del territorio, y está invitando a los que han huido a que vuelvan a trabajar por el bien de la Nación. Como muestra de buena voluntad, el FPR decidió que el presidente fuera un hutu de sus filas, Pasteur Bizimungu, de 40 años, quien entró en Kigali junto con el comandante rebelde, general Paul Kagame. Lo mismo sucede con las 17 carteras ministeriales, de las cuales ocho serán para los tutsis y el resto se reparten entre los hutus y los twas. En el nuevo gobierno, los cuatro partidos de oposición volverán a la legalidad y competirán en igualdad de condiciones. Para nadie es un misterio que la guerra ruandesa tiene raíces étnicas profundas. Con toda la violencia vista allí es difícil garantizar que, a pesar de la derrota de los hutus, el odio no vuelva a cobrar víctimas. La presencia de fuerzas militares de la ONU es imprescindible, pero como no es una región de gran posición estratégica, nadie está dispuesto a financiar el envío de tropas de las Naciones Unidas. Una vez más, la ONU ha demostrado que día a día toma un carácter más decorativo que efectivo en el concierto de las naciones.